En un artículo de 1830, en la revista francesa “La Silhouette”, Honoré de Balzac publicaba un artículo titulado “Fisiología gastronómica”, en el que llamaba a los fisiólogos a ampliar su campo de estudio, ya que, hasta ese momento “La craneología y la fisionomía, no han sido aplicadas más que a los ilustres asesinos, a los célebres imbéciles y a los furiosos eróticos.”[1] Si nos ubicáramos por un momento en el lugar de esos fisiólogos es probable que un personaje como Milei nos habría de llamar la atención, y, en ese caso, nos correspondería el mismo reproche que Balzac lanzó en su momento a los estudiosos de la fisiología humana: “se han olvidado de la delicadeza del paladar”.
En un video que circula a través de la red comprada por Elon Musk, se ve a Milei hablando de comida, a partir de la pregunta de un entrevistador. Lo primero que dice es que “la comida es una cuestión meramente fisiológica, es una forma de meter combustible”. La cámara se aleja y se lo ve algo desmejorado, sentado en una silla, enfundado en su traje que hace juego con el ambiente desabrido, casi oficinesco, de la locación que usan como estudio los entrevistadores. Dice que la comida le da lo mismo, que no tiene plato favorito y agrega que “si vos me dieras una forma de alimentarme vía pastillas sin tener que estar comiendo, me mando las pastillas y sigo”. Cuando el entrevistador le pregunta sorprendido –“¿no disfrutás de un asado?”, su remate deja ver hasta qué punto nada en su modo de vida cae fuera de lo contable: “el tiempo que me demanda un almuerzo me fastidia demasiado”.
Se suele decir que sobre gustos no hay nada escrito. En realidad, no hay nada escrito que en algún punto no tenga que ver con el gusto. Pero el dicho popular se refiere a que no hay decreto último cuando de gustos se trata. Ya que el gusto es un espacio dinámico, diverso, polémico, una interfaz fundamental en la relación con los otros y con las cosas. La negación de esa dimensión de la existencia habla de una sensibilidad acotada, mediocre y, finalmente, tampoco escapa al problema, ya que bien podríamos decir que, por sobre cualquier cosa, ¡es de mal gusto!
Balzac es, lo que se dice (incluso lo que él dice sobre sí mismo), un bon vivant. Pero su gesto aristocrático no dista de nuestras aspiraciones populares de buen vivir, ya que de lo que se trata es de organizar la producción, ajustar los términos de intercambio, intervenir en las relaciones de fuerza, negociar con los hostiles, combatir con los irreductibles, siempre en virtud de ese deseo de vivir bien. Justo lo contrario de quien no soporta la pausa y se fastidia por el tiempo que lleva un almuerzo, quien viviría como un astronauta en el espacio de sus magras ideas a costa de una alimentación de pastillero. ¿Imaginará que a los pobres que caracteriza como poco meritorios les bastará con pastillas nutricionales para no morir de hambre?
El modelo productivo del sector alimentario que se impuso en los últimos decenios marcha ya en esa dirección, a base de alimento balanceado para animales quietos en cubículos, rellenados con proteínas y vaciados de vitalidad; como ocurre con las semillas que soportan los agrotóxicos que nuestros cuerpos no soportan más. Una productividad que cumple con balances contables y rentabilidad para pocos, mientras genera cáncer y contaminación a granel. Por eso llama la atención que se hable de Milei como algo “desconocido”… No es así, conocemos bien las consecuencias de lo que propone: vivir mal.
Todo lo que tenga que ver con tomarse el tiempo para existir aparece como obstáculo improductivo para el dogmatismo del rendimiento. El rendimiento y el funcionamiento aparecen como ideas puras, como razones últimas de todo lo que hacemos. Pero sabemos que las ideas, cuando se imponen a los cuerpos, siempre más complejos, inacabados, excedentarios, pueden aplastarlos, entonces, lo que parece muy abstracto tiene consecuencias muy concretas. En el fondo del planteo de Milei hay un desprecio por lo vivo, es decir, lo que duda, lo que tarda, lo que vuelve sobre sus pasos, lo que avanza no según una idea pacata de “libertad” individual, sino por tropismos que determinan y composiciones que desean. No es muy distinto a lo que pasó con el estalinismo, que anteponía ideas sobre cómo deben ser las cosas a la siempre más compleja y matizada realidad. Finalmente, terminan decidiendo los ejércitos. Y la candidata a vicepresidenta de Milei, vindicadora de la dictadura genocida, propuso dejar unos puntos del gasto público libres de motosierra, para aumentar el presupuesto del ejército.
Así como la cuestión del gusto es relegada en la discusión coyuntural, tampoco se presta la suficiente atención a los presupuestos antropológicos en los que se basa la propuesta de Milei[2]. Los libertarianos estadounidenses que, equívoco mediante, dan origen a los pretendidos “libertarios” de la hora[3], presuponen una antropología no solo incompleta, sino peligrosamente reduccionista. Piensan que el accionar de las personas se debe al interés económico individual como razón última. Entonces, como suele hacer cualquier prejuicioso o cualquiera de nosotros cuando actúa según prejuicios, interpreta cada acto o circunstancia de acuerdo a su dogmática percepción. Una vez en un debate en la Universidad de Moreno, se escuchó un joven economista que se decía liberal (tal vez, Iván Carrino) decir que bastaba con observar el comportamiento de un niño cualquiera para verificar la verdad antropológica que su credo sostiene: sólo el interés individual, en ese caso un interés protoeconómico, explica sus acciones. No entran cien años de bibliotecas de pensadores y especialistas en estas líneas para responder a ese reduccionismo… Pero basta jugar o compartir a puro mimo un momento cualquier niña o niño, para desmentirlo.
Si nos pusiéramos serios, podríamos repasar trabajos de importantes pensadores de la filosofía antropológica y la antropología como Arnold Ghelen, Helmut Plessner, Ernesto De Martino, el propio Paolo Virno como su más agudo lector, para advertir el carácter ambivalente del animal humano, su complejidad de bicho desambientado que, sin embargo, cuenta con un excedente de capacidades y pulsiones que, a su vez, no tienen una finalidad inmediata, de modo que debe inventarse cada vez un ambiente y, sobre todo, organizar su vida en torno a sentidos emergentes que se discontinúan históricamente… y así. Pero sin la necesidad de mandar a leer a nadie –aunque nada mejor que leer con gusto–, bastaría con orientar nuestra atención a la multiplicidad de situaciones de nuestras vidas cotidianas para advertir el fárrago de hechos y momentos que prescinden de tal cosa como un “interés económico”. Ese mate con las amistades, el regalo a una madre, el gesto amoroso entre quienes se tienen cerca, la discusión con un colega o la convocatoria a las vecinas ante un hecho de violencia machista; pero también la línea que alguien escribió, la caminata entre jazmines o la ayuda esforzada llena de dudas a quien no sabemos si lo merece y, claro, cocinar o sentarse a comer un buen asado, una pizza alta o a la piedra, una pasta al dente con esos tomates bien esperados, un risotto con espárragos cuando es época o la laboriosa lasagna tergiversada ‘a la argentina’ que tanto nos gusta. A todo eso, curiosamente, Milei y Macri llaman “país de mierda”, justo a lo que no se fundamenta en el dogma del interés económico individual –sin mencionar que el de Macri es un interés individual poco frecuente y, sobre todo, muy cruel para con el resto.
No se hará esperar el tontuelo que reaccione: -“¡Pero para hacer todo eso se necesita plata!”. Claro, el régimen económico del momento manda eso, lo hace de un modo particular, lo vivimos con ambigüedad, lo padecemos y lo deseamos, porque el deseo no es abstracto y está hecho de lo que la historia provee, más allá, justamente, de los anhelos individuales. Pero no es muy difícil constatar que no hacemos ninguna de esas cosas enumeradas por interés económico individual, sino que, en todo caso, buscamos ganarnos el mango de la manera que fuera para acceder a lo que sí consideramos de interés, la vida con los otros. Y que, quienes caen en la trampa, no ganan dinero para vivir, sino que viven para ganar dinero, incluso a costa de los demás, como es el caso de Macri (al menos desde la patria contratista y el contrabando de autopartes, a los negociados con los parques eólicos, Avianca, los peajes, el Correo o Panamá papers, pasando por la profusa corrupción en la ciudad de Buenos Aires).
Pero, por otro lado, si quisiéramos refutar la antropología tuerta de aquellos liberales menos laboriosos a la hora de hacer un esfuerzo de pensamiento, también podríamos citar situaciones dominadas por pasiones y pulsiones, imaginarios desatados por las marcas de una vida, venganzas que conducen, precisamente, a la nunca deseada o nunca más deseada “suma cero”. De hecho, quienes más se empecinan en negar las razones no económicas de las vidas suelen ser presos de los arrebatos menos razonables, inhábiles para gobernar sus propias pasiones.
Por tomar solo uno de los razonamientos que circularon por esa boca de jarro que es Milei, considerar que los ríos no son protegidos por falta de interés económico sobre ellos es una canallada y una estupidez, ya que, de hecho, existen miles y miles de personas dedicadas a denunciar la contaminación, científicos que trabajan para descontaminar lo contaminado por quienes, como Milei, ponen el interés económico individual por sobre la vida. Se trata de acciones civiles en todas partes del mundo dedicadas a ríos, mares, bosques, humedales, etc. que, casualmente, suelen toparse con fuerzas de seguridad capitaneadas por gobiernos que piensan parecido a Macri o a Milei. [4]
Se dice que el espacio político liderado por Milei es un cachivache –ni que hablar ahora con la alianza de facto que lo asocia a Macri, el padre de la inflación y la deuda. Dicen que se trata de un loco suelto, un desequilibrado emocional, en el fondo, una pegatina de manuales básicos de economía, resentimiento de joven víctima de bullying y psicosis galopante. Sin dudas, algo de todo eso hay, pero no es en nombre de la cordura, la normalidad y el bien prístino que nos oponemos. Al cachivache lo confrontamos desde el gusto de ser argentinas y argentinos, es decir, un poco peronistas, un poco alfonsinistas, unas veces con ínfulas liberales, otras con ribetes izquierdistas e incluso anarquistas. Al cachivache lo combatimos con gusto porque nuestra historia es más que un nacionalismo almidonado como el de los dinosaurios de La Libertad Avanza o un triunfalismo exaltado como quiso en un momento el kirchnerismo; nuestra historia vibra en nuestras vidas por capas, la mentada “unidad nacional” no puede ser otra cosa que un pastiche como la memoria misma, pero será nuestro pastiche. Del otro lado está el desprecio por lo que llegamos a ser, el “país de mierda”[5] no como frase catártica de la que nadie se puede hacer el distraído, sino como consigna política decadentista, el odio a los cuerpos tal como son, morosos, morochos, amorosos, algo morbosos… Del otro lado está el resentimiento que todo lo traiciona, el pequeño demonio que llevamos dentro, pero en su minuto de fama, junto al narcisismo de un ricachón medio mafioso, medio farandulero; dos malos comediantes: un monigote que fomenta la venta de niños y un personaje que es capaz de vender a la hija de 11 años con tal de colarse en un paisaje que lo dejaba afuera por decisión del voto popular…
No es en nombre de ninguna pureza moral, ni de un saber hacer a prueba de todo, ni de una esperanza desmesurada que votamos al candidato de Unión por la Patria. Dijimos que votaríamos por nuestro próximo adversario y lo sostenemos, porque de lo que se trata es de elegir en qué condiciones daremos la pelea que de todos modos seguiremos dando. Al cachivache lo repudiamos desde nuestro propio cambalache, hecho de enamoramientos fugaces y pujas distributivas, de metidas de pata a gran escala y genialidades como los Derechos Humanos vueltos una práctica cotidiana, una nueva institución para todo el mundo… Al cachivache le oponemos nuestro cambalache por el que seguramente tenemos más cariño que admiración y desde el cuál daremos la pelea con gusto y disgusto, siempre desde el cuerpo.
* El autor es ensayista, docente e investigador (UNPAZ, UNA), codirector de Red Editorial, integrante del Instituto de Estudios y Formación de la CTA A y del IPyPP, autor de Nuevas instituciones (del común), entre otros, coautor de El anarca (filosofía y política en Max Stirner), La inteligencia artificial no piensa (el cerebro tampoco), Del contrapoder a la complejidad. Defender la matriz frente a la matrix 1, Si quieren venir que vengan. Malvinas: genealogía, guerra, izquierdas, Renta básica. Nuevos posibles del común, entre otros. Integra el Grupo de Estudio de Problemas Sociales y Filosóficos en el IIGG-UBA.
[1] Balzac, H. (1998). Dime como andas, te drogas, te vistes y comes… y te diré quién eres. Barcelona: Tusquets.
[2] En este trabajo hay una aproximación: https://coyunturas.com.ar/docs/2023/Highway%20to%20Hell.pdf
[3] Los libertarios a fines del siglo XIX y a comienzos del XX, lejos de congraciarse con el régimen conservador fundado, entre otros, por Julio Argentino Roca, padecieron la persecución política, la represión, la deportación y el asesinato a gran escala. Ese régimen coronó su condición clasista y racista a comienzos de enero de 1919, cuando durante la llamada “Semana Trágica”, se entregó a una cacería que incluyó el primer pogrom antisemita en Argentina. Valga esta modesta nota al pie como desagravio en favor de los libertarios de entonces, los que enfrentaron a las castas económicas, políticas y militares, los que respaldaron sus palabras con acciones, en lugar de beneficiarse por tecnologías del anonimato canalla y palabrerío sin cuerpo.
[4] En ese sentido, hay una doble pelea: por un lado, contra quienes buscan perpetuar el neodesarrollismo reconociendo los fundamentos de la lucha, pero anteponiéndole un argumento pragmático; por otro lado, quienes directamente buscan minar los fundamentos mismos de la lucha, quienes se proponen liquidarla, como por ejemplo un amigo de Macri, Orlando Canido, en Santiago de Estero, que hace unos años dijo tener por objetivo “destruir al MOCASE”. Es decir, destruir el medio en que vivimos y la vida de quienes lo defienden.
[5] En una entrevista Milei afirmó: “A aquellos que son sub 30 les recomiendo enfáticamente que la única salida es Ezeiza…”