Corría la tarde del 13 de agosto de 2019. Dos días antes, la apabullante derrota en las PASO de la alianza Juntos por el Cambio (JxC) supo dejarlo sin aliento. De modo que ese martes, al tomar un café en La Biela con el entonces jefe de asesores presidenciales, José Torello, manifestó su estupor al respecto con las siguientes palabras: “¡Qué mal esto del peronismo! Podemos ir todos presos”.
Sin obtener respuesta, Fabián Rodríguez Simón (a) “Pepín”, quien fuera el principal operador tribunalicio de Mauricio Macri, se hundió en el silencio.
Tal vez ahora, recluido en su hogar por la cuarentena, haya recordado aquella frase con la certeza de que su profecía había empezado a cristalizarse. Porque el juez federal Sebastián Ramos acababa de dar curso a una denuncia de 20 diputados y senadores del Frente de Todos (FdT) contra la denominada “mesa judicial” del régimen macrista, a raíz de las presiones que ejercía sobre magistrados y fiscales para direccionar expedientes de su interés. La lista de posibles imputados (que la inicia el propio Macri y prosigue, entre otros, con el ex ministro de Justicia, Germán Garavano; el ex director de la AFI, Gustavo Arribas; el ex secretario Legal y Técnico, Pablo Clusellas; el ex presidente de Boca, Daniel Angelici; y el ya mencionado Torello) finaliza con su nombre.
Pero para la opinión pública, el abogado Rodríguez Simón es aún hoy un fantasma apenas disimulado. Y su existencia merece ser explorada.
El mérito de Pepín –un apodo que arrastra desde su época estudiantil en el Colegio Champagnat– fue pasar desapercibido durante gran parte de sus 62 años. En eso le vino de perillas su encarnadura macilenta y menuda como la de un jockey. Tanto es así que ni siquiera era recordado por su breve etapa de funcionario porteño. Un milagro, ya que él fue, a partir de 2008, nada menos que jefe de la Unidad de Control de Espacios Públicos (UCEP), el organismo parapolicial del gobierno de Macri en la Ciudad que se encargaba de apalear a los indigentes. Su escurridiza figura tampoco resaltó en su rol de abogado del Grupo Clarín. Ni como defensor del presidente en causas resonantes. Ni como integrante del directorio de YPF. Ni como legislador del Parlasur. Ni como el arquitecto en la sombra de la política judicial del macrismo, responsabilidad que le brindó más poder que al ministro del área.
Pero su buena estrella empezó a declinar a fines de septiembre de 2018, al ser difundida en El Cohete a la Luna, el portal de Horacio Verbitsky, una fotografía tomada a hurtadillas donde se lo ve en el bar Biblos, de Libertad y Santa Fe, con el camarista Martín Irurzun. A partir de entonces las constantes injerencias de Rodríguez Simón en el universo tribunalicio dejaron de ser un secreto de Estado.
En ese informe también se ilustró el vínculo que lo enlaza a la diputada Elisa Carrió con un simpático video casero en donde ambos, secundados por Mariana Zuvic, animan una sobremesa denostando a Daniel Angelici (un rival acérrimo de Pepín), al supremo Ricardo Lorenzetti (otro de sus enemigos) y al juez Ariel Lijo (un magistrado que debía ser puesto en caja).
Cabe destacar que el romance político entre Lilita y Pepín osciló entre el sainete y la tragedia shakesperiana.
A mediados de 2016, el presidente había convocado al entonces vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, y a Rodríguez Simón para confiarles una misión de suma delicadeza: contener a la líder de la Coalición Cívica ante sus habituales derrapes. La posterior eyección de Quintana del cargo hizo que el pobre Pepín fuera el único acompañante terapéutico de la señora.
Fue un deber no exento de mala sangre. Porque, poco después, ella soltó en el programa de Mirtha Legrand: “Garavano no existe; la Justicia la manejan Angelici y los pepines”. Una amiga.
Rodríguez Simón, sentado frente a la pantalla, montó en cólera. Y por un tiempo le retiró el saludo a Carrió. Hasta que, por orden presidencial, tuvo a bien reconsiderar aquella actitud. Al fin y al cabo ella era la vaca sagrada de la alianza Cambiemos.
Mientras tanto, su existencia se mediatizaba a pasos agigantados.
Ahora no cabe ninguna duda de que ese hombre fue el artífice operativo –en el plano legal– de la oleada persecutoria contra funcionarios del gobierno kirchnerista y de las maniobras –con fines de despojo y neutralización– contra empresarios rivales a los intereses financieros de los referentes del régimen. La llamada “causa de los cuadernos” fue en ese sentido una de sus criaturas más logradas, aunque no la primera.
El encarcelado empresario Fabián De Sousa (socio de Cristóbal López) jamás pudo olvidar el timbre nasal de aquella voz que había escuchado en un ya remoto 9 de marzo de 2016: “La guerra empezó y que cada uno se salve como pueda”. El tiempo probó que la amenaza de Pepín no fue en vano.
Lo cierto es que entre sus trapisondas previas a esta gesta disciplinadora se destaca la iniciativa de nombrar por decreto a dos miembros de la Suprema Corte (con el siguiente criterio: el doctor Carlos Rosenkrantz porque es amigo suyo y Horacio Rosatti para que los peronistas no protesten demasiado). Y no sin soslayar su papel en la táctica de Rosenkrantz para correr a Lorenzetti de la presidencia del máximo tribunal.
Pero si hay una historia que lo pinta de cuerpo entero es su intervención en el “problemita” penal que le causó a Macri figurar en los “Panamá Papers”. La estrategia de Pepín consistió en instigar una demanda del presidente contra su propio padre para descargar en él todo el peso del asunto.
Tal vez a la luz del presente todas estas proezas republicanas adquieran para Rodríguez Simón otro significado.
No obstante, todo indica que él ya intuía su declive desde el 18 de mayo de 2019, cuando fue anunciada la candidatura de Alberto Fernández.
Desde entonces, Pepín bregó denodadamente para que lo metieran en alguna lista legislativa de JxC, al menos como suplente. Pero sin éxito. En la dirigencia del PRO lo consideraban un “piantavotos” debido a su historial. Así se le diluyó la esperanza de tener fueros para enfrentar la tormenta penal que se abatiría sobre él. Ahora ya relampaguean sus primeros rayos.