El Neoliberalismo que se extiende mundialmente es ese tiempo histórico donde el Capitalismo ha transformado la democracia en un simulacro. Al menos es la tendencia que se confirma, incluso en un nivel mundial. Es un nuevo «estado de excepción» que bajo apariencia democrática va disolviendo lentamente las garantías constitucionales.
Esta situación cabalmente ilustrada por el neofascismo neoliberal de Donald Trump y por los que ya se anuncian en Europa, está en condiciones de ejercer un hecho Político aparentemente paradójico. Ejercer una suerte de consenso intimidatorio y represivo.
Como si los elementos violentos de lo que Marx denominaba «acumulación primitiva» hubiesen contaminado definitivamente a la lógica de mercado y el capital-arlamentarismo moderno.
Por ello, protestar por los desmanes y atropellos del orden neofascista neoliberal desde la apelación a los derechos constitucionales de la democracia puede constituir una ingenuidad trágica, que como en otras circunstancias históricas tuvo un desenlace cruel y terrible para los sectores populares.
Es de vital urgencia para que la energía no se derroche, para que las protestas no se ritualicen, para que la militancia no se disperse y finalmente para no terminar expuestos y fijados al sitio en donde el enemigo nos espera, articular ya, desde ahora mismo, una organización política, no sólo referida a un liderazgo sino también a una conducción.
Incluso, no se trata ahora de pensar exclusivamente en términos de una lógica electoral. Más bien se trata de asumir el legado kirchnerista, romper con el cinismo del peronismo adaptado y girar hacia una autentica experiencia popular de izquierdas. Como en los hechos lo fue el 17 de octubre. La resistencia peronista, la tendencia de la gloriosa JP y una corriente importante del kirchnerismo. Obviamente no quiero olvidarme aquí de las grandes luchas sociales y políticas protagonizadas por la auténtica izquierda en la historia Argentina. El tiempo de nombrar las cosas, al modo del Frente para la Victoria ha concluido.
Ahora, sea con el nombre que sea, hay que articularlo. Organizarlo. Inventar un núcleo de referentes cruciales y reinventar una nueva conducción. Si esa conducción es la de Cristina Kirchner, lo que en principio está fuera de discusión, hay que asumir que por diversas razones, algunas tal vez insondables, la misma no está confirmada y solo se sostiene en el deseo de los militantes.
El neoliberalismo neofascista así como prepara sus listas de deportados y futuros bombardeos en el resto del mundo, puede perfectamente organizar una nueva escalada represiva de gran alcance en nuestro país. Mientras pregona por el mundo su discurso complaciente de autoayuda y » libertad»
Una nueva organización, con la articulación territorial correspondiente y con la caracterización pertinente del enemigo es la única protección posible. Incluyendo todas las redes de transmisión a nuestro alcance pero coordinadas en su expansión horizontal por una dirección organizada
Una supuesta unidad indiscriminada, con el único motivo de desalojar a Macri, corre el peligro ya conocido de reencontrar al enemigo en casa.
Esta vez el neoliberalismo neofascista no sólo está motivado por intereses económicos. Le añade una potencia de odio, que incluso puede ser diseminada por » abajo» y que se extiende por el mundo. Dicho filosóficamente, en el neoliberalismo el ser humano odia al otro odiándose a sí mismo.