Es viral: la estigmatización de la pobreza se agita en la edición de la tv porteña y se expande a otros medios y plataformas. La cobertura mediática de la concentración piquetera del jueves 14 en Plaza de Mayo fue un laboratorio que combinó la tradicional opinión de periodistas, columnistas y animadores, con una dosis de testimonios editados de los pobres movilizados. Esta vez, la dosis editada de la voz de la pobreza fue más cruel con las personas entrevistadas. ¿Casualidad?
“¡Mirá esa piquetera, hace dormir en la calle a su hija y dice que no es justo que la manden a trabajar!” El caso de la mujer de 28 años y madre de tres hijos que, entrevistada por Sandra Borghi en TN, narró sus condiciones de vida, es elocuente. La entrevista en vivo duró 6 minutos, pero fue editada con un titular dirigido a la viralización que contradice el duro testimonio. Amputado del resto de la declaración, el breve video sirvió para sacudir el morbo.
No importa que el recorte de las expresiones más incómodas de los pobres sea injusto con la explicación que esas mismas personas brindan en las entrevistas que logran cuando se movilizan al centro de Buenos Aires y los medios les prestan la pantalla. ¿Quién quiere escuchar fundamentos de seis minutos, cuando 50 segundos logran reforzar todos los sesgos?
Con la vocación de lograr el rápido contagio en redes sociales digitales y medios online (acá la edición replicada por Infobae y, en cambio, acá Perfil intenta reponer el contexto del testimonio), los videos necesitan no sólo ser breves para capturar la atención en menos de un minuto, sino también apelar a las emociones más bajas y activar la indignación. La indignación se capitaliza en tráfico online, reenvíos por WhatsApp y en comentarios escandalizados.
La tv es impulsiva. La edición del material audiovisual suele ser (algo) más cuidadosa en aspectos técnico formales que en cuestiones analíticas. La falta de tiempo, de dedicación y de razonamiento sobre el contexto en las redacciones opera como percutor del efectismo. Las redacciones están, a su vez, afectadas severamente por la precarización del trabajo periodístico y por una rutina que exige a cronistas, camarógrafos, productores y conductores producir más en menos tiempo. El resultado es un combo que busca ser deglutido y multiplicado mientras compite por la atención ciudadana en las redes. La polarización política y social es al mismo tiempo causa (porque lubrica) y efecto (porque es lubricada) en este proceso.
Sin embargo, y aunque el ritmo vertiginoso de la producción periodística conspira contra ediciones más cuidadosas del contenido y respetuosas del sentido de los testimonios, el hecho de que la tergiversación opere generalmente para el mismo lado, es un rasgo digno de atención. Los pobres movilizados, o sea, no todos los pobres, “no quieren trabajar”. La moraleja es un atajo para abordar los problemas sociales, e incluso para olvidar que estos problemas llevan décadas de incubación –lo que no exime de responsabilidad al presente-.
Así, los videos virales sobre la pobreza como los producidos a partir de la movilización del 14 de julio son una coartada que naturaliza el estado de las cosas y justifica el rechazo a quienes se rebelan contra la condición de pobres.
Desde una perspectiva política muy diferente a la de quien escribe esta nota, Gabriel Palumbo dio en la tecla cuando reflexionó sobre estos episodios: “hay un regodeo en estas cosas y se las utiliza para demonizar la pobreza, para mostrar que con esta gente es imposible hacer nada”. Gente que supuestamente se autoincrimina en televisión como aficionada a los planes sociales porque no quiere trabajar. Gente por la que no vale la pena preocuparse desde la política pública. Gente inferior. Gente que sobra.
Cuando la edición del material obtenido sobre la vida de los pobres reproduce y exalta los prejuicios, allana el camino para justificar su exclusión y las injusticias que padece casi el 40 por ciento de los argentinos.