Lulú dice que eran inocentes para explicar por qué fueron valientes. Lulú es Arcelia Ortiz, y junto con Elisa Charlín, Gabriela Córdoba y Lilia Collovati, como muchas otras, salieron en plena dictadura cívico-militar a buscar a sus maridos secuestrados: los trabajadores de la Ford Motors Argentina que habían sido detenidos dentro de la planta que la empresa tiene en General Pacheco, torturados en el quincho de la firma y desaparecidos. Son las «mujeres de la causa Ford», las que vieron las listas de desaparecidos anotadas en una hoja membretada con el logo de la automotriz, las que llevaron comida y abrigo a sus hombres cuando estaban desaparecidos en el centro clandestino de detención Comisaría de Tigre, las que fueron a verlos a las cárceles de Devoto, La Plata y Sierra Chica, y las que, además de todo eso, criaron solas a sus hijos, trabajaron y sostuvieron sus hogares. Durante años estuvieron en un margen, pero luego del juicio penal que condenó a los exdirectivos de la multinacional, Pedro Müller y Héctor Sibila, y con el crecimiento del movimiento de mujeres como fondo, comenzaron a aparecer en escena como las estructuradoras de un proceso de organización de resistencia de los sectores obreros al Terrorismo de Estado.
«¿Cuándo vamos a poder empezar nuestra solicitud de resarcimientos? Porque nosotras fuimos prisioneras en libertad», reflexiona Ortiz. Y Charlín agrega: «Cuando se terminó la causa penal se siguieron abriendo puertas. Nunca nos imaginamos esto. Nunca nos hicieron una entrevista, una pregunta. Armamos la retaguardia».
La entrevista con Tiempo se realiza en el buffet del Centro Cultural Haroldo Conti del espacio de Memoria ex Esma. Allí, las mujeres acababan de participar de un debate público, junto con la abogada Elizabeth Gómez Alcorta y la historiadora de Flacso Victoria Basualdo. En ese contexto se presentaron: «Yo no digo que soy la señora de, digo que él es mi esposo: Ismael es el esposo de Lulú», dijo. Entonces el exdetenido desaparecido de Ford, Isamel Portillo, es el marido de Ortiz; Pedro Troiani es el de Charlín; Ricardo Ávalos es el de Córdoba y Carlos Gareis es el esposo de Collovati.
–La dictadura no sólo secuestró a sus maridos sino que desarmó sus hogares. ¿Cómo hicieron para recomponerse?
–¡La vida nos desarmó! –responden a la vez. Y Gabriela Córdoba toma la palabra.
–A todas, cuando nos enteramos de lo que había pasado, se nos vino el mundo abajo. Yo me quería morir, pero tenía dos hijas chiquitas de 2 y 4 años. Y como tenía a mis padres vivos, fui a vivir con ellos.
–El secuestro de sus maridos generó organización y resistencia como ocurrió con las Madres, las Abuelas y otros organismos ¿Cómo fue ese camino?
Lilia Collovati: –Ocurrió que cuando empezamos a llegar a la Comisaría de Tigre y preguntábamos «¿Vos de dónde sos?», todas respondíamos «De Ford»…
Lulú Ortiz: –Y también compartíamos lo que hacíamos: «¿A dónde fuiste?», preguntábamos. Yo era perseverante en ir a Campo de Mayo donde estaba la Escuela de Ingenieros y me preguntaban si lo había visto a Molinari (NdR: teniente coronel Antonio Francisco Molinari, entonces subdirector de la Escuela, fallecido en 2007, es uno de los que exhibió los listados de desaparecidos con el logo de la Ford). La unión se fue gestando entre nosotras, porque no te morís y la vida continúa. Cuando pasó ese momento del shock inicial empezamos a pensar cómo seguir. Fuimos encontrando en lo que teníamos alrededor, en las compañeras, en las familias. Y después empezamos a pensar que la vida de nuestros maridos dependían de nosotros, de lo que hiciéramos.
–¿Fueron años de mucha pobreza?
–¡Sí! –dicen a coro. Y retoma Elisa: –Siempre había alguien que te ayudaba pero no era lo mismo que tener un marido que venía con un sueldo todas las quincenas.
Lulú: –A nosotros nos fue muy mal. Ismael perdió la visión, porque en ese año (que estuvo preso) no le permitieron ingresar la medicación por el glaucoma y salió sin ver: tiene sólo un 5% de visión en un solo ojo. Apenas salió consiguió un trabajo en una metalúrgica de Don Torcuato, pero cuando pidieron antecedentes a la Ford, inmediatamente lo despidieron.
Elisa: –A Pedro le pasó lo mismo en carrocerías El Detalle. Lo despidieron.
–En el debate, Victoria Basualdo habló de la lucha de ustedes en clave de género. Cuando hoy miran aquella época, ¿lo hacen desde ese lugar?
Elisa: –Cuando lo pienso, sí. Me digo: «¿Cómo pudimos hacerlo?». Éramos tan jóvenes, yo tenía 30 años y era una de las más grandes y ya tenía un hijo varón de 12 años.
Lulú: –Sin darnos cuenta, estábamos en una lucha pesadísima y difícil. Sigo sosteniendo que avanzamos por la inconsciencia del desconocimiento de lo que había detrás de todo eso.
Gabriela: –¡Podríamos estar muertas o desaparecidas y nuestros hijos robados!
–Pasó el juicio penal, ¿qué falta?
Elisa: –Justicia se hizo. Pero ahora hace falta que la empresa responda por el daño que nos causó. Ahora van a hacer el juicio laboral.
Lulú: –Hubo mucho trabajo con los hombres. Hasta el último día del juicio sostuvimos nosotras: juntando datos, recordando con ellos. Pasamos momentos durísimos, de desgano e incertidumbre. Y las mujeres estuvimos apuntalándolos. Hoy nos preguntamos: ¿y a nosotras quién? ¿Nosotras cuándo? ¿Cuándo vamos a poder empezar nuestra solicitud de resarcimiento como las que han tenido quienes pasaron por estas situaciones? Porque nosotras fuimos prisioneras en libertad.
Quizás hoy es el momento de que las mujeres sigamos juntas. «