«Pido perdón a nuestros queridos hermanos venezolanos por la abstención de la Argentina a la condena de crímenes de lesa humanidad en su país. Los argentinos de bien sentimos vergüenza por este gobierno que no defiende ni la libertad ni los Derechos Humanos». En octubre de 2022, el fundador del PRO cuestionaba en estos términos la decisión oficial de abstenerse en la votación en la que se definió la continuidad de la Comisión de Naciones Unidas (ONU) que investigaba las violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela.
Ahora es julio de 2023 y la foto de Jujuy devuelve disparos de fuerzas represivas a los ojos, órdenes de detención de dudosa legitimidad, ingreso ilegal de la policía a las universidades, encarcelamiento de abogados, amenaza de expropiación de la delegación de la UBA que gestiona el Pucará de Tilcara, habeas corpus preventivos. Una postal amenazante para el año en el que se cumplen 40 años de democracia, en una provincia cuyo actual gobernador integra una boleta de Juntos por el Cambio como candidato a vicepresidente.
Aquí son los organismos de Derechos Humanos locales e internacionales los que denuncian, los secretarios de Derechos Humanos de las provincias los que expresan preocupación en medio del silencio opositor, abroquelado detrás de un personaje que para poder gestionar la provincia mantiene detenida desde hace más de siete años a la principal referente popular a través de una ingeniería ilegal que, de haber ocurrido en el país gobernado por Nicolás Maduro, hubiese indignado al expresidente.
¿Quién va a pedir perdón por lo que Gerardo Morales está haciendo en Jujuy?
¿Quién le pedirá disculpas al pueblo santafesino por la bochornosa campaña electoral de la interna de Juntos por el Cambio en la que los contrincantes se revolean acusaciones de trabajar para el narcotráfico y sospechas de financiamiento ilegal de las acciones proselitistas?
¿Por qué será que el principal partido organizado de derecha, que hace esfuerzos discursivos por diferenciarse de la «ultraderecha» pero la imita y hasta la supera a la hora de la acción, decidió este camino electoral? ¿Por qué elige el quiebre del consenso democrático, no sólo en su relación con sus oponentes sino al interior de su propia fuerza política?
Esta semana comenzaron a difundirse los spots de las distintas coaliciones que disputarán las PASO dentro de un mes. El mensaje de la oposición que expresa al electorado de derecha queda claro: los palos de Jujuy tienen su correlato en el «todo o nada» de Patricia Bullrich, la promesa de eliminar al kirchnerismo para hacer las cosas rápido y sin anestesia se traduce en la estigmatización del que protesta, defiende sus derechos o resiste el avasallamiento. En esta edición, el doctor en Historia Mario Ranalletti explica el crecimiento de este tipo de expresiones en la necesidad de «negar al otro, deshumanizarlo», al estilo del negacionismo europeo posterior al Holocausto que –advierte– hoy constituye la segunda o tercera fuerza en países como Francia o la primera en Italia, y parece extender sus brazos a sur de América Latina.
Estremece imaginar que la campaña del «orden» sea una demanda social detectada en los focus group. Y que se haya instalado una vez más en la Argentina la idea de que es necesario un «cambio» a cualquier costo. Como si no se hubiese pagado cara la aventura del «primer partido de la derecha moderna» en 2015, por la que tampoco nadie pidió perdón. ««