Un aire enrarecido flota por estas horas en la exSIDE –llamada sucesivamente SI (Secretaría de Inteligencia) y AFI (Agencia Federal de Inteligencia) –a raíz del DNU que acaba de firmar el presidente Alberto Fernández para prohibir que sus agentes realicen funciones policiales o de investigación criminal. La medida tiene el propósito de evitar su promiscuo vínculo con jueces y fiscales. Las reformas impulsadas desde el Poder Ejecutivo también incluyen el fin de sus gastos reservados y el control que ejercen sobre las escuchas telefónicas. Aquellas potestades eran clave para armar toda clase de maniobras políticas. Claro que semejantes disfunciones no son cosas del pasado reciente, dado que, en rigor, se trata de un organismo que nació torcido.
Para comprobarlo basta leer Caso Satanowsky, el libro de Rodolfo Walsh que puso al descubierto el crimen, en junio de 1957, del abogado de un accionista del diario La Razón que se resistía a financiar campañas sucias. Así se supo que el hecho fue obra de la SIDE por orden expresa de su director, el general Domingo Quaranta.
Lo cierto es que, tanto en dictaduras como bajo regímenes democráticos de baja intensidad, la SIDE fue la cloaca del Estado. Y una fuente de horrores no exentos de humor involuntario.
He aquí algunos de sus hitos.
Ya de por sí, la convivencia entre los espías y la justicia federal saltó a la luz pública con un paso de comedia. Fue a fines del siglo pasado cuando la ex esposa del juez Juan José Galeano tramitaba la división de bienes resultante del divorcio ante una magistrada. Ella preguntó:
– ¿Cuánto gana su marido?
– Diez mil pesos mensuales (por entonces, regía el uno a uno).
– Pero… el sueldo de un juez es de cinco mil.
– Si. Pero los otros cinco mil son del sobre de la SIDE.
No tardó entonces en saberse que casi todos los jueces de Comodoro Py recibían ese beneficio.
Desde luego que los espías también se divorcian. Tal fue el caso, por aquella misma época, del director de finanzas de la SIDE, Daniel Salinardi, quien, además, oficiaba de testaferro del organismo. La totalidad de sus bienes –decenas de inmuebles, empresas fantasmas y cuentas bancarias– figuraba a su nombre. El problema se desató al naufragar su matrimonio, dado que en el juicio de divorcio su ex esposa reclamaba la mitad del patrimonio de la SIDE. Había que ver las súbitas irrupciones de empleados judiciales y peritos en las cuevas ultrasecretas para tasar las propiedades. Todo concluyó con una compensación económica otorgada a la demandante.
Tampoco es un hecho menor que el otrora poderoso Antonio Stiuso sea el agente secreto más famoso del país. Ocurre que en Argentina los espías son conocidos por el gran público. Transitan noticieros y revistas de actualidad. Y Stiuso es un paradigma al respecto.
El tipo era en la SIDE parte de una capa geológica originada durante la última dictadura. Una camada de fisgones formateada según las normas del terrorismo de Estado. Y que con el paso del tiempo maduró al amparo de los sucesivos gobiernos democráticos. Un grave descuido de la República y un prolífico semillero de trapisondas, crímenes y dislates.
Al respecto bien vale evocar dos personajes: los agentes Patricio Finnen y Alejandro Brousson. El primero se inició en el mundo del espionaje durante los años de plomo en la Base Billinghurst, bajo cuyo control operativo estaba el centro de exterminio Automotores Orletti; el otro era un oficial del Ejército asimilado a la SIDE tras servir en el Batallón 601. Ya en los ’90, lideraron la denominada Sala Patria, un grupo de “La Casa”, cuya base secreta –el barrio entero lo sabía– se encontraba en el cuarto piso del Edificio Barolo, sobre la Avenida de Mayo. Entre sus hazañas resalta la entrega del soborno de 400 mil dólares al primer procesado por el atentado a la AMIA, Carlos Telleldín, y el secuestro en México del guerrillero Enrique Gorriarán Merlo. Bendecidos con poderes y recursos sin límites, jamás imaginaron el estrepitoso final de sus carreras. Eso ocurrió en 2001 a raíz de un falso atentado contra Bill Clinton.
Aquella historia tuvo su origen cuando el marido de Hillary, a poco de dejar la presidencia, viajaba a Buenos Aires para un coloquio internacional. La dupla Finnen-Brousson vio entonces la ocasión propicia para articular una fina operación de inteligencia. Su objetivo: ganarse la confianza de la CIA. Así fue como contrataron en la Triple Frontera a un soplón paraguayo que antes había trabajado para los norteamericanos. A cambio de un suculento fajo de billetes, concurrió a la Embajada de los Estados Unidos en Asunción para informar que se preparaba un complot en contra del ex mandatario. Al mismo tiempo, desde Buenos Aires, Sala Patria irradiaba un informe idéntico. Los autores del plan creían que ambas advertencias, llegadas en paralelo por vías supuestamente distintas, encenderían todas las luces de Washington, logrando así la estima de la central de inteligencia más poderosa del mundo. Pero algo falló: los agentes criollos no habían previsto que el paraguayo sería sometido en la embajada al detector de mentiras y terminó confesando que ellos le habían pagado para llevar el dato apócrifo. Desde entonces, Finnen y Brousson pasaron a integrar el ejército de desocupados.
Ese es parte del mundillo que el DNU presidencial intenta dejar atrás. «