Aunque el Word no detecte la palabra rabina cuando se tipea en femenino, las rabinas mujeres existen. En 2005 la argentina Silvina Chemen se convirtió en la décima de Latinoamérica y el Caribe. Desde ese momento junto su par Daniel Goldman comparte el púlpito de Bet-El, una de las comunidades judías liberales más emblemáticas del continente fundada por el rabino Marshall Meyer, un histórico militante de los derechos humanos.
Como en cualquier disciplina institucional y de estructura patriarcal, el camino de Silvina fue una ruta de desobediencia. Ser mujer y querer ocupar lugares que ancestralmente, desde los tiempos bíblicos, estuvieron ocupados por varones se convirtió en una odisea personal que comenzó al interior de su propia familia, de origen sirio.
En rigor, ella continuó el linaje de mujeres desobedientes que la antecedieron: como su bisabuela, que se separó porque su pareja no la dejaba rezar en otro templo. De Silvina se esperaba que fuera ama de casa, buena en la cocina oriental y siempre al servicio del varón. A los 24 años ya se había recibido de maestra de hebreo. Quería conocer el mundo, dice a LATFEM en su oficina de Bet-El. Se anotó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la carrera de Comunicación Social en la primavera democrática y con esa pequeña insumisión pudo conocer lo que pasaba más allá de su familia y el templo. En mi casa no se hablaba de política, no había libros. Yo no sabía lo que era la ´izquierda´ o la ´derecha´. Empecé a leer como loca porque no conocía el mundo. Esa fue mi primera ruptura: mi mamá me preguntaba para qué iba a la universidad, cuenta.
Mientras avanzó en su formación académica, nunca abandonó la sinagoga donde cantaba y tocaba el piano. Cuando el rabino de turno se iba de vacaciones, la dejaba a cargo. Así empezó a dar sus primeras prédicas. Hasta que una pareja le pidió que lxs casara porque le gustaba como hablaba y de ahí empezaron a aparecer más parejas, entierros y otros oficios religiosos. La gente me empezó a llamar rabina sin serlo, recuerda la mujer que hoy tiene 55 años.
Su mayor enfrentamiento con la estructura machista de la institución fue cuando ingresó al Seminario Rabínico Latinoamericano.
Discutía por los programas de estudio, por la misoginia en los textos que elegían y porque la carrera del rabinato no estaba pensadas para mujeres y menos para las madres que como yo teníamos dos hijos chicos, recuerda. Más tarde la convocaron desde Bet-El, como una apuesta especial. Recuerda que en ese momento Daniel Goldman le dijo: Acá vos nos sos la rabina de las mujeres, sos la rabina de todxs, de la comunidad. Y en segundo lugar, vos no sos la rabina de desecho, de segunda. Vos haces lo que a vos te gusta.
¿Te considerás feminista?
Sí. Hay que decir que hay feminismos en plural. Para mi feminista somos todas las mujeres que luchamos por la igualdad. También hay varones feministas. Tengo filiación en cualquier tipo de movimiento donde se evidencie la desigualdad existente.