Galileo Galilei comenzó el diseño de un reloj de péndulo a principios del siglo XVII. No pudo terminar la obra porque murió pero el boceto llegó a manos de los Medici, la familia que controlaba el poder en la República de Florencia (hoy Italia). Renacimiento puro: ideas, auge de creatividad y audacia en búsqueda de superación. El reloj de péndulo fue revolucionario porque permitió reducir los errores del tiempo: de minutos a pocos segundos.
Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia, explica sintéticamente que las “transformaciones sociales, políticas y económicas se dan por oleadas”.
En los últimos 20 años, en la política argentina, hemos visto un cambio de época abismal: de los 90 neoliberales, el que se vayan todos y un país al borde del colapso a un Estado presente que llevó a cabo la recuperación económica, calmó la fiebre social y recompuso el lazo entre los políticos y la sociedad.
Un nuevo contrato social, no el de Thomas Hobbes, el de Néstor Kirchner en alianza con mandatarios de otros países de Latinoamérica. Después de la era plástica y del jet set, se forjaba una nueva era basada en derechos colectivos, organización social y soberanía política. El péndulo estaba en la denominada centro izquierda.
La hegemonía política trazaba un rumbo nuevo. Lo que no había funcionado había servido, al menos, como fusible para saber lo que no había que volver a hacer. ¿Por dónde empezar? Por generar mayorías. No partidarias, no de gobierno. Eso era muy ambicioso en pleno caos. La idea fue construir una nueva conversación pública que permitiera llevar a cabo políticas públicas con mayorías.
Entre esa época y la actualidad pasó mucha agua bajo el puente. Hay políticos que ya no están, algunos no lo entienden y otros quedaron en el intento gritando que tenían razón: romper para profundizar y recuperar hegemonía política en términos absolutos. El resultado fue “la grieta”.
El escenario electoral (no social) de los tres tercios invita a pensar dónde está la mayoría en la conversación pública. Mucho ya se dijo sobre el enojo, el hartazgo, la incertidumbre y la desilusión. Las consecuencias de esos estados emocionales están a la vista: se empezaron a normalizar ejes de discusión que creíamos saldados. Esos ejes reflotaron luego de la pandemia y vienen posicionando a la derecha y sus satélites en el centro del debate. El péndulo hoy está ahí.
Luego de la victoria en las Elecciones Generales, Sergio Massa tiene la responsabilidad de reconfigurar el escenario político e intentar, con mucho esfuerzo, que el péndulo llegue al centro. Después vemos.
Hay condiciones objetivas, aunque el contexto no ayude -la política nunca depende del contexto, sino que debe propiciarlo-. Juntos por el Cambio se rompió en mil pedazos.
El PRO tiene serias dificultades de sostener el mismo volumen político.
Javier Milei y sus groupies haters demostraron las debilidades de una aventura estrepitosa. Un Chaski Boom: ruido y poco daño.
Quedan los radicales, los que se animaron a romper con Mauricio Macri y sus miserias de dueño de la pelota. Ahí, en ese enojo radical, se encuentra el trabajo de relojero. Sergio Massa Deberá llevar el péndulo a punto neutro y construir desde allí una nueva mayoría que desplace de la escena principal al macrismo y a JavierMilei.
El péndulo de Massa deberá tener entonces variaciones pequeñas con el objetivo de ajustar las tuercas hasta que los errores ya no sean de minutos sino de segundos. Es necesario poner en la mesa los temas que sean y repartir cargas. Néstor Kirchner lo intentó y lo logró con la Concertación Plural en 2007. Terminó mal, sí. Pero logró su objetivo: inclinar el péndulo.
Camino al balotaje, Massa invita a un cambio de época. Los desafíos: sensatez, consenso y apertura. El reloj está en sus manos.