Las cosas no deben ir demasiado bien en el mundo como para que una joven como Aurora Lane (Jennifer Lawrence), en busca de una nueva vida, deje la Tierra para despertar 120 años más tarde en un planeta que los terraqueos están colonizando. Y no es que a Aurora le falta afecto o sea una looser. Todo lo contrario, es una chica exitosa: joven escritora con buenas ventas y buenas críticas, deja la Tierra en uno de los primeros experimentos de colonización del espacio. Lo hace también conciente de que nunca más volverá a ver todo lo que hasta ese momento, pese a todo, amó: en 120 años (y otros tantos de regreso), excepto que se sometan a criogenización, como ella para viajar, ninguno de sus conocidos estará para recibirla; y el mundo que conoció, prácticamente no existirá más. Así y todo se va.
Lo hace con otros cinco mil pasajeros con similares aspiraciones y sueños. Uno de ellos, Jim Preston (Chris Pratt), por un desperfecto en la fantástica Avalon, se descriogeniza y despierta antes: cuando todavía faltan 90 años para la llegada al nuevo hogar. La desesperación lo gana casi de inmediato, y pese al esfuerzo por buscar una forma de recuperar su estado de hibernación, no puede vencer la tentación de despertar a alguien. Y elige a Aurora (el tonto).
Lo que empieza entonces es una extraña relación de amor. Extraña porque se supone que él, luego de un año, lo que menos ganas tiene es de esperar una oportunidad para el sexo; sin embargo no comete ninguno de los tropiezos que ellas adjudican a los chicos de hoy, en especial el del apresuramiento y la invasión. Extraña porque ella, una mujer tan resuelta a no aceptar otro amor que el que se autoimpone según sus propias reglas (una de las principales, que nada ni nadie interfiera en su carrera y tenga las mismas inquietudes de su sector social), se resigna a su suerte con menos resistencia de la esperada. Cierto que faltan 89 años para llegar, pero su docilidad no parece relacionarse con sus principios en la Tierra.
Pero lo más extraño de la relación de amor es la circunstancia en la que ocurre: lo que sobra es tiempo, y sólo hay un otro para mirar. Puede decirse que ahí está el mensaje de la película, si es que se lo propone: no es que los jóvenes perdieron la capacidad de amar que tanto se reconoce en generaciones pasadas, sólo que en sus circunstancias existen no sólo más dificultades que antaño, sino también algunas totalmente novedosas. Los estímulos para prestar atención en innumerables cosas menos en el prójimo (incluida la pareja) nunca fueron tantos; la cantidad de obligaciones a cubrir, tampoco (pese a que algunos viejos digan lo contrario: la preparación para el futuro empieza cada vez a más temprana edad); la necesidad de estar estudiando todo el tiempo a fin de estar todo el tiempo actualizados a fin de conservar todo el tiempo un buen puesto laboral, resulta insólita en la historia de la civilización. Y son sólo botones de muestra. Nunca nadie tuvo tantos obstáculos para enamorarse y amar como los jóvenes de hoy. Acaso por eso Aurora intente una nueva vida en otro planeta.
Lo demás será aventura y una nueva lectura de cómo el amor y sus decepciones y resarcimientos tienen muchas más oportunidades de sobrevivir cuando no hay más que un otro y la imposibilidad de fugar. Así y sin buscarlo, Pasajeros desacraliza la idea del amor romántico que ha inventado la modernidad y lo ubica en el más encantador que distinguió a lo que llamamos humano.
Pasajeros (Passengers. Estados Unidos, 2016). Dirección: Morten Tyldum. Guión: Jon Spaihts. Con: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy García y Julee Cerda. 116 minutos. Apta para mayores de 13 años.