Hace dos años, el 18 de mayo de 2019, el amplio cauce del campo político nacional, popular, progresista, democrático, plural y feminista conseguía reunirse en una misma coalición política, después de largos años de fragmentación y desencuentros.
A fines de 2017, muchos dirigentes, militantes y colectivos comprendieron que seguir separados era funcional sostener al macrismo en el poder. Está situación empujó a muchos y muchas a transitar un camino hacia una mayor unidad del campo nacional y popular.
A través de la decisión estratégica de Cristina Fernández Kirchner de postular a Alberto Fernández como candidato a presidente; de la lucha de las organizaciones políticas, el movimiento obrero, los movimientos sociales, las PYMES y los empresarios nacionales, el movimiento estudiantil, los colectivos feministas, culturales y artísticos y de la convicción de millones de argentinos y argentinas dispuestos a enfrentar al neoliberalismo y poner a la Argentina de pie, se consiguió dar un paso histórico para derrotar a una coalición de derecha que había arrasado con al país, construir mayorías a través del voto popular y retomar el sendero del desarrollo con inclusión social.
Alberto y Cristina no fueron sólo una fórmula electoral. Por el contrario, expresaron y expresan la síntesis de un proceso político popular que tiene como desafío principal que la salida de esta pandemia sea más Estado, más democracia, más derechos y más igualdad.
Dos años después, queremos movilizar la memoria de aquel acontecimiento para atizar la chispa de ese pensamiento estratégico que dio lugar al Frente de Todos y que necesitamos invocar para afrontar el presente e imaginar futuros deseables.
Dos años después, seguimos creyendo que la “unidad en la diversidad” es la mejor forma de construcción política y que llegó el momento de ser más creativos y audaces para generar una metodología que permita procesar las tensiones y sintetizar las distintas posiciones que se dan en el Frente de Todos. Apostamos a una coalición sólida, vibrante, plural y crítica en la cual sus contradicciones no lastimen al bloque histórico popular, sino que lo dinamicen y potencien. Apostamos a la unidad como práctica política cotidiana que se potencia cuando se da en todos los niveles, de forma integral y en todos los ámbitos, de abajo hacia arriba y arriba hacia abajo. Confiamos en una unidad que ayuda a los argentinos y argentinas a ordenar la vida.
Dos años después, continuamos con la misma fuerza y las mismas convicciones, junto al compañero presidente Alberto y nuestra compañera vicepresidenta Cristina, elaborando políticas públicas, ideas y acciones para reconstruir nuestro país y nuestra América Latina.
Los daños de la pandemia y la política del cuidado
La pandemia continúa y los daños son invaluables. Van desde la pérdida irreparable de vidas humanas hasta una intensificación de la pobreza que no podemos naturalizar y que se extiende con fuerza por toda la región; impacta fuertemente en destrucción de empleos y en la quiebra de empresas, en trayectos educativos alterados, en relaciones sociales –afectivas, laborales, barriales- mutiladas, en proyectos personales y familiares truncados. La dimensión global de los acontecimientos que vivimos no obtura la percepción de que nuestro país está sufriendo un proceso de aguda conmoción, de puesta en cuestión de las certezas sociales que, a duras penas, habían conseguido sobrevivir al desorden neoliberal.
Ningún gobierno elige las condiciones en las que debe gobernar sino que las afronta tal y como son. Para eso es elegido democráticamente. El nuestro debe hacerlo sobre la combinación de las ruinas que nos dejó el macrismo y los efectos, en tiempo real, de la pandemia. En ese marco, rescatamos y reivindicamos un aspecto central del proyecto político del Frente de Todos, que atraviesa al conjunto de su accionar de gobierno y motiva también la práctica política de la militancia que lo apoya y la amplia red de simpatizantes que lo acompañan: la política del cuidado.
Política del cuidado es la que está detrás de la enorme inversión destinada a recuperar el sistema sanitario, expresada en la construcción de hospitales modulares y en la permanente ampliación de camas de terapia intensiva, de respiradores y de insumos hospitalarios, entre tantos otros elementos como el despliegue del programa DetectAR o la aplicación CuidAR. Esta política también se advierte en la apuesta por invertir en investigación y creación de tecnología nacional para afrontar la pandemia, como en el caso de la “Unidad Coronavirus Covid-19”, integrada por expertas y expertos en ciencia, tecnología e innovación, así como por organismos del Estado.
La política de cuidado es la que permitió poner por delante, desde el inicio de la pandemia, el valor de la vida como el bien más importante que toda sociedad debe cuidar para no caer en el salvajismo del sálvese quien pueda o en el cinismo autodestructivo de la indiferencia. Las medidas de distanciamiento, tildadas de “restricciones a la libertad” por la mala fe de sectores políticos que solo saben conjugar la primera persona del singular, forman una parte central de las políticas del cuidado. El plan de vacunación más grande de la historia argentina, público, gratuito y optativo, es una enorme política de cuidado que tiene que lidiar con las inequidades indignantes de una globalización neoliberal en la que todo se compra y todo se vende, incluso en medio de un desastre sanitario, donde cada vez es más patente que las instituciones internacionales no alcanzan a sobreponerse a los intereses de unos pocos laboratorios que defienden su derecho a apropiarse de fortunas incalculables a costa de la salud de países enteros, así como de unos pocos gobiernos que acaparan de forma innecesaria el acceso masivo a vacunas.
Por medio de la política de cuidados también logramos sancionar, con la determinación que hacía falta, el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo y la ley de los mil días, para cuidar la vida de las personas gestantes y de quienes maternan.
La política del cuidado es también una orientación económica que se esfuerza por paliar las consecuencias de esta catástrofe inédita, incluso en medio de las grandes limitaciones preexistentes. La preocupación por la alimentación, materializada a través de la tarjeta Alimentar y la entrega de mercadería a comedores comunitarios; la renegociación de la impagable deuda externa con los acreedores privados, con criterios claros de defensa del interés nacional; el sostén de empleos y empresas garantizado por los programas de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) y Repro II; el paliativo contra el aumento de la pobreza que significó el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) en 2020 y el reciente bono para titulares de AUH/AUE y monotributistas; los bonos especiales para los y las profesionales de la Salud; la entrega de remedios gratuitos y el pago de bonos a la mayoría de las personas beneficiarias de jubilaciones y pensiones; el apoyo económico a las mujeres que cocinan en los comedores comunitarios en los barrios populares; la exención del pago del impuesto a las ganancias para salarios inferiores a 150 mil pesos, entre muchas otras políticas, son también todas ellas políticas de cuidado. Son medidas insuficientes, qué duda cabe, porque el daño que estamos sufriendo es, todavía, demasiado grande. Pero resulta imprescindible ponerlas en valor, analizar sus resultados para corregirlas, dialogar sobre ellas con el conjunto de la sociedad, escuchar sus deficiencias y comprometerse a trabajar para mejorar su eficacia y su alcance.
El proyecto político del Frente de Todos es un proyecto de cuidado, de protección, de asistencia, de solidaridad, de compromiso, de trabajo, de comunidad. Concibe un Estado que vela por el bienestar y los derechos de la ciudadanía, que no la abandona ni la entrega a las leyes de la competencia salvaje, que confía en la conciencia y el accionar de la comunidad, que apela a las mejores reservas que mantiene el pueblo argentino para salir adelante. Esa es la base imprescindible para transitar este momento y construir el paso siguiente, verdadero mandato electoral y razón de su existencia: la reconstrucción del país.
Una oposición política que juega con la democracia y un grupo de poderosos con pocos escrúpulos
Cuando es necesario contar con una dirigencia política capaz de encontrar puntos de acuerdo imprescindibles para la administración de una situación catastrófica, el grueso de la oposición política abandona su compromiso y avanza por un rumbo de consecuencias riesgosas. Lo que se mostraba como un panorama heterogéneo al interior de la coalición opositora parece haber sido ganado, en las últimas semanas, por las variantes más extremas. Esto configura un agravamiento serio de las condiciones en que transitamos la vida pública de nuestro país.
Mientras consideramos que las críticas constructivas siempre pueden aportar, resulta muy grave el ataque sistemático contra las políticas de cuidado.
Las posibilidades de acceder a una vacuna se convirtieron en una ocasión para una burda denuncia por envenenamiento masivo; miles de familias con niños y niñas en edad escolar son tomadas de rehenes para escenificar un lanzamiento de campaña; el partido político del ex presidente convoca a manifestaciones contra las políticas de cuidado mientras los dirigentes opositores con responsabilidades de gestión –incluso las de su mismo partido- intentan disminuir la circulación social. ¿Realmente piensan que de este modo van a construir una dirección alternativa para el rumbo del país o solamente están enceguecidos por una dinámica destructiva? ¿No tiene, acaso, ningún valor el recuerdo de Antonio Cafiero junto a Raúl Alfonsín en la Casa Rosada en aquella semana santa de 1987? ¿No es suficientemente seria la amenaza de una catástrofe global para recapacitar, después de haber dejado al país en default, con millones de nuevos pobres y una sociedad rota por la desigualdad?
Quizás como reflejo criollo de un fenómeno extendido en todo el mundo, también en nuestro país cobran fuerza las versiones extremas de una nueva derecha que apela a repertorios violentos de acción colectiva tales como los escraches en las casas de autoridades políticas elegidas democráticamente; que sugiere la necesidad de una regresión autoritaria con voto calificado; que acusa a un sector de la sociedad de “secuestrar” a sus propios hijos e hijas por respetar los protocolos escolares; y que exige que los hospitales sigan funcionando normalmente en la provisión de todos los tratamientos aún con un pico de casos. Bajo el asedio de la pandemia, se fortalecen los discursos que postulan la razón de todos los males en chivos expiatorios que, indefectiblemente, se encuentran al interior de nuestra propia sociedad, en sus sectores más vulnerables.
En este clima, los consensos pluripartidarios que marcaron los tiempos del “Nunca Más” sufren tensiones inéditas. Vuelve a percibirse con nitidez la lisa y llana imposibilidad de aceptar a las identidades políticas mayoritarias entre nuestro pueblo como parte del juego democrático. Esto sumado a un fortalecido negacionismo que pone en duda el proceso de Memoria, Verdad y Justicia y que apela al desprestigio de los derechos humanos.
Si miramos nuestra región podemos observar que la democracia empieza a ser parte de la vida republicana y representativa que las minorías oligárquicas y los poderes reaccionarios están dispuestos a desconocer para defender sus privilegios.
Una ínfima minoría de nuestra sociedad, propietaria de grandes patrimonios mayores a 200 millones de pesos, fue compelida a realizar un aporte económico por ley del Congreso de la Nación. Aún en medio de una catástrofe social, con niveles de pobreza superiores al 42 por ciento de la población ¿cuál fue su respuesta? Una gran parte cumplió con la ley mientras que una pequeña parte asumió una conducta egoísta y desaprensiva que tuvo como una de sus consecuencias más de 200 amparos judiciales para rechazar el pago. Ninguna vida acomodada cambiará por realizar ese aporte, no se perderá ni una porción infinitesimal de calidad de vida, ningún proyecto personal dejará de llevarse adelante. Sin embargo, dueños de grandes empresas, CEOs, gerentes, herederos de fortunas amasadas a lo largo de la historia argentina -no siempre de manera sancta-, no encontraron mejor respuesta a las necesidades de la sociedad que el desprecio por la voluntad popular, expresada a través de sus representantes legítimamente electos.
Incluso, en algunos casos, los dueños de grandes medios de comunicación -que no es la primera vez que rechazan las leyes de la democracia- reinciden y parecen querer decirnos, ante todo, que no se trata de una cuestión de dinero sino de poder. Que la política no los puede afectar y que la telaraña de un sistema judicial corporativo y maniatado puede frenar cualquier cambio. Que hasta el último peso de su propiedad vale más que la vocación de mitigar el daño que estamos sufriendo. Que solo aceptan, eventualmente, la caridad hipócrita de quienes están seguros de que siempre serán los dueños de todas las cosas, como la de aquella antigua sociedad de beneficencia que una joven artista y política, llena de convicciones airadas y de ideales redentores, Eva Perón, supo en su momento dejar expuesta y con ello ganarse para siempre el corazón de su pueblo.
Imaginar un futuro común
Se trata de minorías poderosas, pero minorías al fin. El Frente de Todos mantiene su estrategia de diálogo por la convicción política de que la resolución de los dramas de la Argentina contemporánea es imposible sin la generación de un marco general de acuerdos. Al menos con grandes mayorías que trasciendan a un espacio político. Aunque no siempre encuentre eco sectores de la oposición, la realidad es que la Argentina necesita un nuevo contrato económico, social y democrático. Esta es la definición estratégica que fundó el Frente de Todos, que fundamentó su formación, sostiene su acción de gobierno y proyecta su recorrido hacia el futuro. Es consigna y programa.
Porque es imposible transformar una economía bimonetaria sin algunos consensos elementales que deben incluir al conjunto de los actores de la política nacional. Porque es preciso decir “Nunca Más” al círculo vicioso de sobreendeudamiento irracional y fuga de capitales. Porque la escasez de dólares no es una ocurrencia ocasional o el fruto de un mal manejo macroeconómico, sino una condición de nuestro carácter periférico. Porque la inflación no se resuelve en cinco minutos. Porque el bajo crecimiento económico y la reticencia inversora de nuestras élites no dependen de soluciones mágicas. Porque terminar con la pobreza en la Argentina no puede ser un eslogan facilista, sino un compromiso que requiere animarse a romper privilegios, quebrar inercias y poner en práctica ideas nuevas.
Doce años de políticas distributivas y alto crecimiento económico, en su momento, no consiguieron establecer un piso de igualdad en el acceso a la vivienda, el empleo y la tierra para el conjunto del pueblo argentino. Porque en la actualidad los problemas prioritarios empiezan por lo más primigenio: garantizar la alimentación, en cantidad y en calidad suficiente para quienes habitan nuestra tierra. No se puede naturalizar la fractura social entre incluidos y excluidos como si se tratara de una condena, una nueva frontera interior que divide de manera fatal a nuestra sociedad.
Es preciso ejercitar la imaginación política para encontrar las formas de construir consensos que permitan acuerdos claves sobre temas estratégicos para el desarrollo sustentable del país. Porque si la institucionalidad no funciona, los beneficiados son siempre los más poderosos y los perjudicados los más débiles. En 2001 vivimos lo que sucede cuando la dirigencia política se posiciona de espaldas a la sociedad y destruye los lazos de representación, abandona los proyectos de país, entrega las convicciones en el altar de los pequeños beneficios corporativos.
Ese contrato social, en nuestra opinión, requiere también expandirse. Sin duda, hacia el terreno del debate y la apropiación, en clave nacional, de una verdadera agenda de transformación de la estructura productiva, con el cuidado del medio ambiente y la modificación de nuestros hábitos de consumo y de relación con la naturaleza.
También hacia la lucha contra la violencia de género y contra todos los discursos odiantes hacia las disidencias. De igual manera, hacia la convicción de que nuestro destino no puede separarse del de nuestros países vecinos, hermanos en la larga lucha de estos quinientos años por unirnos y ponernos de pie.
En un mundo marcado por crecientes fuerzas de exclusión, encontramos una inspiración en la convocatoria a la solidaridad de todos y todas en los diversos movimientos sociales que en todo el mundo hacen frente a un neoliberalismo financiero que propaga la cultura del descarte, así como a las nuevas formas de derecha autoritaria, que castiga a los grupos más débiles. Se trata de poner en el centro lo común, reconstruir un orden social asentado en las cuestiones centrales de un país normal: alimentación para todos y todas, trabajo para todos y todas, tierra y vivienda para todos y todas. Crecimiento económico con políticas de desarrollo humano, social y ambiental, políticas activas contra la violencia de género, un país con una inserción inteligente y multilateral en un mundo en crisis.
Es tiempo de cuidar y cuidarnos, mientras trabajamos por la reconstrucción del país. La Argentina se pondrá de pie. Con Alberto, con Cristina y con todos y todas.
Sobre Agenda Argentina
Agenda Argentina es una iniciativa conjunta de una nueva generación de colectivos de pensamiento crítico de los ámbitos académico, profesional, político y cultural. Busca contribuir a la elaboración de programas y propuestas que expresen respuestas para los nuevos interrogantes teóricos y políticos y para la comprensión de fenómenos sociales novedosos. Impulsa ámbitos de debate y acuerdo para el diseño de políticas transformadoras que encaucen a la Argentina en una senda de crecimiento sostenible.
Integran Agenda Argentina: Grupo Callao, Espacio Atahualpa, Grupo Fragata, Centro de Formación y Pensamiento Génera, Usina del Pensamiento Nacional y Popular, Comunes, Centro de Estudios Scalabrini Ortiz, El Sur No Espera, Centro de Estudios Atenea, Proyecto Hábitat, Instituto de Energía Scalabrini Ortiz, Usina de Estudios Políticos Laborales y Sociales y Grupo San Juan.