Pocas horas después del cuarto «banderazo» del año, organizado por Cambiemos contra el gobierno del presidente Alberto Fernández, su antecesor, Mauricio Macri, dio un paso clave para posicionarse como gran elector de la alianza opositora. Decidió confrontar en público con el «ala dialoguista» de su partido, blanqueó su desconfianza ante el origen peronista que reivindican, y buscó que concreten de una vez la ruptura que anticipan desde 2019.
Para hacerlo eligió romper el silencio mediante una entrevista en el canal TN, del Grupo Clarín. Cargó especialmente contra todos los referentes que se interponen en la conversación con los votantes más duros de su espacio: el exministro del Interior, Rogelio Frigerio, su socio, el extitular de la Cámara baja, Emilio Monzó, y el exsecretario de Interior y actual diputado nacional, Sebastián García De Luca. Los dardos envenenados también buscaron impactar sobre la exgobernadora bonaerense María Eugenia Vidal y con el alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, a quien graficó como un rehén de la Casa Rosada respecto a la extensión de la cuarentena.
En el entorno de Macri admiten que sólo mencionó una parte del libro de «memorias» que preparan sus escribas. Con ese libreto a cuestas, viajó con sus palabras al 12 de agosto de 2019, cuando sólo habían pasado 14 horas de la estrepitosa derrota en las PASO. Aquél Macri, posiblemente el más genuino, arremetió contra el espejo de moderación que habían construido sus asesores y aliados mediáticos. Según dijo en la entrevista días atrás, allí se terminó su gobierno.
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Furioso y demudado, culpó a los votantes del peronismo por la corrida cambiaria que había empezado poco después de la paliza en las urnas y a pesar del endeudamiento extraordinario que le había concedido el FMI para pelear por un segundo mandato.
El impacto del ajuste que le pidió el fondo para seguir en pie y sus consecuencias piantavotos para seguir en el poder son dos puntos que deterioraron al máximo la relación de Macri con Frigerio y De Luca en la cartera política del Gobierno y con Monzó en Diputados, donde debía obtener apoyos sin quórum propio y con una minoría inédita en el Congreso que lo obligaba a explorar acuerdos políticos que siempre fueron sapos amargos para Macri y su jefe de Gabinete, Marcos Peña. Sin embargo, a pesar de los matices, votaron y defendieron medidas que tuvieron un impacto sociaeconómico negativo, aunque fueron defendidas como «las menos peores».
Las tensiones de esos días son parte de un recuerdo amargo que los funcionarios de entonces confiaron, bajo reserva de la fuente. Y ahora reverberan gracias a las espinas que Macri les disparó cuando eligió blanquear las diferencias que cocina a fuego lento. También sucede por una herida reciente que aún no cicatrizó. Radica en las pruebas que tiene la Justicia Federal sobre la decisión de Macri de espiar a los «monzoístas» desde la AFI y el freno que ordenó la Rosada en 2018 cuando los díscolos se mantuvieron dentro del redil y no se fueron. Esas hipótesis son parte de los disparadores de la investigación que maneja el juez federal de Lomas de Zamora, Juan Pablo Augé, por el presunto espionaje de la AFI a la vida privada de oficialistas y opositores entre 2015 y 2019.
Con las palabras que este lunes le dedicó al editorialista Joaquín Morales Solá, el expresidente confirmó que tiene poca elasticidad para afrontar los desacuerdos políticos. Además dio cuenta que esas esquirlas se pueden transformar en sospechas de traición después de una derrota traumática. “Como presidente nunca debí haber delegado la negociación política y yo la delegué en mi ala más política, con filo-peronistas», fue la frase en tono de autocrítica que Macri les dedicó a esos escudero. Antes de las presidenciales de 2015, ese sector fue determinante para la expansión al interior del país de una expresión tan porteña como el PRO y la victoria federal de Cambiemos, con la conquista electoral de Córdoba como una «retaguardia estratégica» que todavía no ha sido explotada en su totalidad.
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La bronca que Macri bramó y este lunes dejó de mascullar contra los «monzoístas» también derrama, por propiedad transitiva, contra Vidal y Larreta como otros creyentes «del centro derecha» que se aferran a un posible regreso al poder con el apoyo de «otros sectores» externos al núcleo duro, que tienen intersecciones culturales, estéticas y políticas con una parte del electorado del peronismo. Macri y Peña siempre descreyeron de esos contactos. Ahora el expresidente decidió extirpar a esos cultores para arrinconarlos hasta el abandono y obligarlos para negociar a cambio de un costo tan alto como desconocido en un año no electoral. Dicen que la onza que rompió la balanza del magnate fundador fue la propuesta de Monzó de «jubilar» a Macri y a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, para darle paso a las nuevas generaciones políticas.
Entre el destierro y el ninguneo se juega la necesidad política del PRO, y de Cambiemos, de contener a un electorado peronista que, en los primeros diez meses de albertismo, también son seducidos por productos electorales como el titular de la Cámara baja, Sergio Massa, o el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni. En el caso del militar, su sombra toma otro calibre porque tiene proyección nacional secundaria, pero concentra su fuego en el conurbano bonaerense, un territorio donde Macri prefiere respaldarse en las minorías más duras que seducir a indecisos y postergados por su gestión en el Ejecutivo.
El capital político del «monzoísmo», después de la derrota de 2019, se circunscribe a ese electorado peronista, muy refractario al kirchnerismo, que se extiende en las poblaciones agroexportadoras de la pampa húmeda, con una base electoral que le disputa el radicalismo y que también reside en las clases medias urbanas de los conglomerados de las cabeceras provinciales.
Los destinatarios de las críticas de Macri (que mantienen las riendas de esas redes políticas) consideran que el líder del PRO está decidido a sacarlos del partido. Y se resisten a darle el gusto. Imaginan un espacio propio dentro de Juntos por el Cambio pero afuera del PRO. Admiten la paradoja desoladora de recibir más solidaridad del radicalismo o el massismo que de sus pares macristas.
Tales fidelidades electorales dependen de la agudización de la polarización que Macri, y la jefa de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, prefieren para Cambiemos. Las espinas que lanzó el expresidente por ahora no desembocarán en la ruptura que quiere provocar, ni en la salida que amasan los «monzoístas» con un año de amagues en su contra. Antes de diciembre del año pasado fueron en nombre de «la institucionalidad». Y desde entonces van endosados en nombre de la supervivencia política, pero siempre signados por un silencio directamente proporcional al largo camino que tienen por delante para mantenerse lejos de Macri y también del peronismo.