Pobres, viejos, fracasados e ideologizados. Los docentes estigmatizados por la ministra de Educación porteña no tienen mucho que ofrecer porque, dijo Soledad Acuña, «son personas cada vez más grandes de edad, que eligen la carrera docente como tercera o cuarta opción luego de haber fracasado en otras carreras», porque «si uno mira por nivel socioeconómico, o en términos de capital cultural, la verdad son de los sectores cada vez más bajos los que eligen la carrera docente», y porque «eligen militar en lugar de hacer docencia».

Las declaraciones de Acuña, ampliamente repudiadas, funcionan como un compendio del ideario de la derecha que gobernó entre 2015 y 2019 y que lleva doce años de gestión en la Ciudad de Buenos Aires. En la página 19 de esta edición, una Carta Abierta a la Docencia Argentina explica en detalle «la lógica privatizadora, mercantilista, individualista y meritocrática» que el macrismo intentó aplicar a todo el sistema educativo, y a la formación docente en particular, y que se extiende a toda la administración de la cosa pública, con recortes en la educación, la salud y en las obras destinadas a la población más pobre, un modelo de gerenciamiento que ve en la cosa pública apenas un coto de caza en el que multiplicar los negocios.

El desprecio clasista por la cultura de los sectores más vulnerables de la sociedad, medida según su «capital», el discurso injurioso contra quienes demoran en elegir la docencia y, por lo tanto, no acumularían el deseo de aprender y de enseñar sino fracasos, o la furtiva negación de la política de un discurso que se quiere hegemónico y no hace otra cosa que «bajar línea» una y otra vez respecto de las conductas socialmente aceptables de los trabajadores, a los que se exige sacrificio y sumisión pero no pensamiento crítico, no fueron sólo un lapsus de Acuña. La mirada miserable y egoísta de quien se lamenta por los que «caen» en la escuela pública es la marca en el orillo de toda la dirigencia macrista. Esta es la funcionaria que quiso cerrar escuelas nocturnas y profesorados y que se negó a entregar a netbooks a los miles de chicos pobres que quedaron desvinculados del aprendizaje durante los meses más difíciles de la pandemia. Pero ella es apenas un engranaje de una maquinaria más grande que pretende desideologizar –la educación, en este caso– para oprimir.

La carta de CTERA abunda en argumentos que, por certeros y afines al pensamiento de esta cooperativa, elegimos repetir: «Donde los referentes de la derecha conservadora ven a docentes ‘sobreideologizados’, nosotros reconocemos educadores/as con convicciones y dignidad, que están día a día dando la batalla por una sociedad más justa e igualitaria, que se sienten parte de un colectivo que entiende a la educación como un hecho político, y que, por supuesto, tienen ideología». Como la tiene la ministra. La ideología de Acuña se llama exclusión.  «