Actor, director y dramaturgo, Francisco Lumerman reestrenó su obra El amor es un bien (a partir de Tío Vania de Antón Chéjov) en Moscú, el teatro que fundó junto a Lisandro Penelas con un elenco de actores implacables. «Ellos lo entregan todo y son quienes dan el golpe teatral», dice el director sobre Manuela Amosa, José Escobar, Diego Faturos, Jorge Fernández Román y Rosario Varela. 
–¿Qué te atrajo de Chéjov y cómo reversionás el clásico Tío Vania?
–Empecé a escribirla unas cuatro veces y la dejé. Fue la obra que más me costó escribir. Tenía una idea inicial de cruzarla con Carmen de Patagones, donde pasé muchos momentos en la casa de mi abuela y recuerdo grandes debates sobre la contaminación del río y otras reflexiones. Chéjov me da herramientas para hacer teatro porque tiene un grado de actualidad impresionante. Aun siendo Rusia, nos encaja perfecto a todos, universalmente. Son personajes un tanto corridos y eso es lo que me identifica y me cautiva. 
–Según la definición dada por el nombre, ¿cuál es el tratamiento del amor?
–Me hice trampa cuando la escribí porque iba por un lado político. Y en ese momento, no tenía título. Cuando la terminé me di cuenta de que hablaba de algo que no había buscado a nivel consciente. Sí del entramado del deseo de los personajes. Pero el cuento contaba que eran cinco personas rebotando afecto, el amor en todas sus formas: el amor y el deseo, el amor al padre. 
–¿Cerraste el sentido con el título?
–Yo la escribí con Tío Vania y con Cuaderno de notas de Chéjov. Estaba a punto de estrenar y no tenía nombre. Mientras viajaba en un avión con Adriana Ferrer para representar Emilia (de Claudio Tolcachir) le leí una nota que nunca volví a encontrar, decía algo como «si el amor es un bien como un bien material, ¿qué pasa con los que lo tienen y qué pasa con los que no lo tienen? Y se lo pregunté así: «¿El amor es un bien? ¿Te parece?» «Me encanta», me dijo. Cerraron todos los sentidos que tenía.
–¿Cuáles son las constantes en tus obras y esta en particular?
–Mis obras se fueron a un lugar más político, me metí con el peronismo. Mi vuelta como director tiene que ver con el trabajo con los actores. Me gusta armar complejidades. Eso también está presente en mí cuando escribo. Esta obra está caracterizada por lo universal, porque parte de Tío Vania, pero se suma a algo de la adultez personal: arriesgué lo que no entendía pero sin cerrar ningún sentido. Por el contrario, y a pesar de otras versiones, muy bien jugadas en sus propuestas, yo tenía claro que quería hacer mi Chéjov. «

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