«Estamos muy contentos de que el senador (Miguel Ángel) Pichetto haya aceptado acompañar a Mauricio Macri como candidato a vicepresidente de la República en esta elección», dijo el jefe de Gabinete Marcos Peña. De ese modo y por primera vez en los casi veinte años que lleva en el PRO comenzó a trabajar para la campaña de un candidato de origen peronista. Dicen que lo hace en nombre del mismo pragmatismo que supieron instrumentar en el peronismo desde su nacimiento. Un candidato del PJ en la cabeza de góndola electoral de Cambiemos era una hipótesis impensada para el núcleo más fiel del ministro coordinador y todo el equipo de comunicación que trabaja hace una década en estado de campaña permanente detrás del perfil de Macri.
Cuando decidió construirse como político, desde la conducción del Club Boca Juniors, el ahora presidente se imaginó como un posible candidato del peronismo postmenemista. La aventura nunca prosperó y desde entonces los socios con origen «populista» dentro del macrismo siempre fueron relegados, por los protagonistas de su séquito más convencidos de la creación del partido amarillo, que se construyó a partir de una minuciosa lectura de las demandas del público, para diseñar su oferta electoral sin resignar, ni evidenciar, la orientación política de derecha de sus fundadores y financiadores.
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El PRO siempre postergó a las incorporaciones provenientes del peronismo a un segundo plano. Desde este martes Pichetto ocupa un lugar al lado de Macri que el Presidente nunca le habría ofrecido a todos aquellos que insitieron, dentro del PRO y del Gobierno, con la incorporación a Cambiemos de aliados del PJ. El giro de Macri los puso en el pelotón de los ganadores, sin que ninguno de ellos llegue a la postulación que detentará el titular del bloque de senadores del PJ. Ese grupo está encabezado por el titular de la Cámara de Diputados Emilio Monzó, encargado de garantizarle a Macri la sanción anual del presupuesto y de leyes estratégicas dentro de un Congreso donde la alianza de macristas, radicales y lilitos carece de mayorías en el Senado y en la Cámara Baja. Ahí se tejió un puente de plata con el rionegrino Pichetto, en un recinto con representación de las 24 provincias, cuyos gobernadores eran atendidas desde la Casa Rosada por el ministro del Interior, Rogelio Frigerio. Ambas puntas de esa pinza, que permitieron acuerdos inéditos del oficialismo con el PJ, también le permitieron a Pichetto una exposición que nunca tuvo durante los tres lustros que lleva dentro del Senado.
Para pelearse públicamente con Peña y Durán Barba, en diciembre pasado Pichetto llegó a reivindicar a Frigerio en la última y accidentada sanción del presupuesto de este año, que estrenaba la aplicación del déficit cero luego del inédito endeudamiento pactado con el FMI. Así como Monzó terminó fortalecido luego de transitar un destierro del poder que no ha concluido, Frigerio fue el emisario elegido por Macri para anoticiar a Pichetto del ofrecimiento formal. El principal representante del «ala política» del Gabinete es parte de los que insistieron sobre la pertinencia de «la apertura» a aliados del PJ y ahora será uno de los defensores del «más vale tarde que nunca».
Las acciones de Monzó y Frigerio subieron en forma moderada dentro de los equilibrios inestables de Cambiemos. Ambas cotizaciones pueden subir, porque desde este miércoles, junto con el secretario de Interior, Sebastián García De Luca, podrán potenciar electoralmente la relación con los oficialismos provinciales que ganaron en la decena de provincias que realizaron comicios desdoblados de las presidenciales desde febrero. El principal destinatario de ese tejido es el reelecto gobernador de Córdoba, el peronista Juan Manuel Schiaretti, que ganó con una alianza compartida con el socialismo y el GEN, bajo la marca Hacemos Córdoba. Sus bases en el PJ tuvieron controversias contra los acercamientos del mandatario con Cambiemos, pero la llegada de Pichetto le darían los pretextos adecuados para justificarlos en octubre.
Lo mismo sucede con el radicalismo. Hace dos semanas, la Convención Nacional del partido ratificó su pertenencia a la alianza oficialista, pero mandató a su conducción ejecutiva para reclamar un vice radical para Macri, la ampliación de la alianza a socios provenientes del peronismo no kirchnerista y establecer mecanismos internos para garantizar la participación del partido en las decisiones del Poder Ejecutivo.
El primer objetivo quedó trunco, luego de las ofertas que le hizo Macri el ex titular del partido, el mendocino Ernesto Sanz. Se negó durante dos semanas, pero finalmente fue uno de los radicales que propuso a Pichetto. Hubo matices con otro mendocino: el gobernador y titular del Comité Nacional, Alfredo Cornejo, que siguió de cerca las negociaciones con Sanz, pero prefería in péctore a su colega salteño, el precandidato presidencial de Alternativa Federal, Juan Manuel Urtubey. Su vecino, el jujeño Gerardo Morales, fue reelecto este domingo y le ofrendó la primera victoria en el año a Cambiemos en una provincia. Este lunes sondeó a Pichetto sobre el ofrecimiento. Es el único cacique provincial del oficialismo que llegó al poder en 2015 a partir de una alianza primigenia con el peronismo: fue con el Frente Renovador, de Sergio Massa, y el GEN de Margarita Stolbizer. La prenda en pie de ese esquema es el vicegobernador Carlos Haquim, ex defensor del Pueblo de la Nación, uno de los organismos cuyas designaciones dependen de los acuerdos del Senado, una relojería que Pichetto conoce con precisión. El vice de Morales fue uno de los pocos que fueron recibidos por el ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, luego del lanzamiento de su candidatura presidencial. Hay un lazo histórico: en 2007 Morales fue candidato a vice de Lavagna en una alianza aprobada por la UCR para enfrentar a CFK.
El segundo punto del mandato amplio que tiene Cornejo desde fines de mayo se cumplió: Pichetto ahora está adentro de la alianza y la oferta para Urtubey sigue abierta. Resta saber cómo se cumplirá el tercero. Los jefes del partido, sin la candidatura a vice, buscarán quedarse con ministerios e incluso con la jefatura de Gabinete de un eventual segundo mandato de Macri. Lo mismo en el Congreso: reclamarán el lugar que ahora tiene Monzó, para que lo ocupe Cornejo que, imposibilitado de una reelección, será primer candidato a diputado nacional cuando le quedan dos años más como presidente del partido.
En las sombras, detrás de los festejos, otro mentor de la mesa política que festejó la inclusión de Pichetto es el alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, un interlocutor silencioso del radicalismo que interviene en el armado nacional. Supo antagonizar con Peña con la misma intensidad con la que coincide con la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, la mayor perjudicada por la imagen negativa de Macri sobre sus chances de conseguir la reelección. Pichetto no le aporta votos en la provincia, pero les permite seducir a caciques municipales y a un electorado que, hasta el martes, parecía cada vez más inalcanzable para el Gobierno. Ese temor por la derrota no sólo motorizó las insistencias del radicalismo, sino que torció el rumbo del esquema de alianzas que había definido Macri para afrontar una crisis económica inédita, con una recesión que sigue sin tener fecha de vencimiento.