Peor que perder es suponernos invencibles. Eso nos deshumaniza.
Peor que perder es mirar más afuera que adentro. Eso nos engaña.
Peor que perder es querer ganar con los que no somos. Eso nos confunde.
Peor que perder es olvidar que ante el Pueblo no hay más misión que cuidar y servir. Eso nos traiciona.
Cuidar al Pueblo, servir al Pueblo.
Y si el Pueblo no acompaña el problema nunca es el Pueblo.
Porque será el Pueblo, y antes que nadie el Pueblo pobre, el que pague primero y peor la calamidad de los triunfadores. A nosotros, los del lado amable de la vida, no nos toca el juicio ni el reproche: nos toca ser la ambulancia de esas almas rotas. Y rápido.
Peor que perder es ignorar que esa es la lealtad mayor: primero ellos, después ellos, con ellos, por ellos, en medio de ellos.
Peor que perder es dejar de dar, dejar de acompañar. Eso nos marchita.
Peor que perder es tener el corazón oxidado, el oído sordo, las manos quietas, las palabras huecas. Eso nos vacía.
Peor que perder es confiar que siempre vamos a tener razón. Eso nos pone en un altar. Y desde el altar solo se mira desde arriba.
Peor que perder es parecernos a los que nos derrotaron. Eso nos envilece.
Peor que perder es trocar ternura por odio, humildad por soberbia, crítica por venganza.
Peor que perder es pensar que podemos solos, podemos los “nuestros”, podemos “los mejores”. Eso nos aisla.
Peor que perder es no asumir la derrota ni considerar el error, nuestro error, las faltas, nuestras faltas, los tropiezos, nuestros tropiezos, las deudas, nuestras deudas.
Peor que perder es negar que debíamos haberlo hecho mejor. ¿Para qué estamos sino?
Peor que perder es creer que perder es lo peor.
Hagamos de la derrota tierra fértil para que el amor al Pueblo sea semilla y crezcan los frutos del bien común y la igualdad.