Entre 2001 y 2002, Giselle Rímolo ocupó metros de papel de diario y horas de radio y TV con su historia de falsa-médica-novia-de-un-locutor-famoso que había arruinado la salud de pacientes causando, incluso, la muerte de uno. Tres lustros después, el caso tuvo su cierre judicial: ahora sí, fallo de la Corte mediante, Rímolo es culpable e irá a la cárcel, o a un neuropsiquiátrico. Pero la repercusión no es la misma: Rímolo era «la» noticia en 2001; hoy es apenas «una» noticia más.
La lentitud del Poder Judicial está divorciada de la ansiedad de la opinión pública (mejor dicho, «opinión publicada») por conocer, ya, qué pasó y sacarse de encima la cuestión lo más rápido posible. El gobierno de Cambiemos interpretó esa situación como ningún otro en la historia de la democracia reciente. Creadores vernáculos de la «post verdad», saben que Lázaro Báez, Julio De Vido, Amado Boudou o incluso CFK presos dentro de diez años no sirven para apaciguar hoy los ánimos sociales (probablemente creados de manera artificial). Deben estar presos hoy. La Justicia es secundaria.
Los presuntos homicidas de Nicolás Pacheco, periodista partidario de Racing Club asesinado en 2013, fueron condenados pero hasta ahora siguen libres. Los hermanos Alan y William Schlenker sólo fueron detenidos por el homicidio de otro barra brava de River, Gonzalo Acro, cuando las condenas quedaron firmes. El futbolista Alexis Zárate, seis años y medio por violación, esta tarde podría jugar para Temperley en lugar de escuchar el partido por radio desde una celda. El exsecretario de Transportes Juan Pablo Schiavi y el motorman Marcos Córdoba están en libertad pese a sendas condenas de cumplimiento efectivo por la «tragedia de Once». La lista de condenados libres es interminable; la de presos sin condena comienza a serlo.
La consigna es: «estos se la robaron toda (no importa si eso es judicialmente cierto o no) y entonces deben estar en la cárcel». Punto. La discusión sobre ese pequeño librito llamado Constitución Nacional es, como decía Aldo Rico en los levantamientos carapintadas de los 80/90, «una jactancia de intelectuales».
Es necesaria una troika de circunstancias: pecados originales (casos de corrupción que parezcan corrupción y estén muy expuestos), jueces permeables (por convicción, por necesidad o vocación de perdurabilidad) y una gran parte de la sociedad dispuesta a aplaudir. No importa si para acabar con el canibalismo se están comiendo al caníbal. «