Las escenas más patéticas de esta insustancial campaña electoral tuvieron lugar cuando referentes de algunas coaliciones políticas intentaron “conectar” artificialmente con la juventud. No con la juventud tal como es, sino a partir de lo que los focus group o la mirada de laboratorio dictaminan que es la juventud.
Frente a la supuesta carencia o la fuga del voto joven, el manual indica que se rompa el vidrio y se saque algunos de los “temas de la juventud”: el “garche” o el porro. Y como, según esta percepción, los jóvenes son superficiales, se los aborda de esa manera: superficialmente. No para disparar un debate sobre la educación sexual integral o para poner en la agenda una medida urgente y elemental como la legalización de las drogas, sino para viralizar (con mayor o menos éxito) una frase picante y considerada transgresora o políticamente incorrecta.
Algo parecido sucedió con el video con la cuestionable actitud de la maestra en una discusión política subida de tono con algunos alumnos. Un ejército de opinadores sermoneó durante horas y horas en la televisión o en las radios hablando en nombre de la educación que presuntamente necesita y hasta reclama la juventud. En una entrevista en la señal de cable TN, el estudiante que fue protagonista del altercado parecía el más coherente entre los adultos que lo rodeaban (sus familiares y los entrevistadores) que se salían de la vaina para confirmar sus prejuicios. Pocos pusieron el acento en el hecho de que es tan nocivo un supuesto “adoctrinamiento” o el abuso de autoridad como un ejercicio pedagógico que apueste a la despolitización como máxima utopía de una formación intelectual adecuada.
El periodista Mariano D’Arrigo escribió en su cuenta de Twitter: “No soy especialista, pero tengo la leve sospecha de que para conectar con el electorado juvenil una de las peores cosas que podés hacer es infantilizarlo”. Efectivamente, todas estas manifestaciones parecieron guiarse por ese axioma atribuido a una honestidad brutal: “La juventud es el futuro, pero ahora estamos en el presente”. O les sucedió sin darse cuenta lo que alguna vez describió un humorista español: “La gente joven está convencida de que posee la verdad. Desgraciadamente, cuando logran imponerla ya ni son jóvenes ni es verdad”.
El fenómeno no tiene lugar sólo en el universo político, también sucede en las industrias culturales: Tinelli pierde audiencia por escándalo porque desentona con la época y convoca a L-Gante; vemos a L-Gante debatiendo con Eduardo Feinmann o a L-Gante disfrazado de “Minguito” en la mesa paleolítica de Polémica en el bar. Toda una industria y sus dispositivos para limar lo que una contracultura puede tener de disruptivo. Con honrosas excepciones como la de Julio Leiva y su Caja Negra, no se los toma como interlocutores válidos, sino que se los exhibe para el consumo de lo exótico que habita en un submundo desconocido y temerario.
La infantilización y la subestimación definen a estos intentos triviales de ganar ascendencia sobre la juventud. Iniciativas caracterizadas por dos actitudes que son dos caras de la misma moneda: el paternalismo y la condescendencia (o la romantización).
Desde hace mucho tiempo, el grueso de la juventud está condenada a sufrir las peores consecuencias de la crisis económico-social, basta tomar como ejemplo dos indicadores relevantes: la desocupación y la precariedad laboral son cualitativamente más altas entre los jóvenes. Parece que el complemento de esta situación es el menosprecio de sus capacidades políticas o intelectuales ya sea a través del desprecio clasista o del guiño que se autopercibe cómplice o “compinche”.
A lo largo de la historia en general y en el siglo XX en particular encontramos innumerables ejemplos de movimientos sociales o políticos que sacudieron países o continentes enteros y que fueron protagonizados por jóvenes que tenían la misma edad de los que hoy se trata como púberes incapaces de pensar con su propia cabeza. Sin ir más lejos, el terremoto que hizo temblar a Chile desde sus cimientos lo iniciaron jóvenes que se atrevieron a lo que no se habían animado varias generaciones que los precedieron. También quisieron infantilizarlos y respondieron: “No son treinta pesos, son treinta años”.
La política es demasiado importante para dejarla en manos de adultos con fuertes inclinaciones hacia el lado conservador de la vida. Y quizá se trata de algo mucho más importante que lo que hará la juventud en las Paso: se trata de pensar cuales son las mejores vías para que se abra paso la juventud.