“Cabe a los historiadores la tarea de retirar los hechos históricos de manos de los ideólogos que los explotan”
Pierre Vidal-Naquet
A comienzos de este año el Ejército argentino anunció una serie de homenajes a miembros de la fuerza y civiles asesinados por las organizaciones armadas durante el período democrático de la década del setenta, entre mayo de 1973 y marzo de 1976. Esta iniciativa marca una notable diferencia con respecto a las ceremonias llevadas a cabo durante los años kirchneristas, inorgánicas y sin apoyo de las autoridades políticas y militares. Por el contrario, la etapa actual indica la voluntad de reinstaurar una memoria institucional de los años setenta a partir de las figura del “soldado caído” en la “guerra contra la subversión”.
Desde la llegada al poder de la Coalición Cambiemos en diciembre de 2015, la recuperación del pasado reciente en clave bélica ha encontrado voces de apoyo no sólo en las Fuerzas Armadas, sino también entre funcionarios públicos, dirigentes políticos, periodistas e intelectuales. En este marco, nos preguntamos: ¿cuáles son las raíces de este abordaje de la violencia política y la represión de los años setenta? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles sus posibles efectos en el presente?
Desde el retorno de la democracia, la conmemoración de los miembros del Ejército asesinados por las organizaciones armadas atravesó diferentes etapas. En los ochentas, la figura del “soldado caído” ocupó un lugar central al interior de las Fuerzas Armadas, que construyeron una memoria heroica anclada en la “guerra antisubversiva”. Hacia la segunda mitad de los años noventa se produjo un cambio destacado: la exaltación de los “caídos” como “víctimas”, creándose una contraparte castrense del “detenido-desaparecido”. Esta modificación se desarrolló hasta 2003 y descansó en determinados hechos que colocaron a los militares a la defensiva: las revelaciones de miembros del Ejército sobre los crímenes dictatoriales, los “juicios por la verdad” y los procesos judiciales por robo de bebés nacidos en cautiverio. Así, la figura del “soldado víctima de la guerrilla” –que buscaba empatizar con la sociedad a través del dolor antes que por la exaltación del “héroe de guerra” – desplazó a la del “soldado caído”.
Entre 2003 y 2015 la rememoración del “soldado caído” cedió en importancia. Fundamentalmente, por las políticas de la memoria promovidas por el kirchnerismo y la reapertura de los procesos judiciales contra los miembros y ex miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad involucrados en la represión ilegal. El reconocimiento de los crímenes dictatoriales y el acople a los lineamientos del poder político no dejaron lugar para la reivindicación o negación de la represión ilegal.
El retorno de los homenajes, avalados por el Ejército y las autoridades políticas, restablece la figura del “soldado caído” e impone un marco de comprensión en torno al concepto de guerra. Esta elección conduce a la negación y/o relativización del terrorismo de Estado y también a la perversión de sus sentidos, ya que se eluden fenómenos claves como la secuencia del secuestro-reclusión clandestina-tortura-asesinato y desaparición de los cadáveres de las víctimas, robo de bebés, delitos comunes, prisión política y exilio. Además, se oculta la dimensión estatal de la represión pretérita posibilitando una lectura simétrica de la “guerra interna” pasada.
La crítica del terrorismo de Estado de los setenta es la base sobre la que debe desarrollarse el Ejército en el presente. No hay forma de elaborar principios sólidos que prohíban las ilegalidades por parte de los hombres de armas de hoy si antes no se estudian y condenan las innumerables atrocidades cometidas en el pasado. De lo contrario, la reivindicación de la represión pasada como acciones de guerra puede dar lugar a una comprensión del presente en los mismos términos. Para peor, las innumerables reminiscencias del discurso oficial al lenguaje de los años setenta para hablar de “enemigos internos” y “enfrentamientos”, la organización de operativos represivos a cargo de las Fuerzas de Seguridad basados en la brutalidad y el avance de propuestas relacionadas con las doctrinas de las “nuevas amenazas” (narcotráfico, crimen organizado y terrorismo internacional) para habilitar el uso de las Fuerzas Armadas en el orden interno, no hacen más que trazar peligrosos paralelismos con el pasado de militarización de la seguridad.
Como profesionales de la Historia nos corresponde tomar la palabra y desmontar las operaciones ideológicas que buscan alterar o negar procesos y hechos del pasado. Todas las ciencias sociales, la Justicia y los organismos de derechos humanos ya han probado los crímenes del terrorismo de Estado. Respecto de esto, entonces, no hay lugar para retroceder siquiera un paso. El fortalecimiento de la democracia y sus Fuerzas Armadas dependen de ello.