Nada volverá a ser lo mismo. La pandemia de coronavirus desatará una crisis económica de escala global y también del sistema de ideas dominante en Occidente los últimos 50 años: el llamado neoliberalismo.
El capitalismo en versión neoliberal, que se reproduce basado en la especulación financiera, muestra su absoluta incapacidad de responder ante cualquier crisis de carácter humanitario, más bien es un gran generador de crisis económicas que pueden desembocar en un drama humanitario. Parte de la tragedia italiana se explica por el debilitamiento del sistema de salud producto de la oleada privatizadora.
En el caso argentino, hay un dato para destacar y es la coincidencia de todo el sistema político con responsabilidades de gestión en la forma de enfrentar el coronavirus. La foto en la que el presidente Alberto Fernández se mostró con Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof cuando comenzaron las medidas fue un símbolo que mostró una de las mejores tradiciones de la política argentina, de la política “tradicional”, tan denostada por los medios comunicación conservadores y la derecha en general, por los supuestos hombres de empresa que venían a dar lecciones de eficiencia y aumentaron la pobreza en un 50% (del 26 al 39) durante los cuatro años de Macri. Esa política tradicional es la que se puso de acuerdo en la Semana Santa de 1987 para defender la democracia del levantamiento carapintada.
Después del corona será más difícil para los voceros de la especulación insistir con achicar el Estado para bajar el gasto en público. En la Argentina hay alrededor de 4 millones de empleados públicos, sumando provincias y municipios, que es donde está la mayoría. Representan el 20% del empleo. Es una cifra similar a la de Estados Unidos y alejada de algunos países europeos como Noruega, donde 30% de los trabajadores son estatales. El 80% de esos empleados públicos de la argentina son maestros, médicos y fuerzas de seguridad. ¿Qué sería de esta situación sin los médicos y los enfermeros que se arriesgan en los hospitales? ¿Qué sería sin los maestros que van a las escuelas para colaborar con el reparto de bolsones de alimentos y que tratan de dar clases online sin importar los horarios porque se adaptan a lo que ocurre en la casa de cada alumno? ¿Y qué sería sin las fuerzas de seguridad -las que no abusan de su posición- que se quedan horas paradas en un puente para controlar el cumplimiento de la cuarentena?
La sociedad debe grabar en su memoria este momento dramático y saber que cuando pase el vendaval y vuelva el discurso que pide el achique del Estado, lo que se propone es que haya menos de esos médicos que hoy atienden en las guardias, menos maestros de los que hoy reparten la comida y enseñan a distancia, menos hospitales, escuelas y respiradores. Y que el sueldo de un ministro o la imagen de algún empleado burócrata, que por supuesto los hay, son el dedo que se utiliza para tapar el sol.