En el punto más emocionante de sus primeros tres días en Colombia, el papa Francisco escuchó este viernes los testimonios directos de dos víctimas y dos victimarios del conflicto armado colombiano que separó al país durante 53 años y, además de pedirles perdón a unos y verdad a otros, aseguró que el enfrentamiento mostró que «al final somos todos víctimas». El Papa señaló tras escuchar los testimonios que le gustaría «tener la gracia de Dios para llorar con ustedes».

El primero en hablar fue Juan Carlos Murcia Perdomo, del Caquetá y por 12 años miembro de las FARC. «Cuando me reclutaron tenía dieciséis años; después de poco tiempo perdí la mano izquierda, manipulando explosivos», comenzó su relato Murcia, quien explico que al inició colaboró con «convicción en la causa de la revolución» antes de sentirse «frustrado y utilizado».

Ahora este ex guerrilero instaló una fundación para el desarrollo del deporte y para que los jóvenes no sean reclutados ni por las armas ni por las drogas.

Deisy Sánchez Rey, reclutada por su hermano para el grupo parapolicial Autodefensas Unidas de Colombia cuando tenía 16 años contó la historia de su arresto y paso por el grupo armado. «Por 3 años hice parte del conflicto armado, hasta cuando fui arrestada. Después de más de dos años de cárcel quería cambiar de vida, pero fui de nuevo obligada a entrar en el grupo» hasta su desmovilización, relató ante el pontífice.

La exparapolicial contó cómo se dio cuenta de que ella misma «había sido una víctima, que era justo que aportase a la sociedad, a la cual había hecho daño gravemente en el pasado» y por ello decidió estudiar sicología y ahora trabaja con población víctima de la violencia, jóvenes vulnerables y personas adultas en rehabilitación por consumo de drogas. «Le pido al Santo Padre que rece para que los colombianos nos reconciliemos», dijo mirando a Francisco.

También contó su experiencia Luz Dary Landazury, víctima de la explosión de una mina antipersonal puesta por la guerrilla en los alrededores de Tumaco, en el Océano Pacífico colombiano, en octubre de 2012, que la causó importantes daños una pierna, por lo que usa muletas.

En ese maco, contó que tras ese episodio empezó a enseñar a prevenir el riesgo de accidentes por los millones de minas y ofrendó una de sus muletas sobre el escenario.

Quizás el más duro de los testimonios fue el último, el de Pastora Mira García, todo un símbolo de la violencia y una vida cruzada por las tragedias desde que, con seis años, mataron a su padre, y después cuando mataron a su marido y quedó sola con una niña de 2 meses.

«Hay que tener la capacidad de nombrar lo innombrable y perdonar lo imperdonable», aseguró. «Entré a trabajar en la inspección de policía, pero tuve que renunciar por las amenazas de la guerrilla y los paramilitares, que se habían instalado en la zona», explicó Mira.

En 2001, continuó Mira ante el papa, «los paramilitares hicieron desaparecer a mi hija Sandra Paola. Emprendí su búsqueda, pero encontré el cadáver solo después de haberlo llorado por 7 años».

«En 2005, el Bloque Héroes de Granada, de los paramilitares, asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor», agregó, y contó que tres días después de haberlo enterrado, encontró herido a un joven y lo cuidó y descubrió después que era uno de los asesinos de sus hijos, que le revelo cómo lo habían torturado antes de matarlo.

«Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada», planteó antes de poner la camisa que su hija desaparecida había regalado a su hermano Jorge Aníbal a los pies de la cruz de Bojayá, que simboliza una matanza de las Farc que en 2002 provocaron 79 muertos.

A cada uno de ellos Francisco dedicó una palabra: a Luz Dary le reconoció: «Con tu amor y tu perdón estás ayudando a tantas personas a caminar en la vida».

A Deisy y Juan Carlos les agradeció un testimonio que muestra cómo «al final, de un modo u otro, también somos víctimas, inocentes o culpables, pero todos víctimas. Todos unidos en esa pérdida de humanidad que supone la violencia y la muerte».

«También hay esperanza para quien hizo el mal; no todo está perdido. Es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse. Como ha dicho Deisy, se debe contribuir positivamente a sanar esa sociedad que ha sido lacerada por la violencia», agregó luego.

Al final, Francisco opinó que las palabra de Juan Carlos mostraron que «en todo este proceso, largo, difícil, pero esperanzador de la reconciliación, resulta indispensable también asumir la verdad» y que eso es «un desafío grande pero necesario».