Nadie recuerda a los ocho bomberos y los dos rescatistas muertos en Iron Mountain. Ya nada se dice, tampoco, de los 42 gendarmes muertos en Jujuy apenas asumió el gobierno de Mauricio Macri. Es probable que el estupor producido por la tragedia del ARA San Juan vaya cediendo con el correr de las semanas, y algún nuevo escándalo real o prefabricado desplace la preocupación colectiva hacia otros temas y otros personajes. Los servidores públicos en nuestro país no tienen quién les escriba. Son peones sacrificables en un tablero endiablado. Estas líneas no se proponen reparar lo irreparable. No podrían hacerlo, de todos modos. Los bomberos, los rescatistas, los submarinistas, los gendarmes y sus familias padecen lo que padece cualquier argentino con alguna vocación por el otro, cuando la cultura dominante en este presente neoliberal es el sálvese quien pueda.
El macrismo se ha especializado en depositar la culpa siempre en los demás. Su política es señalar lo mal que hacen o hicieron las cosas los otros. No asumen responsabilidad alguna por los sucesos. Desde diciembre de 2015, nos gobiernan funcionarios que confunden marketing con eficiencia, deber con conveniencia y excusas con explicaciones. Las cosas tenían un sentido hasta ese momento, eran comprensibles para las mayorías. Pero desde entonces, desde que el «partido de la grieta» llegó a la Casa Rosada bajo el nombre de Cambiemos, se instaló con apoyo del blindaje mediático una suerte de hipnosis, un sentido de época, que debilita lazos y tejidos sociales, que resta valor a lo colectivo y pone en crisis la noción básica de la convivencia democrática.
El tratamiento oficial de lo ocurrido con el ARA San Juan es de una inmensa miserabilidad. Le pasó a este gobierno, como le podría haber ocurrido a otro. Es una circunstancia desgraciada, que produce congoja. No estaba en los planes de nadie, se sabrá en el futuro si las cosas se hicieron bien o mal, si hubo alguna negligencia o todo fue producto de un imponderable. El tremendo dolor que atraviesan los familiares de los hombres de la Armada atraviesa la carne de millones de personas capaces de condolerse con la tragedia ajena, que sienten como propia. Sin embargo, desde las usinas del gobierno actual, se pretendió instalar que la responsabilidad era de la administración anterior y se alimentó la idea de que lo ocurrido tenía que ver con las rebajas presupuestarias a las Fuerzas Armadas. Se hizo circular, también, un mensaje por WhatsApp en el que se comparaba a la «valiente muchadada de la Armada» con otros que «cortan rutas o hacen paro». Perversidad en estado puro.
Esta Armada no es la de los aviones del ’55 ni la de la ESMA de los ’70. Tres décadas y media de democracia pusieron a los oficiales de todas las FF AA en su lugar: el de profesionales de la guerra al servicio de un país que antepone la paz a todo. Los submarinistas del ARA San Juan no buscaban ser presidentes, no estaban en batalla alucinada contra el comunismo internacional, no formaban parte de grupos de exterminio de sus propios conciudadanos. Hacían ejercicios de rutina, cumplían con su trabajo, se preparaban para ser los mejores en lo suyo. Pero el gobierno del «partido de la grieta» no se conduele por nadie, no respeta a nadie: enseguida quiso usarlos para saldar cuentas con el kirchnerismo. De nuevo, una vez más, como viene sucediendo desde hace dos años.
El mecanismo es aplicado de manera constante. La inflación es culpa del anterior gobierno, aunque todavía haya inflación. La pobreza es culpa de Cristina Kirchner, aunque haya crecido con Macri. La deuda era un problema porque no se les pagaba a los buitres, aunque se haya agravado aún más. El déficit fiscal, en teoría, era monstruoso, aunque ahora haya trepado a las nubes. Dos años lleva el gobierno administrando pésimamente el país, generando problemas donde no los había y empeorando los que sí existían, la mitad de un mandato constitucional, y su propaganda sigue insistiendo con responsabilizar de lo que pasa ahora a los gobiernos anteriores.
Esta estrategia le ha dado resultados. Basta con ver lo ocurrido electoralmente en octubre. Muchos jubilados y pensionados, estafados con la Reparación Histórica, votando su propia rebaja salarial. Muchos trabajadores que ahora pagan más Ganancias que antes y están bajo amenaza de perder sus puestos de trabajo, acudiendo a las urnas para volver a elegir a sus propios verdugos. Aceptando con mansedumbre la explicación oficial: están mal por los gobiernos K, pero van a estar mejor si nos siguen eligiendo. Un verdadero sortilegio que captura las voluntades de cambio y las licua en una autoflagelante aceptación social, un poco por desidia, otro tanto por temor.
Hasta que suceden cosas como la que sucedió con el ARA San Juan. Un llamado de atención de la realidad. Macri gobierna hace dos años. Está obligado a dar explicaciones. Es su responsabilidad. No se trata de politizar una tragedia, como habitualmente hizo el macrismo con Cromañón, Once o Nisman. No se trata de eso. Es más, hay que saberlo: Macri tendrá la responsabilidad de gestión frente a lo ocurrido, pero quizá no pase de eso. Si sabía lo de la explosión y evitó decirlo, será distinto. Habrá que probárselo, de todos modos. Mientras no se le pueda atribuir de manera certera, será más importante lo que haga en adelante que lo que hizo o dejó de hacer.
El peor castigo para su gobierno no será que cuatro o cinco comunicadores traten de involucrarlo directamente en asuntos que lo rozan de lejos, no estará en la militancia de las redes sociales que le recuerden su insensibilidad. El peor castigo será que la sociedad, producto de un impacto imprevisto, recobre sus percepciones y comprenda que Macri gobierna hace dos años. Que es el presidente ya no el jefecito del «partido de la grieta» que llegó prometiendo resolver problemas y no lo está haciendo. Por el contrario, los aumenta. Como si el país le quedara grande. ¿Qué vería la sociedad en él si le quitaran el blindaje mediático?
Que se vea obligado a dejar de ser el comentarista del kirchnerismo y comience a asumir las responsabilidades de Estado para las que fue votado, de una vez por todas. «