El excanciller Rafael Bielsa acaba de lanzar su libro Lawfare: guerra judicial-mediática, junto con Pedro Peretti, y lo presentará en la Facultad de Derecho de la UBA el 21 de noviembre junto a Alberto Fernández, «si es que sus actividades de presidente electo se lo permiten», y la abogada Graciana Peñafort. En el texto, Bielsa describe el mecanismo que la expresidenta Cristina Fernández denunció antes que todos. Y en medio de la crisis que atraviesan varios países de América del Sur, advierte que la libertad de Lula da Silva no es el principio del resquebrajamiento de esa alianza entre los grandes grupos económicos, el Poder Judicial, los medios hegemónicos y –como novedad telúrica– los servicios de inteligencia. Señala que la combinación de todos esos elementos «es una enorme amenaza para la democracia».
–¿Cuál es la perspectiva que se abre para el gobierno entrante en medio de las crisis que atraviesan los países vecinos?
–La Argentina está sumamente comprometida. Los factores que conspiran contra la gobernabilidad y la calidad democrática de piso que debería tener un gobierno nacional y popular está jaqueada desde varios lugares. Uno de ellos es que si no hay una comunidad regional de un pensamiento alternativo es muy difícil que ese pensamiento alternativo triunfe en el territorio nacional. Tendría que prevalecer como sustitución de los sistemas que funcionan actualmente en más de un lugar. Y eso es una tarea muy difícil de lograr. Se descarta la idea de venganza, de manipulación de los mismos instrumentos, de una Condep del periodismo, del ministerio de la retaliación. Todo eso son cosas que no están en la sustancia de Alberto Fernández. Él está en un duro proceso de acrisolar todas estas certezas con un elemento central de la política que es la correlación de fuerzas. No se puede ambicionar sin esperanza, pero tampoco se puede ambicionar más allá de las posibilidades. Eso distingue a un político transcendente y un político con las mejores ambiciones que no llega a trascender.
–Cristina Fernández advirtió sobre el lawfare antes de que comenzaran las prisiones preventivas…
–No es que es un tema de sesgo en mi mirada nacional y popular sino que es un dispositivo de poder. El poder se va sofisticando en el uso de sus herramientas para neutralizar todo aquello que lo controvierte y lo pone en peligro en cuanto a la hegemonía que persigue tener más utilidad de sus activos a expensas de los que cada vez tienen menos posibilidades. La herramienta es antiquísima. Lo que hacen es nunca descalificar al movimiento sino a las personas que lo expresan. Descalificar el movimiento hace abstracta a la cuestión para los que buscan un significado. Pero si se le pone un nombre y apellido se hace todo más sencillo, es una vieja regla. No se insulta al pueblo sino a un representante, a las personas que conspiran contra el statu quo. Luego están las herramientas. La prensa también tiene una larga historia de virtud y de vicios. Ahora, al hacer la comparación entre el primer y el segundo centenario, se agregan dos cosas. Primero los servicios de inteligencia de Argentina, que son de una falta de seriedad pavorosa. Están tercerizados, trabajan en parte para los que les pagan el sueldo y también para sí mismos o para grupos con afán de lucro. El otro elemento es cómo se sofisticaron los medios de comunicación por las redes y las fake news, los trolls, la permeabilidad que esto tiene en mucha mayor cantidad de personas. Los intereses concentrados son inflexibles en la persecución de aquellos que los enfrentan, pero son generosos con aquellos que se les someten, aunque antes los hayan enfrentado. Nuestra obligación como militantes es advertirlo cuando lo estigmatizan a Roberto Baradel, a Sergio Palazzo, a Milagro Sala, a Hugo Moyano.
–¿Por qué asegura que está en juego la democracia?
–Lo que acá está en juego es si vamos a tener una sociedad crecientemente inclusiva en nuestros términos, con rigor fiscal en las cuentas públicas, agregando valor en las exportaciones, o si vamos a vivir en una sociedad donde un porcentaje muy importante de nuestros compatriotas no tengan la posibilidad, no ya de tener una alimentación acorde, sino de acceder a bienes públicos, como aprender a leer y escribir. Por un lado están los intereses concentrados y por el otro los militantes que enfrentan esa situación y la denuncian. Hay también una prensa –que no son los periodistas sino las empresas que usan a quienes tienen la responsabilidad de dejarse usar– y el Poder Judicial que se rinde, se pone de rodillas frente al momento político y busca simpatizar, por razones meramente de conducta o patrimoniales. Es un esquema ingobernable.
–¿Qué rol tuvieron los medios en el mecanismo de lawfare?
–Esta es la patria de Rodolfo Walsh, que dijo que el periodismo es verdad y lo que no es verdad es operación, como tantos otros ejemplos de periodistas que honraron y honran la profesión. Este libro ayuda a armar un mapa de ruta. Uno de los enemigos de todo cambio es el fatalismo y la desesperanza, dos enemigos tremendos y buscados por la descalificación, para que ese piense que son todos iguales, que da lo mismo este representante gremial que este otro, y que todo es una porquería.
–¿Cree que la libertad de Lula es un atisbo de que este mecanismo empieza resquebrajarse?
–No. Hay que trabajar muchísimo. Este es un país de empates. Todos los procesos políticos terminan en un empate. Nunca termina de haber un ganador y un perdedor. Es un país que intenta reinventarse a sí mismo después de cada proceso electoral.
–Pero ¿los ocho puntos de diferencia entre el ganador y el perdedor no son una marca clara?
–Creo que no, al contrario. Que haya un 40% que se haya inclinado por un gobierno que le mintió, tomó deuda para que fluyera con la liberación de la cláusula capital y constituyera la fuga más brutal que haya habido, que no trajo una sola inversión y que no paró la inflación que era tan fácil de parar, tiene que ser un llamado de atención para nosotros. Que más de los 2/3 se haya inclinado por esa propuesta acorta la vitalidad de las posibilidades del proyecto nacional y popular. A lo mejor esta es nuestra última oportunidad.
–Pero esta elección se dio en un contexto del sistema judicial y de medios en contra, con el oficialismo gobernando en los tres distritos más importantes del país…
–La política, si quiere ser sensata, triunfadora y perdurar para el bien de las grandes mayorías, tiene que partir de un cálculo de fuerzas porque si no es testimonial y dura poco. Hay que saber distinguir qué batallas va a dar y cuál vas a dejar por más justa que sea. No hay que dirimir por el grado de justicia sino por la importancia estratégica en un momento. Esa es la diferencia entre un administrador y un estadista, que toma opciones correctas de acuerdo a necesidades, pero también a la fuerza que tiene. Hablo exclusivamente por mí mismo. No quiero que tomen una sola palabra como una emanación del pensamiento de Alberto ni su grupo de asesores más allegados. Hay dispersión e indisciplina de toda la gente que está trabajando en inteligencia, no sólo la AFI, si no la Afip, la UIF, la división de inteligencia de la Policía Federal, el Servicio Penitenciario Federal, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, todas las policías provinciales y las tres fuerzas armadas. Y eso es una enorme amenaza para la democracia. Conozco ese dispositivo, entre otras cosas por haberlo sufrido.
–¿Son la fuerza de choque del aparato judicial?
–No, es al revés. El Poder Judicial es un instrumento de ellos porque ellos funcionan como fuerza de choque de los intereses concentrados o por su cuenta. No hay disciplina ni mesa de coordinación que determine las operaciones. Hay cuentapropistas de la inteligencia. Desembarcan en el Poder Judicial, venden información parcialmente cierta, al Poder Judicial le interesa congraciarse con las fuerzas políticas por razones de debilidad de carácter, por afinidad de pensamiento o por dinero, y las tres posibilidades a veces se combinan. Es un sediento al que vienen a ofrecerle un vaso de agua en el medio de Sahara. Es un mecanismo de utilización recíproca entre dos dispositivos que solamente usan conscientemente los intereses concentrados que tienen medios de comunicación, grandes extensiones de campo o inversiones en cuentas offshore.
–¿Por qué piensa que el incipiente gobierno de Alberto Fernández puede ser la última oportunidad para la implementación de una política nacional y popular?
–Porque desde la llegada de la democracia hubo tres períodos peronistas. El primero es el menemista, el segundo el de Duhalde Néstor y Cristina, y ahora se abre el tercero. Hay tres variables a tomar en cuenta: el orden del mundo, el de la región y el de la Argentina. Los anteriores gobiernos peronistas tuvieron dos de estas tres variables ordenadas. A Menem le tocó la caída del muro de Berlín y el estupor norteamericano que duró hasta el 11S. El mundo estaba ordenado. Sólo había que adherir al consenso de Washington. El país estaba desordenado, pero el mundo y la región no. A Néstor le pasó lo mismo, la región estaba ordenada y la Argentina también por el espanto del 2001. Y si bien el mundo era relativamente desordenado, había una explicación con el choque de civilizaciones del islam con Occidente. Pero a Alberto le toca un mundo tan desordenado como nunca con la guerra comercial entre Estados Unidos y China y Europa por su cuenta. Y la región está desbaratada y hay una Argentina caótica donde no hay moneda, ni precios relativos. Este compañero va a tener que enfrentar las tres asimetrías por primera vez. En situación de crisis la gente totaliza y puede pensar que la política no sirve para nada. Si el torniquete del sacrificio se sigue aplicando sobre el mismo sector que hoy sufre y la utilidad va al sector intocado por la crisis, el financiero y el energético, ¿por qué la gente habría de creer de nuevo en una propuesta nacional y popular?
–¿Entonces cuál es la base social que le puede dar sustentabilidad política al nuevo gobierno?
–Son cuatro elementos. Primero está la ejemplaridad, la anticorrupción llegó para quedarse. El segundo son las cargas compartidas. La gente no va a soportar más que el sacrificio, sea para un sector de la población que se viene sacrificando y los beneficios, sea para el otro que acumula cada vez más por la apropiación financiera en detrimento de la productiva. El tercer elemento es el conocimiento. Argentina tiene una sola chance que es agregar valor a lo que tiene y es con la ciencia nacional. El cuarto elemento es el tiempo. Hay que saber que la malaria no es para siempre. Proponemos una transformación reformista y democrática. Está muy bien que haya un sector de la población, un 25%, que sea antinacional y antipopular, y que tenga su medio de comunicación. Lo que está mal es que hegemonice el sentido común colectivo, a eso nos tenemos que oponer. Y es el modesto propósito del libro.