Carlos Melconian, un duro entre los duros del modelo de ajuste macrista, el padre supuesto de la teoría del shock que batallaba contra los tibios gradualistas, demostró ser un tierno del doble estándar: no logró contener el llanto ante el cariño meloso prodigado por los trabajadores del Banco Nación en su imprevista despedida. Algunos atribuyen tanto la repentina partida del cargo, como el sorpresivo reconocimiento sindical, a un mismo motivo. La concesión de una paritaria abultada que contradijo en los hechos uno de los presupuesto básicos de la cruda filosofía oficial que se viene aplicando desde hace un año: el salario es el único precio que no puede acompañar el «sinceramiento» de todos los otros precios de la economía nacional. La baja del mal llamado «costo laboral» es una decisión estratégica del gobierno de Mauricio Macri. La tristemente célebre «competitividad» no es otra cosa que la desvalorización, vía paritarias a la baja y flexibilización de los convenios con anuencia de la CGT que corría por izquierda a Cristina Kirchner, del trabajo asalariado en general. La premisa que incumplió Melconian no lo vuelve un populista, claro que no. Pero viene a confirmar que la salida de Alfonso Prat-Gay del manejo de las finanzas y la llegada del tándem Nicolás Dujovne y Javier González Fraga es el preludio a una radicalización ideológica de la administración, después de un año de pésimos índices, con recesión cristalizada y aumento del déficit fiscal paliado con endeudamiento alegre.
Lo de radicalización tiene una doble acepción. Tanto Dujovne como González Fraga son radicales de origen. Es todo un dato. La economía de los argentinos sigue en manos de neoliberales, a lo que ahora habrá que sumarle la sospecha de impericia que rodea, por experiencia histórica, a los radicales en el manejo de los números, desde Sourrouille y Machinea a la fecha. De Dujovne puede decirse que hace seis meses, en Brasil, dijo que el problema del déficit se resuelve echando un millón de empleados estatales a la calle porque el empleo público funcionó, según él, como subsidio al desempleo encubierto durante las tres administraciones kirchneristas, mentira instalada como la de la «pesada herencia» que el gobierno usa para ocultar sus propios desatinos de gestión.
De González Fraga, el ex representante de Gaith Pharaon en la Argentina, no hay mucho que agregar a lo que ya se sabe. En Intratables hablaba como el inconsciente del modelo macrista. Nadie dice por la cabeza de Macri y sus funcionarios como él. Sus frases describen la esencia ideológica de Cambiemos y su voto. Vale recordar algunas: «Las cosas no se pueden hacer como uno querría y menos después de 12 años en los que se invirtió mal, se alentó el sobreconsumo, se atrasaron las tarifas y se atrasó el tipo de cambio; donde la hiciste creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior» (…) «Eso no era normal, no digo si era bueno o malo, por supuesto que era bueno, pero no era sostenible» (…) «Yo tomo con pinzas la información sobre la pobreza. No desconozco que se ha agravado, pero ese cálculo de que hay un millón más de pobres es un cálculo teórico. A mí me gustaría saber qué tan pobres son los pobres» (…) «Cuando nace un chico en una villa, un embarazo no deseado, de una chica de 14 años que está más para ir a los recitales que para amamantar a su bebé, lo descuida, y ese chico, como dice Abel Albino, tiene 24 horas de hambre, se le pone una marca en el cerebro que va a detestar ser educado. Es como un animalito salvaje.»
Nada que no se diga habitualmente en cualquier sobremesa del establishment, donde paradójicamente se suele criticar como prejuicio antiempresario, y hasta como factor cultural del subdesarrollo, que los sectores populares tengan mal vistos a los dueños del poder y del dinero, y no le rindan pleitesía ni veneración. González Fraga es apenas un vocero, el locutor de una rara y mezquina manera de ver y entender el país y el mundo. Un payador de la aprensión opulenta puesto a administrar el banco más grande del país, después del Central, donde resiste por ahora Federico Sturzenegger, el único sobreviviente del Megacanje.
Otro que hizo las valijas, además de Melconian, fue Daniel Chaín, el José López de Macri. La obra pública está paralizada hace un año, esta es la verdad. Con una salvedad, las licitaciones que benefician a Angelo Calcaterra y a Caputo, el resto se mece en la hamaca de la inoperancia. Al parecer, la salida de Chaín fue fogoneada por Rodolfo Frigerio, que asume compromisos como si su pretensión política fuera más allá del despacho ministerial. Es el único, al fin y al cabo, que está viendo algo que el macrismo puro (Marcos Peña, Duran Barba) no ve: el 2017 es un año electoral y como no se ponga en marcha la obra pública, el oficialismo está condenado a ver la pelea desde abajo. No hay María Eugenia Vidal que valga.
La desocupación sigue en alza. Van diez meses de recesión. El ritmo de endeudamiento no para. Las inversiones no llegan. El mundo, con la asunción de Donald Trump, no trae buenas noticias. El blindaje mediático funciona fronteras adentro, pero no cambia la realidad global para los países emergentes. Brasil, nuestro principal socio comercial, no mejora. Su economía sigue hundida, su sistema institucional está quebrado, los jueces de la Corte que investigan la corrupción mueren en inexplicables accidentes aéreos. Macri, a su vez, se pelea torpemente con China, no le deja hacer las represas patagónicas hace un año, muestra de la fatal incomprensión del mundo que le toca como presidente. Hoy China, ya no Obama, es la garantía del intercambio comercial mundial frente al proteccionismo de EE UU y Europa. Lo dijo Xi Jinping en el Foro de Davos, a la vez que criticó la financiarización de la economía y la desregulación del capitalismo casino. Es la segunda (o la primera, ya) economía planetaria, y los funcionarios macristas no dejan de hacer papelones frente a sus pares asiáticos. China, aunque la cancillería nacional no termine de asumirlo, es nuestro segundo socio comercial y es la próxima primera potencia del globo.
A los tumbos, sigue el macrismo en su impertérrito modo de interpretar la realidad, mientras cotidianamente se pierden puestos de trabajo (360 en Clarín, 700 en Bangho y la lista sigue), la represión vuelve dramáticamente al paisaje social de los argentinos y la agenda política se embarra en absurdos que no llevan a ningún lado como pretender involucrar a la ex presidenta Kirchner en la voladura de la AMIA, el suicidio de Nisman o una cacería contra el hombre más poderoso del espionaje local que atravesó todos los gobiernos de la democracia.
Todo para tapar lo que no se puede tapar. Este modelo, tarde o temprano, va a terminar quebrando el país. Melconian tuvo suerte. Se fue aplaudido, hizo lo que Macri no quería. Es probable que haya sido el último funcionario que goce de tan cálida despedida. «