“Volvamos, Néstor, acá no hay nada”, le dijo su amigo Gabriel Pérez. Néstor era Espósito. Tenía alrededor de 20 años y escribía en La Ciudad, un diario de Avellaneda, su barrio. Tenía que dar con una quinta de la zona donde vendían vino patero. Era la historia que le habían asignado. Pero hacía un calor insoportable, las calles no estaban señalizadas, el asfalto todavía no había llegado al municipio del sur de la Provincia de Buenos Aires y la caminata era tortuosa. Encabronado con lograr su objetivo, Néstor seguía. “Dale, vamos un poco más”, le dijo a su ladero incondicional. Así era él cuando quería conseguir un dato o hablar con una fuente. No importa si tenía 20, 40 o 58 años. Todavía le quedaba mucho recorrido para encontrarse con Tiempo Argentino, la experiencia que eligió -sin saberlo- para la última etapa de su carrera.
Bostero y riquelmista -acaso sus únicas imparcialidades permitidas-, solía llevar a la cancha a su hijo Mateo desde muy chico. A fines de los 80, trabajó en la revista Boca, un sentimiento. Todo un nombre para definir su vínculo con el club. No fue su única actividad en el periodismo deportivo: también puso su firma en las revistas Sólo Fútbol y Súper Fútbol antes de especializarse en judiciales. Sin embargo, nunca dejó de ligar esos mundos ni usar metáforas y ejemplos futboleros. Hace unos meses, quedó patentado en una entrevista en Radio con Vos. “Cuando Central pierde y el 4 juega bien, te queda que Central perdió. En el Poder Judicial pasa lo mismo”, le dijo a Reynaldo Sietecase, quien tuvo la gentileza de convocarlo al estudio durante casi media hora para que compartiera su experiencia en el oficio y los medios. Néstor hizo docencia al aire: dio una clase de cómo cubrir a la corporación judicial.
Era un profesional admirado y querido en unanimidad. Y era versátil para desarrollar la tarea de prensa en todos los formatos. Su base era la formación en las agencias de noticias -acreditado en Tribunales de DyN y la italiana ANSA-, una gimnasia que le permitió escribir con rapidez sin perder la gracia ni la rigurosidad. En los últimos años también aprendió a manejarse con soltura en la radio –Splendid, Del Plata, Radio Nacional, AM530, entre otras- y la televisión –Crónica, TV Pública, A24-, lugares que lo llevaron a un mayor nivel de exposición. Seteado en las agencias -ese mundo donde a los periodistas se los conoce (si es que se los conoce) solo por sus iniciales-, N.O.E nunca perdió la humildad. Era la antítesis del periodismo de figuración y del star system. “Cuando trabajás en una agencia el periodista no es importante, lo importante es la noticia. Cuando, como pasa hoy, el periodista es más importante que la noticia algo anda mal”, reflexionó en un video subido este año a su canal de YouTube para solidarizarse por el cierre de Télam dispuesto por el gobierno de Javier Milei.
Espósito era un obrero del oficio. “En nuestra profesión es imposible vivir con un solo trabajo”, dijo en el comienzo de esa entrevista con Sietecase para reflejar uno de los grandes problemas que cruza al gremio de prensa y daña a la comunicación. Su trayectoria en las redacciones (en su mayoría gráficas, aunque también radiales y televisivas)
es también un diagnóstico de la lógica que domina al sistema de medios desde hace años: como tantos otros colegas, Néstor sufrió despidos, cierres de empresas, vaciamientos, cancelaciones anticipadas de contratos en radio en un loop interminable que lo obligó a volver a empezar una y otra vez. “Cuando en 2017 cerraron la agencia DyN, la información veraz y confiable quedó herida de muerte”, describió sobre ese conflicto que también lo involucró de manera personal.
Como todos, también tenía sus tocs y rasgos distintivos. En Tiempo, mandaba todos sus textos en archivos .txt, por ejemplo. No lograba desconectar ni siquiera cuando estaba de vacaciones. “Tengo un notón. Pero te confirmo cuando esté hecha”, le anticipó a un editor desde La Habana, adonde presuntamente se había ido a descansar. Volvió a Buenos Aires con una entrevista a su admirado Silvio Rodríguez para publicar en el diario, que ya era una recuperada en manos de sus trabajadores y trabajadoras. La música, como describe Carlos Ulanovsky, era su lado B. En Radio Nacional, se había autogestionado una sección llamada “Historias de una vieja canción”. La hacía todos los viernes en Ahí Vamos, ciclo conducido por Gisela Busaniche. “Eran entre cinco y siete minutos gloriosos”, recuerda Ula, quien compartió cuatro años al aire con Néstor en ese programa. Se trataba de una columna musical en la que contaba un tema -por ejemplo, Como la cigarra o Mediterráneo- a partir de una serie de reversiones de distintos intérpretes.
“En el último tiempo estaba un poco abatido y cansado de los medios porque decía que era lo mismo decir una cosa o la otra. Tiempo era distinto. Para él, la cooperativa era su barricada de todos los días”, cuenta Mariana, su compañera de vida, atravesada por la temprana muerte. A Tiempo llegó en 2010 convocado por quien había sido su colega en ANSA, Andrea Recúpero, para cubrir judiciales, y es el medio en el que el domingo pasado escribió su última nota. Queda su archivo. Revisarlo sirve para comprender el debate alrededor del poder judicial, un tema central en los medios y las discusiones políticas de los últimos años.
“No”, respondió con sequedad y sin dudar cuando Sietecase le preguntó si creía en la justicia en Pase lo que pase. “Creo en algunos jueces con los cuales me iría de vacaciones un mes entero sabiendo lo que eso significa. Hay gente muy honesta, muy capaz y muy laburadora. Me gusta que haya sobre todo fiscales que creen que están puestos ahí para darle un servicio a la gente y lo hacen con mucha pasión. Si bien son mayoritariamente los más, colectivamente terminan siendo los menos. Lo que se impone es lo otro, la prebenda, el amiguismo, el favorecimiento, la doble vara y el resolver de acuerdo a la cara del que tenés enfrente. Y eso no es justicia”, detalló sobre el final de la conversación.
Hablaba de su especialidad y de ese mundo al que se entregó durante más de 30 años. Lo contaba como muy pocos podían hacerlo.
“El poder judicial -dijo- es endogámico. Cuando pensás a favor de quién lo hace, siempre tenés que pensar que se favorece a sí mismo antes que a cualquier otra cosa”. Soportarlo sin él -sin su información implacable- será todavía mucho más injusto. «