A veces, en algunos boliches o ferias de libros hacemos con Miguel Rep unas charlas donde él dibuja mientras yo hablo. Como los dos somos muy admiradores de los Beatles, hay una parte en la que nos ponemos a ver todo según Lennon y McCartney. Es decir: hay cosas que son Lennon y otras que son McCartney. Como si todo fuera esa tensión entre lo pragmático, la tierra y la concreción; y el cielo, el delirio y la absoluta libertad. Es una manera de mirar desde los opuestos. El romanticismo y la sensibilidad nos llevan siempre a elegir a Lennon sobre McCartney. Uno de los motivos también es que murió. Pero básicamente es el idealismo y su «soy un soñador pero no soy el único».
¿Evita es Lennon y Perón, McCartney? ¿El Che Guevara, Lennon; y Fidel, McCartney? Todo puede verse así. Nosotros mismos, incluso. A veces somos Lennon, y a veces, McCartney. De nuevo: los opuestos nos atraen. Pero no hay Lennon sin McCartney. No hay McCartney sin Lennon. ¿Néstor qué es, entonces?
«Vengo a proponerles un sueño», decía Néstor. «Sé que soy un soñador…», confesaba Lennon. Que también reveló que «el sueño terminó». «Los ranchos también se construyen con bosta», adujo alguna vez McCartney. Por eso a Néstor se lo recuerda Lennon, pero también era McCartney. Unir ese delirio de andar con una japonesa artista y, como estaba una vez accidentada, llevarla al estudio y ponerle una cama mientras grababan. Eso hacía Lennon. Y McCartney seguía adelante. Me gusta recordar a los dos Néstor. Al que propone un sueño, pero también a l que se metió en el barro. Haciendo política. Armando una bola de poder. Para que el sueño no termine. Porque los ideales y los sueños son de Lennon. Pero la política para que esto se haga realidad es McCartney. «