“En primer lugar, no se desespere y en caso de zafarrancho no siga las reglas que el huracán querrá imponerle. Refúgiese en la casa y asegure los postigos. Comparta el mate y la charla con los compañeros, los besos furtivos y las noches clandestinas, con quien le asegure ternura. No deje que la estupidez se imponga. Defiéndase. A la estética, ética. (…) ser perseverantes y tenaces, escribir religiosamente todos los días, las tardes, las noches. Aún sostenidos en terquedades si la fe se desmorona. No habrá tregua para nadie. La poesía les duele a estos hijos de puta». Fragmento de “Instrucciones para capear el temporal”, de Alejandro Robino. Circuló con intensidad en las redes. Afortunadamente.
La tormenta de angustia nos arrasaba el alma a millones, aún lo hace. Mientras, el lunes, la palabra que más ingresaron en el buscador de google fue “derogar”. Qué paradoja, buena parte de los que no sabían su significado, la mayoría votantes de LLA, serán víctimas de la derogación de la ley de alquileres. El guapo que siquiera puede nombrar a sus ministros lo dijo berreando. Uno de los anuncios que espantan, pero no sorprenden: si algo no se puede decir es que no avisó.
Se podría bucear en porqué un pueblo se pega un tiro en el pie. Que se equivoca, contrariando una de las lógicas blandidas históricamente por el amplio sector de la progresía (o más abarcativo, el campo popular) que ve derrumbarse un mundo que se sustentaba en esas máximas. No aguardemos que sea muy tarde para mirarnos en el espejo y descubrir porqué desbarrancamos en un precipicio tan hondo. Ni más ni menos que luego de 40 años de democracia.
“Hay que sufrir para aprender”, dice Carlos Rodríguez, asesor íntimo del presidente electo. Lo justifica, perverso que es, en que en “una guerra y la sufren los que van al frente”. Basura xenófoga, autopercibdo como “una bestia”. Integra del mismo grupo pérfido que Guillermo Ferraro, quien despreció la importancia del gasoducto Néstor Kirchner, desafiando: “¿Quién lo usa?”. Cargados de soberbia, juegan a quién es más reaccionario y también, quién se queda con cada parte del botín. Apenas un botón de la tragedia argentina que se entiende solo si se entiende porqué un cúmulo de crueles apologistas de la saña llegó a ser preferido por millones para que decidan su futuro.
Dejémonos de joder: ni lo disimulan, nos han declarado la guerra, y pretenden que seamos los que la sufran. Serán al menos cuatro años de dolor y resistencia. Ser minoría no significa entregar cheques en blanco para que nos arrebaten lo que costó sangre, sudor y lágrimas.
Tal vez, a la vez, sea éste otro momento para mirarnos a los ojos aun sin saber cómo escaparle a la frustración electoral. Nos pasó en tantas ocasiones. Muchos hurgamos por esas miradas durante la dictadura y fue salvador cuando las hallamos.En la primera derrota en democracia, en tantas en estos 40 años. Siempre creyendo que sería insuperable. Sin imaginar ni en las más absurdas fantasías el engendro al que el destino nos sometería. Que no sea cuestión de seguir batiendo récords de bajón, bronca, impotencia, miedo, dolor.
Otra vez es sanador mirarnos, darnos un abrazo, buscar al semejante, ir codo a codo por la vida, tomar un vino, intercambiar mensajes, comernos un asado mientras podamos comprarlo, reconocerse sin pudor en el compañero, dejar el perdón para otros tiempos si es necesario, reírnos lo más que podamos, lo más rápido que podamos. Escuchar música, tocarla, escribir poemas, leerlos, pintar, escuchar, mirar, decir.
Discutir, disentir, acordar, reflexionar sobre qué nos pasó, aprender, ir al hueso. No perder la pulsión de salir a la calle.
Exigirle ya a la dirigencia, la nuestra, que no se esconda, que no traicione, que se suba a la vanguardia. Descubrir su responsabilidad. Y a quienes no detienen la impertinente negación sobre su torpeza que al menos hagan el bien de hacer introspección y callarse la boca. Ya nos hicieron bastante daño.
Y llevemos una urgente tarea para el hogar: reflexionar cien veces, mil veces, las necesarias, sobre por qué nos pasó un Macri y por qué fuimos tan torpes de no haber podido evitar a un Milei.
Entendamos, desde la experiencia y no desde la arrogancia, que el pueblo puede equivocarse. Más de una vez. La derecha ganó la batalla cultural: instaló la agenda del individualismo extremo, el sálvase quien pueda, la ley del más fuerte que caló hondo en vastos sectores. Sería genial que los pibes que no vivieron la dictadura, entendieran que antes de que ellos nacieran, también existieron infiernos diversos y que si equivocaron el rumbo -como humildemente considera quien esto reflexiona-, tal vez sea por ignorar de ese pasado. La vida no empieza ni termina en tik-tok.
No hay que haberse revolcado en el lodo para comprender que siempre se puede estar peor. Pero podemos evitarlo.
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No la perdamos la memoria. Este periodista plantó sus principios hace un mes, aquí mismo. La dolorosa derrota no los modifica.
Son 30.000. La memoria es un valor político. Los chicos no se trafican. Los padres nos haremos cargos de nuestros hijos. Las mujeres no son objetos, los órganos no se venden, las armas tampoco, y menos libremente. En la vida no todo vale lo mismo. Las Malvinas son argentinas. Nuestra moneda vale, aún con sobresaltos. Los discapacitados merecen respeto. La meritocracia no es igualdad que derechos. No somos viejos meados.
Por un Estado regulador, la escuela pública, universidades para todos, la salud pública, el CONICET, Aerolíneas Argentinas y las otras empresas estatales: no son una mercancía sino un derecho. Por la cultura. Porque las Madres y las Abuelas no son un curro. Por Santiago, Rafael Nahuel y los otros pibes muertos. Por la militancial. Porque somos lo que decimos y lo que defendemos. Porque sigo creyendo en la palabra. Porque soy periodista y aún respeto a mi vocación. Por la convicción en la socialización de la riqueza, la cultura y el poder. No tiremos por la ventana 40 años de democracia. No fue magia. La patria es el otro. No a un país fascista para nuestros hijos y nuestros nietos.
Fuimos al balotaje y perdimos. Ahora defendamos la vida cada segundo de vida. No dejemos que la lleven puesta.
Más que nunca, Nunca más.