Los aplausos empiezan puntuales. A las 11:45, como ya se hizo costumbre cada miércoles desde la epidemia de despidos, el mástil del Hospital Posadas es el centro del «abrazo simbólico» a la salud pública, esa forma de repudio y de resistencia de médicos y pacientes. El reclamo es cronometrado (se termina a las 12) porque muchos usan su hora de almuerzo para marchar en ronda, sostener un cartel y denunciar, además del vaciamiento, la persecución.

«El hospital está tomado por las fuerzas de seguridad. Desde que asumió Macri tenemos a la Gendarmería, a la Policía Federal, seguridad privada y servicios de inteligencia de civil controlando todo lo que hacés», se queja Karina Almirón, la especialista en Inmunohistoquímica que tiene el récord de haber sido despedida tres veces.

«La primera vez –explica– fue de palabra. Me dijeron que no pertenecía más al hospital desde hacía 15 días, es decir, me despidieron con retroactividad. Me reincorporaron y me volvieron a despedir, esta vez con un telegrama. Como tenía fueros gremiales, la Justicia me instaló de nuevo en el hospital, pero los directivos apelaron y me revocaron la cautelar. Así que estoy sin trabajo nuevamente».


El kiosco La Dignidad, improvisado con un par de mesas en el hall central del Posadas, es el lugar de encuentro de despedidos que, como Karina, siguen luchando por la reincorporación, y de los profesionales y trabajadores que aún prestan servicio y buscan cómo expresar su apoyo.

«Esta gestión (en referencia al director ejecutivo Pablo Bertoldi Hepburn y al director de Recursos Humanos Juan Ignacio Leonardi) instaló 250 gendarmes adentro del hospital para monitorearnos. Lo que se vive es de terror, por eso algunos compañeros no bajan a las asambleas. Están aterrorizados. Compañero que nos dice ‘hola’, compañero que no trabaja más en el hospital», cuenta Rosa Morales, una empleada de Servicios Generales con 17 años de antigüedad, cesanteada en abril. «Soy parte de los 70 trabajadores que mandaron a esperar la jubilación a casa», dice.

La Dignidad se organizó como respuesta de los enfermeros del turno noche a la reducción de sus salarios, en algunos casos a menos de la mitad, como castigo por no aceptar la imposición de trabajar 12 horas corridas. Pese a que hubo varios intentos de desalojarlos, resistieron y hasta sumaron a trabajadores despedidos en la atención del «mostrador». «Tenemos precios ultraeconómicos –promociona Rosa–. Un café, sin leche, te sale 20 pesos y un sándwich, de primera calidad, 35. Todo lo recaudado se reparte entre los compañeros».

A un costado del kiosco se instaló lo que parece un viejo libro de actas para que los pacientes firmen en apoyo a la lucha de los trabajadores del hospital. A veces pasa que la fila para mostrar solidaridad es más larga que la de los que quieren comprar en el kiosco.

Descartables

El martes pasado, el secretario de Salud de la Nación, Adolfo Rubinstein, habló en el programa Lanata sin filtro, por Radio Mitre, sobre el conflicto en el Hospital Posadas, y argumentó respecto de la ola de despidos. «Se les envió (en referencia a la última tanda de médicos despedidos) preavisos por irregularidades muy importantes que aparecían en el sistema. Si un profesional tenía que estar ocho horas, a veces estaba dos o menos». El mismo día, el ahora exministro degradado insistió en el diario Clarín: «Se desató un conflicto porque desde marzo hay un registro biométrico de ingreso del personal, como en todas las dependencias públicas. Con este registro electrónico empezaron a quedar al desnudo las irregularidades. Y se encontraron casos flagrantes como, por ejemplo, empleados que no trabajaban ni el 20 por ciento. Eso está mal».

La reacción no se hizo esperar. Hasta el renunciante jefe de Cirugía Cardiovascular Infantil y fervoroso defensor de la nueva gestión, Christian Kreutzer, le contestó a Rubinstein a través de su cuenta de Twitter. «De manera totalmente inconsulta y sin aviso se ha despedido a los dos coordinadores de Recuperación Cardiovascular y a una médica de guardia. Se los acusa de no cumplir asistencia, lo cual no es cierto de ningún modo. Lo mismo ha pasado en otros servicios del hospital», fue uno de los descargos. También le recomendó al secretario que «la próxima vez que vaya a opinar de mi servicio se informe mejor».

«Tengo 46 años. Entré al Posadas cuando tenía 25. Le dediqué toda mi carrera a la salud pública, lo hice con todo el amor del mundo. Me echaron y me hicieron sentir que era descartable. Igual lo considero mi casa y estoy viendo cómo la están desmantelando. Pero lo que más me molesta es que tengo que salir a aclarar que yo no era ninguna ñoqui», dice la neumonóloga y especialista en tuberculosis Yanina Asquineyer.

En 2009, Yanina se hizo cargo del programa de tuberculosis de adultos VIH negativos. De los 12 neumonólogos que había en el Posadas al momento de echarla, ella era la que más pacientes atendía: a razón de 150 por mes. Para lograrlo creó un programa –del que el Hospital Posadas todavía se ufana en su página oficial– para combatir el estigma de la enfermedad y la alta tasa de abandono que tiene el tratamiento.

«Son pacientes –cuenta– con una problemática social compleja, porque la tuberculosis genera muchas dudas y, por ende, discriminación. Para combatir eso, el primer viernes del mes dábamos charlas abiertas para pacientes, amigos y familiares. Además, yo les daba los turnos junto a la medicación exacta, para que tuvieran que volver ese mismo día a buscar más. Si no venían, los llamaba por teléfono para convencerlos de que no abandonaran el tratamiento, y si seguían negándose, mandábamos a buscarlos. Esto no existía antes de que yo me hiciera cargo».

En 2016, hubo un pico de casos de tuberculosis que coincidió con una falta de medicamentos. Muchos pacientes que se atendían en otros hospitales terminaban en el Posadas porque era el único lugar que entregaba la medicación. «Tejimos redes para conseguirlos, aunque fuera por izquierda», recuerda Yanina. Aunque ella no lo cuente por pudor o modestia, varios colegas resaltaron que la doctora viajó varias veces a La Plata o Moreno con su auto a buscar remedios necesarios para el tratamiento de los pacientes, cuando faltaban en el hospital.

«Lo que dijo Rubinstein –concluye– es una mentira flagrante. El telegrama de despido dice que me echan por adecuación de la dotación óptima, no por faltar. Mandé una nota por mesa de entradas pidiendo explicaciones pero todavía no me contestaron. No me importa. Sigo orgullosa del trabajo que hice». «

Postales del peor pasado

La militarización del Hospital Posadas es un tema sensible que desentierra el pasado más feroz. El 28 de marzo de 1976, el general Bignone dispuso la intervención de la institución con tanques, helicópteros y personal militar fuertemente armado con la excusa de que era un hospital donde se atendía clandestinamente a «subversivos» heridos. Entre julio de ese año y enero de 1977, el grupo de tareas conocido como «Swat», coordinado por el subcomisario de la Policía Federal Ricardo Nicastro, llevó a cabo una nueva etapa de represión dentro del hospital, aun más violenta. El Posadas tiene nueve trabajadores detenidos-desaparecidos.