Era una cumbre de jefes de Estado del Mercosur. Asunción, Paraguay, 19 de junio de 2005. Néstor Kirchner llegó por la tarde al Sabe Center, el hotel donde se hospedaría solo por unas horas. A la noche, el Tango 01 lo llevaría a Rosario para los festejos del Día de la Bandera. Mientras la delegación presidencial ocupaba las habitaciones reservadas en el mismo piso, Miguel Núñez, el vocero de Kirchner, encendió el televisor en el que ya se había asegurado que vería canales argentinos. Racing jugaba contra Lanús en Avellaneda por una de las últimas fechas del torneo. Núñez, también hincha de Racing, se sentó en un sillón a ver el partido. A los pocos minutos llamó Kirchner, que enseguida escuchó el sonido de fondo.
–¿Qué estás viendo?
–Estoy viendo a Racing.
Kirchner le cortó. Al instante, golpeó la puerta de la habitación de su vocero y amigo. Abrió una botella de agua, pidió algo para picar y se sentó a mirar el partido. A sufrirlo. Kirchner se paraba, caminaba, volvía a sentarse. Bufaba. A Núñez le empezó a sonar el teléfono. Había prevista una cena con el resto de los jefes de Estado. «Esperen, está atendiendo unos asuntos de Buenos Aires», avisaba Núñez. El tiempo pasaba, el partido seguía. El teléfono explotaba. «Deciles que tenemos un quilombo», pedía Kirchner. Núñez hizo lo que pudo. Kirchner tuvo que salir. Cuando llegó a la cena, Hugo Chávez y Lula eran los más preocupados. Preguntaron si había problemas en la Argentina, si eran graves, pero Kirchner no se pudo contener.
–No pasó nada, este no me dejaba salir porque estaba jugando Racing –se rió mientras señalaba a Núñez.
–¿Y cómo salimos? –preguntó Lula.
–Ganamos 2 a 0 –respondió Núñez.
Lula, hincha de Corinthians, hablaba en primera persona del plural cuando se trataba de Racing desde la segunda visita que Kirchner le había hecho a Brasil, la primera como presidente de la Argentina, en junio de 2003. Lula lo recibió en el Palacio da Alvorada. Y fue Miguel Núñez el que al final del encuentro, cuando llegaban las fotos, le avisó a Kirchner que había llevado un regalo. Era una camiseta de Racing, la que tenía como sponsor a Petrobras, la petrolera brasileña mixta. De esa vez quedó la imagen de Lula sosteniendo la camiseta. Tres años después, durante un encuentro en San Pablo, Kirchner lograría que Lula se pusiera la de Racing arriba de la camisa. Es otra de las postales, como la ocasión en la que el brasileño le devolvió la atención con una camiseta de Corinthians que tenía la 10 de Carlos Tevez. Era una complicidad que mantenían entre ambos.
Cuando lo visitó en la Casa Rosada, en 2005, Tevez también le regaló a Kirchner una remera del Corinthians. Había sido campeón con el equipo de Lula. Kirchner le soltó un reclamo que solía hacerles a todos los futbolistas con los que se encontraba: “Tenés que venir a Racing”. Le dijo lo mismo a Martín Palermo cuando en diciembre de 2003 una parte del plantel de Boca que había ganado la Copa Intercontinental lo visitó en su despacho. “Sentate acá, Martín, pero tenés que venir a Racing”, le dijo mientras le acomodaba el sillón presidencial.
Kirchner se hizo de Racing lejos de Avellaneda, en Santa Cruz, por su padre, con el que se encerraba los fines de semana a escuchar los partidos en una radio Tonomac, como contó el periodista Ezequiel Scher en un newsletter del sitio Cenital. La misma radio que años después usaría con su hijo Máximo. “A los 17 años –escribió Scher– tocó la gloria cuando el equipo de Juan José Pizzuti le ganó al Celtic y salió campeón del mundo, en 1967. Sus ídolos eran Roberto Perfumo, el Panadero Díaz, el Chango Cárdenas y Norberto Raffo. Del comienzo de la década del ’60, tenía una profunda admiración por Federico Sacchi”. Pero en su despacho presidencial, Kirchner solía mostrarles a sus visitantes un cuadro del Racing campeón de 1950, el del medio del tricampeonato, que era también el del año de su nacimiento.
–Se sabía ese equipo de memoria –dice Miguel Núñez.
Después vinieron los viajes a Buenos Aires, en la década del ochenta, y las visitas al Cilindro con Máximo. Hasta que Máximo, adolescente, ya un hincha de Racing total, comenzaría a ir por su cuenta. La cancha y la política a veces son difíciles de compatibilizar. El 27 de diciembre de 2001, después de atravesar un desierto de títulos durante 35 años, Racing jugó con Vélez el partido con el que derribó las desgracias. Pero el gobernador de Santa Cruz estaba con otras urgencias en el país del que se vayan todos. Esa tarde, la diputada Cristina Fernández llamó a Miguel Núñez para comentarle algo del día, alguna cuestión política, una declaración. Adolfo Rodríguez Saá era el presidente. Cristina no escuchaba nada por el ruido que había en la línea.
–¿Dónde estás, Miguel?
–En la cancha.
–¿En la cancha?
Kirchner escuchó a su mujer y le pidió el teléfono.
–¡Hijo de puta! ¿Estás en la cancha? ¿Cómo no me avisaste? ¿Cómo hiciste para conseguir entradas?
Habrá sido por eso que el día previo a asumir como presidente, el 24 de mayo de 2003, Kirchner mandó a Núñez a ocuparse de otras cosas justo a la hora en que Racing tenía que jugar con Olimpo. Ese día, un sábado, Kirchner entendió que quizá sería la última vez que podría ir al Cilindro. Fue junto a quien iba a asumir como ministro de Salud, Ginés González García. Una foto en la que los dos se agarran la cara resume el partido: Racing perdió 2-0. A su lado, en la platea, estaba Fernando Marín, presidente de Blanquiceleste, la gerenciadora de Racing. Marín, amigo de Mauricio Macri, sostendría con el tiempo que fue Kirchner quien lo empujó a dejar el club tres años después. Pero la crisis terminal del gerenciamiento sobrevino cuando Kirchner ya no era presidente, en 2008. Uno de esos días vio cómo un grupo de la barra quemó una bandera con la leyenda “Kirchner 2007-2011”. Reclamaban elecciones. Racing peleaba contra el descenso. Kirchner hizo movimientos políticos. A través del gobernador bonaerense, Daniel Scioli, nombró como interventor del club a Héctor García Cuerva. El abogado que había dado el paso hacia el gerenciamiento volvía ahora para encargarse de la reinstitucionalización.
–¿Y quiénes van a ganar? –le preguntó Kirchner a García Cuerva durante una reunión en Olivos.
–No sé, esperemos que los buenos.
El que ganó fue Rodolfo Molina, de Racing Vuelve, una lista que tenía el apoyo de dirigentes del kirchnerismo pero también de lo que se conocía como “los notables”, una transversalidad que incluía a Julio Alak, Carlos Melconian, Horacio Rodríguez Larreta y Marcelo Bonelli. La influencia de Kirchner en la política interna de Racing era inevitable. No solo con dirigentes cercanos. Por el club se movían empresarios que acercaban jugadores y que se los señalaba como hombres de Kirchner. Las tierras en las que Racing construye un predio en Esteban Echeverría se entregaron –al igual que a Boca– cuando Cristina era presidenta. El complejo, frenado durante mucho tiempo porque vecinos reclaman que afecta una reserva natural, lleva su nombre. Y una bandera con la cara de Kirchner se mostró en el Cilindro hasta cuatro años después de su muerte.
En 2009, los socios otra vez votaban, pero Racing seguía siendo Racing. Y meses después peleaba otra vez contra el descenso. El técnico era Ricardo Caruso Lombardi. Kirchner era candidato a diputado y aprovechó un acto con la UOM en el microestadio de Racing para visitar a los jugadores. El productor Javier Grosman, que trabajaba en la campaña, tuvo la idea después de una charla con González García. A Caruso le gustó. Kirchner aterrizó en helicóptero sobre una de las canchas auxiliares. Charló con los jugadores y prometió dos televisores si le ganaban a Boca. Racing le ganó a Boca. Kirchner, unos días después, llevó cuatro televisores.
–Siempre tiraba cosas de fútbol con las que generaba un vínculo –recuerda Grosman–. A mí me decía: “Che, Ruso, tenemos que ganar este fin de semana” o “qué mal que jugamos el domingo”. Vivía el fútbol. No lo analizaba, lo vivía.
–Néstor no hablaba de otra cosa que de política –dice Miguel Núñez–. Todo era una cuestión política. La única cosa que lo podía sacar del tema político era Racing.
Alberto Fernández le contó a la periodista Ángela Lerena que una vez, cuando era jefe de Gabinete, lo quiso gastar a Kirchner porque Argentinos, su equipo, le había ganado a Racing. Alberto fue a la Casa Rosada con el buzo del arquero Marcelo Pontiroli. Kirchner enfureció y le sacó las llaves de su casa. “Me hizo volver a la 1 de la mañana a buscar las llaves. Cuando se lo recriminé me dijo ‘nunca más te rías de que nos ganaron’”, recordó el ahora presidente. Conocía esos enojos, pero también conocía que Racing podía sacarlo de otras broncas. Era ahí cuando miraba a Núñez y le pedía ayuda:
–Miguel, hablale de Racing, por favor, hablale de Racing. «