Entre Alepo y Damasco, la capital de Siria, solo hay 356 kilómetros. Una distancia que desaparece por la destrucción y la muerte de esa guerra que desataron los terroristas islámicos ayudados por potencias mundiales que buscan derrocar un gobierno democráticamente elegido.Entre Alepo y San Luis, Argentina, hay poco más de 14 mil kilómetros si se viaja más o menos en línea recta. Esa distancia para las familias que formaron María y George, Maya y Joseph y Georgina y Antoine significa paz, vida y también esperanza. Estas tres parejas con sus hijos (seis en total) llegaron el lunes por la madrugada a San Luis, la única provincia argentina que integra el Corredor Humanitario que busca salvar vidas de aquella lejana guerra.
Luego de seis años de guerra en una de las ciudades más bellas de Siria, las tres parejas decidieron buscar un nuevo lugar en el mundo para darles a sus hijos esa vida que habían perdido bajo los escombros. El viernes 10 de marzo comenzó un largo peregrinaje que implicó intentar llegar a Damasco por tierra, un viaje complicado que exigió un desvío hacia Beirut, Líbano, y desde allí en avión hasta Catar y luego Ezeiza, última escala antes de arribar a San Luis. Fueron casi 48 horas de travesía. A las dos de la mañana del lunes pasado llegaron a la capital puntana. Allí los esperaba el gobernador, Alberto Rodríguez Saá, y un centenar de personas que, con pancartas de bienvenidas escritas en árabe, los saludaron. Los niños sonreían sorprendidos por la recepción. Los padres no salían del asombro. Demasiada alegría para tantos años de sufrimiento.
Georgina y Antoine llegaron con su hija Joudy de diez años. A Georgina todo le parece encantador, pero hay algo que le preocupa y se lo pidió a Rodríguez Saá la misma noche en que llegaron. «Mi hija es sorda y quisiera que pudieran ayudarla. Unos médicos la operaron en Siria pero no funcionó. Ayúdenos por favor», le suplicó. El gobernador le tomó las manos y se comprometió a hacer todo lo posible. A ella se le iluminaron sus enormes ojos marrones y agradeció con una sonrisa.
El segundo día de estadía las familias visitaron el atelier del artista plástico Mario Lange. Una casona rodeada de verde con un amplio salón para que todos pintaran. Allí, Joseph habló con Tiempo. Contó que junto a su esposa Maya (32) decidieron irse del país para que sus hijos «no sufran las amarguras» que les tocó vivir. Se refiere a los pequeños Housip de ocho años, y Abelard, de apenas seis meses. En Alepo tenía una tienda de bebidas que terminó hecha cenizas fruto de las bombas. Recordó que antes de salir de su ciudad se persignó y cuando por fin llegó a San Luis volvió a hacerlo. «Le di gracias a Dios por el viaje y por lo que vendrá. Atrás quedaron los malos recuerdos. Espero tener una mejor vida para mis hijos», dijo. Y sus ojos se inundaron de lágrimas.
María (34)recorre el pequeño departamento que el gobierno de San Luis les cedió y que está ubicado en el campus de la Universidad de La Punta.Allí vivirá junto a su esposo, George (45) y sus hijos Jouni (16), Mikl (10) y Fadi de (7). Los primeros tres meses tendrán un curso intensivo de castellano y luego vendrá la etapa de una vivienda definitiva y trabajo para hacer la vida en esa provincia alejada de la guerra. Reconoce que buscan «una nueva vida y sobre todo un futuro». La emoción se mezcla entre sus palabras porque llegan a ella los recuerdos de miles de noches totalmente a oscuras donde inventaba juegos para que sus hijos se distrajeran, mientras las bombas caían sin cesar. Pero lo que entrecorta sus palabras hasta el llanto es recordar el momento en que su hijo mayor, Jouni, cansado de ver morir a sus amigos les dijo que no podía continuar viviendo allí. «Jouni me dijo que ya no había futuro y yo temía que pudiera morir», dice y ya no puede hablar.
Afuera, Mikl, Fadi y Housip corren detrás de una pelota jugando con otros tres niños. Los tres mosqueteros, como los bautizaron, juegan como nunca lo hicieron en su corta vida: en paz y libertad. «
Razones políticas
Alberto Rodríguez Saá es un gobernador peronista atípico. Es el único que se solidarizó con Milagro Sala y ahora convirtió a San Luis en un Estado de Acogida de refugiados sirios. «Estamos generando un clima de convivencia para que ellos recuperen su libertad», afirmó.
El mandatario reconoció que pudo «dimensionar» el drama de los refugiados cuando estuvo en la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano». A partir de allí instrumentó los mecanismos para que San Luis integre el Corredor Humanitario. «Viven una situación desesperante. No son inmigrantes. Son refugiados de una guerra que mató a familiares, perdieron sus casas y están privados del poder de decisión. Entonces trabajamos para que puedan recuperar su libertad de decidir», explicó.
El mandatario espera que otros gobernadores se sumen a la iniciativa. «Tal vez al corazón lo toque un santo bendito, como dice Martín Fierro, y el gaucho pegue el grito y se contagien. Ayuda mucho la actitud del Papa Francisco que es un líder espiritual», argumenta.