En apenas seis meses de gobierno macrista el endeudamiento de la Argentina creció un 11%, la proyección oficial de inflación es del 42% para el año y no el 25 que prometían, ya se perdieron 250 mil puestos de trabajo y la incertidumbre sobre el futuro domina los hogares del país, azotados a su vez por un inclemente tarifazo en los servicios públicos que modifica negativamente el mapa de gastos y expectativas de todas las familias. La situación económica es mala, en progresión agravada, y nada indica que vaya a mejorar, porque todos saben que si la inflación baja en algún momento será producto de una recesión profunda y las consecuencias para el aparato productivo, en términos de empleo y consumo, serán mucho peores que las actuales.
Este es el escenario real, asumido incluso con dolor por sectores que votaron el cambio apoyados en críticas más o menos fundadas al modelo que funcionó hasta diciembre pasado. No se está mejor, se está peor. Frente a esto, el nuevo gobierno ofrece cotidianamente un capítulo nuevo de la novela de criminalización de funcionarios de la anterior administración que distrae de los problemas centrales y sus responsables, y hace foco en los asuntos accesorios, aunque no por eso menos llamativos. De a centenas se cuentan las imputaciones y procesamientos a ex ministros, secretarios, vicegobernadores de los gobiernos kirchneristas, ahora que los jueces y fiscales federales parecen haber despertado de un letargo vergonzoso y, en el tiempo libre que les deja la defensa cerrada de sus privilegios, entre ellos, el de no pagar Impuesto a las Ganancias, reactivan causas diversas originadas hace siete, ocho o nueve años.
Hacen fila en los canales de TV los panelistas para sostener el nuevo relato, que asocia maliciosamente 12 años de políticas inclusivas y desafiantes del orden conservador con la venalidad y la corrupción administrativa generalizada, donde no habría nada positivo para rescatar y todo pasa a la condición de desechable por ominoso. La incontestable fuerza de las imágenes del monasterio y el caso López, la verborragia dramática de Elisa Carrió, la unificación de agendas de la comunicación concentrada socia del gobierno, construyen un sentido de los hechos y las cosas que pretende volverse insoportable para las mayorías que creyeron en el kirchnerismo y su modelo.
Los efectos de esta inmensa operación política se ven, sobre todo, en el alejamiento por goteo de diputados y senadores del FPV a variantes o bloques que apuntalan el proceso de deskirchnerización del peronismo, sostenido en distintos argumentos, pero cuyo principal eje es la pavura a caer en la volteada persecutoria que hoy parece indetenible. El miedo no es zonzo, habrá que decir, pero roza algo parecido a la capitulación sin garantías: salvo que haya acuerdos por lo bajo que comprometan al macrismo de un modo desconocido, no existe ninguna prueba o esperanza de que la cacería se detenga en Cristina Kirchner y sus allegados más inmediatos, porque no se trata de una cuestión táctica o estética. Para los dueños del poder y del dinero, la satanización y criminalización del kirchnerismo es un asunto estratégico. El objetivo es esterilizar políticamente, aislar un proyecto que triplicó favorablemente la distribución del ingreso entre los deciles más bajos de la pirámide social al tiempo que produjo una resignación de privilegios inédita contra el 10% más rico del país, de las mayorías que lo hicieron electoralmente posible. El gobierno del Panamá Papers, del blanqueo a fugadores y evasores, de las incompatibilidades evidentes de sus funcionarios, de la Patria Contratista histórica, de los Niembro y los Melconian, no puede horrorizarse de los López. No es creíble.
Pero la saga folletinesca de la corrupción a diestra y siniestra, espectacularizada al infinito por los medios audiovisuales, es funcional al macrismo. Porque si bien debilita al kirchnerismo, asusta también al peronismo que vivía de la obra pública de los López (¿qué gobernador, qué intendente puede despegar de la lista de obras construidas de la mano del ex secretario de Obras Públicas en sus provincias o comunas?), condiciona al massismo que convivió con López en la gestión (¿o acaso Massa no fue jefe de Gabinete del kirchnerismo?) y controla al sindicalismo que se sacaba fotos con López y Julio De Vido. Todo lo que alguna vez fue kirchnerista, en sus distintas etapas, reacciona como el macrismo quiere que reaccione: con miedo y con egoísmo darwinista, en un contexto general complejo y agresivo, donde cada uno decide salvar el pellejo como puede y se desentiende de lo que antes apoyaba, diciendo no ví, no fui o no estuve. Van a ir por ellos también, cuando llegue el momento.
Agustín Rossi hay uno solo: dijo que la corrupción es individual, que Cristina nunca le pidió que se corrompa, que era una presidenta celosa de los fondos públicos, que él no se había hecho kirchnerista por los López, reivindicó la figura de Néstor Kirchner y afirmó que seguía reconociendo a Cristina como su conductora política. Mérito doble el del ex ministro de Defensa que nunca fue precisamente un mimado del círculo chico kirchnerista. Pero dijo algo muy parecido a lo que, se supone, debe decir alguien que creyó y cree aún en un proyecto político, por encima de las circunstancias desdorosas que pueda envolver a alguno de sus funcionarios, independientemente del tifón que haya enfrente.
Llama la atención, de todos modos, el bajo nivel de comprensión de lo que está sucediendo entre gente que vivió de y para la política, no de cualquiera, sino de una que transformó la Argentina de los últimos años. No hay enojo con la conducción de la ex presidenta o con La Cámpora que justifique ponerse de un lado que, lejos de reforzar su situación, los debilita al punto de licuarlos en distintas versiones que, por acción u omisión, funcionan como soportes del nuevo modelo, que será resistido por sus propios votantes en las urnas cuando haya oportunidad. ¿Cómo se explica que senadores del FPV, cuya política en Derechos Humanos fue de la mano de las Madres, Abuelas y los Hijos, hayan votado a favor de un integrante de la Corte como Carlos Rosenkrantz, impugnado por esos mismos organismos de Derechos Humanos? ¿Qué estuvieron apoyando en los últimos años y qué apoyan ahora?
La incomprensión también se verifica en la nula capacidad para advertir que detrás de los bolsos de López y el monasterio hay una narrativa diseñada en usinas de inteligencia que despliegan operaciones de acción psicológica sobre la población, que también los afecta como dirigentes, hasta el más insensato disciplinamiento. López es un ladrón, pero podrían preguntarse, al menos, para quién trabaja hoy. O para quién comenzó a hacerlo después del 10 de diciembre. Si alguna vez le creyeron a Cristina Kirchner cuando denunció que a Alberto Nisman lo indujeron a matarse servicios de inteligencia que buscaban perjudicar al gobierno anterior en medio de una guerra geopolítica, ¿cómo es posible que no se cuestionen ahora qué hacen esos mismos servicios de inteligencia operados ya abiertamente por el macrismo?
La espectacularidad del caso de General Rodríguez, los bolsos, el fusil, la cocaína, el caso y el chaleco antibalas, a lo que debe sumarse una abogada mediática que va al programa de Tinelli, parecen todos datos sacados grotescos y obscenos de una película guionada. Todavía más sorprendente cuando se lee una nota de Clarín del 26 de octubre de 1999, firmada por Ernesto Martelli, bajo el título La vida te da sorpresas, donde la abogada en cuestión, Fernanda Irene Herrera, es presentada como candidata a vicepresidenta de la Alianza Social Cristiana, cuyo competidor a la presidencia era el empresario Juan Ricardo Mussa. Allí, Herrera cuenta que su hermano era diputado del Modín de Aldo Rico.
Mussa, para los que no lo recuerden, es el denunciador serial que, entre decenas de causas desopilantes, afirmó en un expediente que Cristina Kirchner mató a Néstor Kirchner. Su candidata a vice, Herrrera, la abogada hot, hoy defiende a López. ¿Para quién trabajaba López? ¿Para quién o quiénes el macrismo mandó a votar la Ley del Arrepentido? ¿Qué estudio de abogados controla a esa abogada y qué relación tendría ese estudio con organismos oficiales?
¿Funciona una fuerza paraestatal de inteligencia para perseguir kirchneristas como denunció la ex presidenta, luego de que desconocidos violentaran la casa de sus suegros en Santa Cruz? Es obvio. Tan obvio como el resultado concreto de esas operaciones: el miedo y la negación de viejos amigos de andanzas de López que ahora sostienen que no saben qué hacía y hasta que no lo conocían. Ni de lejos. <