Alberto Fernández dijo varias veces en los últimos días que “no le gustaría” estar en una situación como “la del presidente” Mauricio Macri. Es una de las reflexiones que realiza cuando se le pregunta por los efectos políticos de las PASO, que nadie imaginó que serían tan contundentes y arrojarían un veredicto popular que no tiene forma de revertirse, una suerte de pueblada en el cuarto oscuro.
El resultado puso en evidencia los efectos colaterales de las primarias cuando terminan siendo una suerte de ensayo de la elección general. En términos políticos hay un nuevo presidente electo, pero desde el punto de vista legal todavía falta pasar por la votación del domingo 27 de octubre, y antes de eso por 50 días de campaña y dos debates presidenciales. Todo esto será, por efecto del urnazo del 11 de agosto, una suerte de baile de máscaras, un juego en el que todos deberán hacer de cuenta que hay algo por resolverse que desde el punto de vista del proceso social ya está resuelto. Incluso hay chances ciertas de que la distancia entre el Frente de Todos y el oficialismo se amplíe.
Si la metáfora se hiciera con una pelea de box, uno de los pugilistas le asestó al otro un golpe implacable en el primer round, a lo Mike Tyson, y lo dejó al borde del knockout, pero las reglas del juego obligan a que se realice toda la pelea.
La oleada se veía venir en las elecciones provinciales, en las que el peronismo ganaba mayormente cómodo y los candidatos del presidente salían en algunos casos terceros. Pero nadie quería afirmar que esas señales terminarían confluyendo como los brazos de un río que en un momento se reúnen todos en el cauce central y generan una corriente más potente todavía.
Alberto F está en una situación que tiene su complejidad. Debe mantener su rol fundamental de opositor y alternativa al ciclo macrista y tratar de colaborar con que la crisis no se agudice, tanto por responsabilidad institucional como para no darle excusas al gobierno y que lo acusen de agravar la situación económica intencionalmente.
La corriente popular de rechazo a Macri es un tsunami, pero el principal frente opositor se propone no hacer olas. El equilibrio precisa de una política de orfebrería. Es cierto que el peronismo viene de cerrar una unidad que precisó de un ejercicio de “sintonía fina”, como proclamaba la ex presidenta Cristina Fernández al empezar su segundo mandato.
La tendencia que comienza a desplegarse como salida a la encrucijada parece ser que el Frente de Todos hablará del futuro, del país que comenzará el 10 de diciembre cuando se produzca el cambio de mando. Y, al mismo tiempo, morigerar la dureza de los cuestionamientos al gobierno. Una campaña positiva, que no podrá evitar una fuerte convocatoria a las urnas para ratificar el cambio de ciclo político el 27 de octubre. No se puede correr el riesgo de que los electores no vayan a votar porque den por sentado que todo está definido.
La campaña centrada en lo que viene, en lo que comenzará, se parece más a la de un presidente que busca su reelección que a la de un opositor que quiere ganarle al oficialismo, pero ante el escenario planteado en las primarias parece una de las formas posibles de no hacer olas nuevas, de simplemente subirse al tsunami que ya cambió el rumbo de la historia el pasado 11 de agosto.