La era de la CGT reunificada comenzó formalmente. El congreso de la central sindical definió a Héctor Daer, de Sanidad; Carlos Acuña, de Estacioneros; y Juan Carlos Schmid, de Dragado y Balizamiento como nuevos secretarios generales y en línea con todos los pronósticos.

La conducción renovada asume con un diagnóstico duro de la realidad política, económica y social, pero con paños muy fríos a la hora de tratar posibles medidas de protesta contra Mauricio Macri y su gabinete económico. Las tres puntas del tridente coinciden en el discurso de la cautela y apuestan a una instancia de diálogo. 

Pero los desocupados del modelo Cambiemos ya se cuentan por cientos de miles y las bases levantan temperatura porque la inestabilidad laboral empieza a presionar sobre el salario y los derechos adquiridos al cabo de difíciles luchas que dejaron su huella en la identidad de los trabajadores argentinos.

Mientras el triunvirato intenta hacer equilibrio entre esos reclamos y la relación con el oficialismo, que decidió una tímida reapertura de los fondos que el Estado les retiene desde hace años a las obras sociales, hay sectores que leyeron el malestar social y exigen una posición menos contemplativa. Es el caso de la Corriente Sindical Federal, liderada por el líder de los bancarios, Norberto Palazzo, que abandonó el Congreso pero antes rechazó cargos en el consejo directivo y mocionó un paro general para septiembre.

No es la única facción resentida. El Movimiento de Acción Sindical (MASA) y Gerónimo El Momo Venegas, a quién siguen unos 60 gremios, le dieron la espalda al proceso electivo. Incluso Venegas, de estrecha relación con el gobierno de Cambiemos, amenaza con impugnar el congreso, una instancia en la que debería intervenir el Ministerio de Trabajo. 

La unidad nació y tiene salud, aunque sea por peso de mayoría. Ahora deberá crecer y aprender a caminar. Cuanto antes, para no perderle pisada a un contexto que apremia y demanda con creciente energía.