Sergio Massa vale más por lo que resta que por lo que suma. Según los números de los alquimistas electorales del gobierno y la oposición PJ-K, la candidatura presidencial del tigrense podría reunir una decena de puntos que serían determinantes para estirar la definición al balotaje. Ese poder de daño es el activo que lo puso como centro de atención de la política en su etapa más ruin: la definición de candidaturas.
No es secreto que el kirchnerismo lo quiere fuera de la competencia mayor para evitar que se le fuguen votos que pueden ser útiles para ganar en primera ronda. Es obvio, también, que el gobierno lo quiere en cancha, por la misma razón: Mauricio Macri sabe que saldrá segundo, pero para seguir en carrera debe evitar que la fórmula ganadora supere el 40% y le saque diez puntos de ventaja.
Habituado al toma y daca del poder, Massa elaboró pliegos de condiciones para cada postor. Al PJ-K le pide una docena de puestos legislativos expectantes (en Nación y Provincia de Buenos Aires), y media docena de candidatos a jefes municipales libres de competencia. Entre ellos está Tigre, su pago chico político, hoy en manos de Julio Zamora, un excolaborador que se emancipó y pretende la reelección. Massa parece más cerca de resignar su candidatura a presidente que la de Malena, su esposa, que ambiciona la jefatura comunal.
En el PJ-K creen que, desgastado por estirar el paseo en calesita, Massa se conformaría con esa sortija y poco más: una Paso testimonial, puestos en la lista de diputados nacionales y bancas seguras en la Legislatura bonaerense. Pero aun así dudan de regalarle la sortija de Tigre: «Que se la gane en una itnerna», dicen en el rincón K.
El miércoles vence el plazo para presentar las alianzas electorales. La cuenta regresiva juega en contra de los intereses de Massa, que en cada hora de vacilación deja jirones de imagen e intención de voto. O sea: cada vez resta menos y, por lo tanto, vale menos.
En las próximas horas se sabrá si Massa se bajó a tiempo de la calesita, o la chocó. Y en dos semanas se anotarán las candidaturas, con lo que concluirá la etapa más seductora y miserable de la política. Lo que en la jerga se conoce como «rosca» y Juan Perón llamó la «politiquería».
Entonces debería llegar la hora de la política con mayúsculas. De la campaña proselitista que confronta ideas y proyectos. Aunque no hay razones para ilusionarse. Todo indica que el país va hacia una de las campañas más sucias de su historia, plagada de golpes bajos, odio troll y fake news. Sería una pena: la Argentina en crisis que dejará la ceocracia necesitará de mucha y buena política para salir del pantano en el que está. «