¿Puede identificar a Castillo en la sala?, preguntó el juez. Si. Ahí atrás, el de la camisa verde, respondió el testigo. Apuntaba hacia una pared a su derecha, más atrás de los abogados defensores, donde estaba sentado, con un pullover claro sobre los hombros y mirada aburrida, Carlos Indio Castillo, uno de los dos acusados en el juicio por crímenes de lesa humanidad a la patota parapolicial a la Concentración Nacional Universitaria (CNU) de La Plata. Fue identificado en la primera audiencia del juicio que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°1 de La Plata innició por cinco asesinatos y siete secuestros que lo tiene como imputado junto a otro civil: José Pipi Pomares, que también fue identificado en la audiencia.
Los tres primeros testigos en hablar ante los jueces subrogantes Germán Castelli, Pablo Vega y Alejandro Esmoris lograron identificar a Castillo como uno de los atacantes. En la audiencia habló Ana María Bossio, que contó el secuestro de su esposo, el trabajador Leonardo Guillermo Miceli, cometido el 19 de abril de 1976; Adelaida Ursula Barón y Hugo Daniel Pastorino, que sobrevivieron luego de ser secuestrados, el 4 de abril, junto a Néstor Hugo Dinotto y Graciela Herminia Martini , ambos torturados y asesinados esa noche en una casa operativa que la banda paramilitar utilizaba detrás de las facultades de Agronomía y Veterinaria.
Los tres testigos identificaron a Castillo. Lo señalaron como el hombre que comandaba el grupo de atacantes. Y allí, frente a los jueces, recordaron que lograron reconocerlo por fotografías en la etapa de investigación de la causa. Bossio, además, recordó que supo que Castillo había irrumpido en su casa, apenas unos días después del secuestro de su marido: fue en la comisaría Octava, donde Castillo estaba preso porque la banda que comandaba se había cortado por la libre para cometer secuestros extorsivos, y la dictadura desarticuló esa célula parapolicial.
Pero además, este miércoles Pastorino pudo señalarseló a los jueces en la sala de audiencias del primer piso de los tribunales federales. El testigo, de 61 años, recordó que aquel sábado había salido con Adelaida -que entonces era su esposa- a comer con Néstor El Gringo Dinotto y Graciela Martini, una pareja amiga. Cenaron y charlaron en una pizzería de 7 y 45 hasta la medianoche. Volvieron todos juntos a Villa Elisa, donde vivían, en el Siam Di Tella de Pastorino.
Al llegar a la casa de Graciela había dos autos en la puerta, un Peugeot 504 y una coupé Torino. La situación les pareció sospechosa. Estaban al tanto que en La Plata se cometían secuestros, sabían cde los asesinatos a gremialistas en el hipódromo. Y ellos eran todos jovenes militantes: Pastorino de la Juventud Trabajadora Peronista en el Astillero Río Santiago, el Gringo de la JUP en la facultad de medicina y las chicas hacían militancia barrial con la JP. Se sabía de los secuestros y había pánico, recordó.
No se detuvieron. Pero atrás de ellos salieron los dos autos. Les dispararon hasta detenerlos a un par de cuadras. El Siam Di Tella tenía setenta impactos de bala. Los bajaron del auto, los pusieron contra un paredón para fusilarlos. Yo estaba esperando la muerte, recordó Pastorino. Pero tiraron al aire. Los cargaron a los cuatro en un coche y se los llevaron. Fueron a la casa opertativa, detrás de las facultades.
A Graciela y Dinotto los torturaron brutalmente. Pastorino y su mujer sobrevivieron. Ni siquiera llegaron a torturarlos. Los sobrevivientes recordaron que en el momento en que estaban por sacarlos del baúl de un coche para interrogarlos, un hombre que por su voz estimaron mayor y con autoridad sobre sus secuestradores, advirtió que la la mujer era heramana de un amigo suyo. Más tarde supieron que se trataba de Patricio Errecarte Pueyrredón, un ex integrante del Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT) y nazi confeso que ocupaba un lugar de jerarquía en la CNU. Era un tipo conocido -Que asco, ese gordo grasiento, dijo una mujer que lo recordaba de quella época- que tenía una librería cerca de la Estación de Trenes de La Plata y diricgía un grupo de jóvenes cercanos a Monseñor Plaza. Él les perdonó la vida.
-¿Qué relación tenés con esta gente?- preguntó el hombre mayor acariciando la cabeza de Martini.
-Son mis amigos.
-Cómo te juntas con esta gente. Vos que venis de una familia católica, que tu hermano es un caballero.
Cada vez que recuerdo esa ‘caricia’ se me eriza la piel, recordó Barón. Y contó que desde ese día sufre de jaquecas y que el terror que le inculcaron esa madrugada no se lo pudo sacar en 41 años. Tan presente estuvo el miedo que el tribunal mandó a construir un biombo de madera de dos metros de alto por dos de largo con el que aislaron a los acusados de la vista de la testigo. No querían que hagan contacto visual para evitar la revictimización.
A Pomares lo reconoció Pastorino. Recordó que era uno de los que simuló fusilarlos y que fue uno de los dos hombres que iban en el auto con el que los liberaron. Lo recordó como un tipo flaco, alto, de ojos un poco saltones. Y recordó que a él y a Castillo los conocía porque eran tipos que ejercían la violencia, que irrumpían a los golpes en las asambleas universitarias para romperlas. El Indio era conocido en La Plata. Era una persona que se vanagloriaba de matar gente. Y él dirigía el operativo, recordó. Y calificó a la CNU como un grupo de ultraderecha, que aunque no era peronista tenía el visto bueno del gobernador Victorio Calabró que permitía que actúen con zonas liberadas y les daba espacio político para que actúen contra la militancia, que tenía su favor hacia Oscar Bidegain el gobernador electo en 1973 y que renunció un año después por presiones de la derecha.
En la audiencia también declaró Silvia Domínguez la hija del secretario del gremio del Turf, Carlos Antonio Domínguez, secuestrado en su casa y asesinado en febrero de 1976, antes del golpe de Estado. El juicio continuará el lunes con más testigos.