El 6 de octubre pasado, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, incurrió en la vanidad del triunfalismo al anunciar en X (antes Twitter) el secuestro, durante un control de la Gendarmería en una ruta limítrofe entre San Luis y Mendoza, de 18 envases plásticos con dos kilos de cocaína en total, hallados en un micro que venía de Mar del Plata. 

Pues bien, ya se sabe que, tres semanas después, el caso dio un giro atroz para ella al saltar a la luz que esa sustancia era, en realidad, talco pédico (eso sí, de máxima pureza).

En ese lapso, el portador de semejante “cargamento”, Ariel Maximiliano Acosta, languideció tras las rejas en la cárcel federal de Cacheruta.

Una vez aclarado el malentendido, Bullrich, con su gestualidad habitual –mirada huidiza, dientes apretados y labios casi inmóviles–, simplemente, soltó:

–El talco siempre se confunde con cocaína.

Y no pronunció una palabra más. 

A fines de 2016, cuando brillaba en esa misma cartera durante el régimen macrista, su amigo, el entonces diputado Luis Petri, dijo de sus cualidades:

–Ella es una tremenda trabajadora. Pero la hacen equivocar. Le dan pistas falsas y la llevan a seguir líneas investigativas erróneas.

Dicho juicio de valor quizás remita a una añeja cita del general alemán Kurt von Hammerstein, quien fue jefe de la Wehrmacht en 1933 y el único militar del alto mando que se opuso al ascenso de Hitler.

Este hombre, un gran conocedor del alma humana, solía decir que, tanto en el Ejército como en la función pública, hay cuatro clases de personas: “Los inteligentes, los trabajadores, los vagos y los tontos. Pero –agregaba– cada una de aquellas cualidades es concurrente con alguna otra. La mejor combinación, desde luego, es ser inteligente y trabajador. Aunque no hay que desdeñar a los inteligentes y haraganes porque tienen la claridad mental suficiente como para delegar tareas. Sin embargo, en los que nada se puede confiar es en los que son trabajadores y, a la vez, tontos, porque son capaces de perpetrar las calamidades más espantosas”.

¿Acaso un personaje como Bullrich no calza como anillo al dedo con esta última combinación? 

Bien vale reparar ahora en Petri, ya al frente del Ministerio de Defensa, tras su fallida candidatura a la vicepresidencia en la lista encabezada justamente por “La Piba” –como aún le dicen a esa mujer ya sexagenaria–, a la cual él sigue obedeciendo con suma lealtad.  

De hecho, su más reciente aparición pública ocurrió el 31 de octubre junto a ella y el vocero Manuel Adorni, durante una de sus conferencias de prensa, en medio del papelón por el affaire del talco pédico. 

Lo cierto es que el ministro, célebre por disfrazarse con los uniformes de las fuerzas militares bajo su esfera, lucía exultante y victorioso.

Fue Adorni quien adelantó la razón: “El decomiso de cocaína más grande de la historia”. Nada menos que “500 kilos”, precisó (ignorando que, en 1997, La Bonaerense ya había superado esa marca con la incautación de una tonelada, en el denominado operativo “Café Blanco”). También reveló que tamaña proeza había consistido en la interceptación de una avioneta Cessna 206 con matrícula boliviana por cazas de la Fuerza Aérea que forzaron su aterrizaje en un campo próximo a la ciudad de Rosario. Y que allí ya había personal de la Gendarmería que detuvo a sus ocupantes.

Entonces fue el turno del bueno de Petri.

Sonriendo de oreja a oreja y sin ocultar su orgullo, relató los detalles de aquella persecución a cielo abierto, que –según él– habría durado “no menos de dos horas” para culminar –tal como señaló Adorni– con el arresto de los narcos.

El turno de Bullrich, en cambio, no fue tan entusiasta, dado que, con voz monocorde y mirando de soslayo a Adorni, se vio obligada a aclarar:

–Perdón, Manuel. Pero no hubo detenidos.

Esa vez, asombrosamente, decía la verdad. Porque, al aterrizar la pequeña avioneta, los gendarmes brillaban por su ausencia.

–Llegaron 20 minutos después– reconoció ella, con tono apagado.

De modo que su tripulación pudo poner a tiempo los pies en polvorosa.

Al concluir el reporte de la ministra, Adorni y Petri cuchicheaban entre sí con visible nerviosismo.

Luego, el Ministerio se Seguridad dio datos imprecisos sobre la detención del presunto piloto, localizado por los uniformados al deambular sin rumbo en un paraje cercano. Finalmente, se interrumpió toda información al respecto, sin que se confirmara ese dato.  

Ya entonces, las señales de noticias hablaban de un “nuevo papelón”.

 Desde una perspectiva más amplia, las “desinteligencias” entre Bullrich y las agencias federales a su cargo tienen que ver con que son corporaciones que se autofinancian (a través de las cajas delictivas) y, en consecuencia, también se autogobiernan, algo que, durante sus dos gestiones, adquirió ribetes notables. 

En el caso de la Gendarmería, sólo en las últimas semanas, alrededor de 40 efectivos fueron procesados por contrabando, narcotráfico, asociación ilícita y cohecho, a raíz de diversos casos ocurridos en las provincias de Salta, Jujuy, Tucumán y Mendoza.

En este punto habría que preguntarse cómo es verdaderamente el vínculo entre esa fuerza y su máxima autoridad política.

¿Acaso el pacto con ella consiste en reprimir con eficiente alevosía toda movilización popular a cambio de “vista gorda” con sus negocios sucios?

Pero entre los “centinelas de la patria” campea el recelo.   

Al respecto, no está de más exhumar del olvido un hecho fundacional de su trayectoria en el rubro. A tal fin, es necesario remontarse al 14 de diciembre de 2015, cuando inauguró su primera gestión con el envío a Jujuy –por pedido del entonces gobernador Gerardo Morales– de 150 gendarmes para desalojar un acampe de la organización barrial Túpac Amaru en la Plaza Belgrano, frente al Palacio de Gobierno.

El asunto terminó del peor modo: 42 efectivos muertos al desbarrancarse en una ruta salteña el micro que los llevaba desde Santiago del Estero.

El velatorio de los infortunados agentes del orden ocurrió en un enorme salón del Fórum, el moderno centro de exposiciones de la capital santiagueña, donde dos hileras de ataúdes fueron colocadas en perfecta formación.

Entre los presentes estaba el jefe saliente de la fuerza, comandante Omar Kannemann, y su sucesor, Gerardo Otero.

De pronto, dos empleados ingresaron con una inmensa corona floral en cuya faja de tela resaltaba el nombre de la ministra.

En ese momento, Kannemann le sopló a Otero.

–Tenga mucho cuidado con ella.

Otero, sorprendido, quiso saber la razón. Y la respuesta fue:

–Porque esa mujer es yeta.

 Los resultados están a la vista.   «