El sol entibia el mediodía porteño. Se filtra en la amplia oficina del primer piso de la sede de Flacso. La charla pactada para un rato de duración, se extiende por más de una hora. El mate sólo es una referencia no excluyente a su Rivera natal, de la que emigró tras el golpe de 1973 en Uruguay. Allá una amplia biblioteca y, entre otras, su foto con Estela de Carlotto. Acá, Luis Alberto Quevedo, analizando profusamente de qué modo impera el discurso político en la actualidad argentina.
–¿Cómo se analiza el discurso político desde el torbellino de hechos que suceden cotidianamente en la Argentina?
–Los análisis que inauguraron el género, en democracia, fueron sobre Raúl Alfonsín, quien tenía una retórica clásica y trabajaba con equipos como el Grupo Esmeralda. La tribuna, la apertura de sesiones o en cadena, distintos géneros, eran piezas oratorias analizadas con herramientas que aparecían en el mundo. En producción: cuando el que habla, enuncia. Después vino el análisis del discurso en recepción. Hoy no hay un estilo de discursividad como en los ’80 o ’90. Estamos frente a un estallido del formato del discurso, de la palabra, de las retóricas, ante el uso de las redes sociales, la gran revolución comunicacional que hace Cambiemos.
–En ese aspecto fueron originales y a la vez eficaces.
–Hubo grandes cambios. Por empezar, el pasaje del ciudadano al vecino; cómo se constituye el sujeto de recepción: en un caso lo reconocés como un sujeto de derecho y en el otro, lo localizás por su proximidad geográfica. Luego el uso de las redes: el PRO, desde la CABA fue revolucionario en pensar ese uso; entendieron que cada red tiene una gramática y una sintaxis particular y requiere una profesionalización. Lo supieron hacer, con equipos profesionales muy serios. En el Instagram de Macri, o de otros de ellos, veo un cuidado del lenguaje que no lo tienen otros políticos. El Twitter lo maneja muy bien Aníbal Fernández, conoce la lógica que muy pocos políticos conocen. Pero el PRO entendió eso muy tempranamente y abandonó los actos masivos, la tribuna, no le interesan las inauguraciones de sesiones. Ahora hay otras retóricas, otras lógicas de funcionamiento y recepción. Como tomar mate en la casa de Cacho: lo usan en todo el país, con profesionalismo riguroso. Van a tomar mate y a escuchar: muy distinto es llevar un volante y hablar.
–¿Todavía les resulta?
–Sí, aunque se están enfrentando a una nueva realidad. Les cuesta timbrear porque les cuesta salir a la calle. Encuentran rechazo en una práctica que fue muy planificada: tienen muy censados los barrios; hay intendentes que conocen manzana por manzana. Pero les cuesta porque la gente tiene un alto nivel de reclamo. Ya no se trata de la novedad de la política sino del fracaso de la política: escuchan lo que les cuesta pagar la luz o llegar a fin de mes. Ya no son la esperanza de un cambio. Antes preguntaban: «¿Qué cambio esperas?» Ahora deben explicar el fracaso. Y, además, los perjudicó la legitimación de los trolls, la invasión de nuestras redes planificadas desde una oficina. Debieron admitirlo; se desangeló la idea que eran ciudadanos que opinaban. Los usuarios de las redes somos celosos de usarlas como queremos; aunque el costo que pagamos es que hacer un acuerdo para que nos puedan invadir…
–¿Eso puede hacer retornar al viejo discurso?
–No, los políticos hoy se apoyan más en los relatos que reconstruyen historias personales que en los de militancias. Alfonsín fue el último gran orador de tribuna, CFK es una gran oradora pero con una mayor complejidad por el uso de datos, se siente cómoda con las tres horas de apertura del Congreso. Alfonsín relataba la historia de la militancia del radicalismo, requería una genealogía que tenía que ver con la política; Macri necesita una que lo separe de la política: ‘el fútbol, ahí empezó mi vida’. Lo mismo, con el relato de Vidal.
–¿Cómo entra en la sociedad el relato abiertamente mentiroso, el doble discurso?
–Habría que decodificar cuál es el pacto que un segmento de la sociedad hace con el político, cuánto le exige la verdad: depende de su background cultural. Mentir en Finlandia tiene un costo muy distinto que en Brasil o Argentina. Acá no se le exige la verdad al político. El pacto con Macri fue poner un fin al ciclo kirchnerista; que les gane, los meta presos y haga lo posible para que no vuelvan. Con otro segmento hizo el pacto de las libertades económicas, incluso las construidas con los medios como la del cepo cambiario. Y otro fue con los grupos poderosos. La complejidad del triunfo de Macri es que supo tener una respuesta para cada uno de esos sectores. Aunque dijo cosas y no cumplió: la sociedad no mide por eso.
–¿Ahora tampoco?
–Lo van a medir por el crecimiento, la inversión, el trabajo, el plan económico que no resulta. Ahí se rompe la credibilidad de su palabra. Otro parámetro que la sociedad compró es que el macrismo tiene una ética republicana diferente del kirchnerismo: la trasparencia. Pero a Macri se le está quebrando el muro del coucheo: aparecen contribuyentes que dicen «yo no puse dinero…».
–Es uno de sus latiguillos: «Nosotros no mentimos».
–Lo viven diciendo. Lo dijo Macri en la última conferencia de prensa, la más vacía de su mandato. Es contrarrestable con realidades, aunque el clic se produce no sólo porque no digan la verdad, sino porque hay una inflación galopante del 35% anual. La «verdad» no les es suficiente. En sus propias filas aparece el quiebre: «No sólo no somos republicanos, sino porque falsificamos datos, lavamos dinero…» Y si no tenés resultados económicos, el segundo semestre, los brotes verdes…
–Se quedan sin discurso.
–Se quedan sin palabra, dónde sostenerla. Un síntoma es que la conferencia de prensa de la semana pasada no haya tenido discurso previo. Sólo preguntas. «No tengo nada para decir.» Se quedan sin espacio público: les cuesta mucho salir a la calle. Y también se quedaron sin promesa de futuro. Hoy no hay esperanza y sin ella es difícil hacer política. De la Rúa tuvo dos años de esperanza de clausurar el ciclo menemista, la corrupción, el peronismo, los sindicatos y traer una sociedad más transparente. Dos años… Lo que se quiebra es eso: no hay presente, no hay futuro, ya es difícil culpar al pasado…
–Dijiste que fue la conferencia de prensa más vacía
–Las escenas discursivas de Macri siempre fueron muy controladas. Y a diferencia de CFK, da entrevistas, pero las da a Majul, no a Tiempo, P/12 o C5N. No da entrevistas: da espacios controlados. Y hasta en esos espacios ya le hacen preguntas incómodas. No le basta otra característica propia que es tomar siempre la iniciativa política…
–Así pasó en buena parte del primer kirchnerismo: con otras políticas, claro, siempre marcaba agenda.
–Néstor Kirchner tuvo un gobierno de iniciativas políticas, pero le fue bien en casi todas. Crecimiento, inversión, apertura de fábricas, lo social y los DD HH. Incluso en 2008 cuando la oposición le impuso agenda con el campo, el kirchnerismo salió avanzando con iniciativa política. Macri tuvo dos años de iniciativa política: hoy le queda el marketing.
–La agenda del aborto legal, por caso, la impuso Macri.
–Pero con un efecto no deseado, se les fue de las manos… Le fue bien con Milagro Sala, o metiendo preso a De Vido, porque Argentina no tiene un apego a la ley… Macri reunió al establishment, empresarios poderosos y transnacionalizados, ganaderos, agricultores, sectores financieros, la Embajada de EE UU, los medios de comunicación más concentrados. Defiende intereses de clase alta y media, con el ingrediente del antiperonismo. Todavía tiene ese «bloque histórico», como diría Gramsci. Ese núcleo duro aún lo acompaña, pero hoy no es tan firme.
–¿Por eso lo sacan al ruedo mucho más que antes?
–La crisis de sentido, el vacío discursivo que existe hoy, como no se puede llenar de contenido, se llena con el enunciador. Cuando pongo al presidente, pongo todo. Más no tengo… En la conferencia y luego en las redes sociales, mostrando su lado humano. Incluso respondiendo si prefiere Tita o Rhodesia… Hoy no hay discurso político posible sin el componente de las pasiones, el escenario de los afectos. La sociedad demanda eso. Cambiemos sabe hacerlo. Una comunicación vacía de contenido pero llena de corazones.
–¿Es el momento para que se exponga la oposición?
–Lo peor es contestar en espejo. La oposición, más que nunca, más que en 2017, tiene el gran desafío de reponer la palabra política. Reponer debates sustantivos. Allí donde Macri vacía la palabra política, la oposición debe llenarla de contenidos. Un ejemplo: Marcos Peña dice que no hay ningún apriete del FMI sobre el plan de gobierno para mejorar cuentas públicas. La oposición debe salir a decir que ése no es el rol del FMI sino ponernos de rodillas. El macrismo expone una explicación para todas las cosas, cosa que el kirchnerismo no tuvo: tenía la gran palabra de Cristina, demoledora, pero una palabra… Ahora a ella el silencio le da rédito porque el macrismo necesita de Cristina. Hace muy bien: no es su momento de debatir sino de construir por otro lado. Pero para los demás opositores es diferente. En esa batalla tienen su verdadero desafío.
–Construir política desde el discurso.
–Sí, no es tan importante quién va a ser el candidato sino qué política va a tener. Nos guste o no, la Argentina tiene dos modelos que la recorren: el neoliberal y el nacional y popular. Me niego a decir populismo porque es una estigmatización y hoy es un significante vacío: Donald Trump es populista; si él lo es… Un modelo nacional ligado a la industria nacional, de protección del mercado interno, creación de trabajo, posicionamiento regional, etcétera… versus el modelo de Macri. No estamos hablando de Perón del ’45: ese país existió hasta hace muy poco. Está presente en la experiencia de los argentinos. La pregunta es: ¿es posible armar un bloque de poder político e imponer en la sociedad argentina la necesidad de ese modelo? La alternativa a Macri no es otro hombre o mujer: es otro modelo.
–Si el macrismo deja el gobierno en 2019, quien lo suceda, se encontrará «tierra arrasada» para implementar ese otro modelo.
–Sí, la pesada herencia del macrismo, aun heredada por Macri, va a ser muy pesada, de muchos años para adelante. La solución de cómo hacer la transferencia a los sectores más poderosos implicó el nivel de endeudamiento que tenemos hoy. La reconstrucción será difícil. Me preguntan si, ante esa hipótesis es factible un discurso «para perder». No, el bloque de poder está más unido que nunca.
–Y aprendió la lección.
–Totalmente. Y en tienden que deben retener el poder porque se saben vulnerables. Ese bloque está pensando un 2019 alternativo a Macri, aunque hoy Macri sigue siendo el mejor candidato que tienen: no es Vidal, ni Peña, ni nadie. Si a Macri le va mal, arrastra a Vidal, que no tiene vida política propia. Y si le va bien, es el mejor candidato. La pregunta con Cristina, en cambio, no es por qué tiene que ser candidata, sino por qué no debería serlo: ¿sin ella se puede construir un bloque opositor más sólido, más grande? El verdadero desafío no lo pone Cristina sino construir algo superior a ella. «
«No saben leer el mundo»
«Miremos la geopolítica: está pasando algo en el mundo, se está reordenando, lo está haciendo Trump, insultando a la UE, entrando en un bloque con Putin; China, atacada por EE UU, devalúa el yuan un 10% para defenderse de las importaciones de los norteamericanos… Hay un mundo que está cambiando y la Argentina macrista tuvo como único objetivo meterse en la Alianza del Pacífico, que ya no existe… ¿Cuál es el proyecto de Macri a nivel regional? Hoy tener un proyecto alternativo es pensar el regionalismo. Que haya ganado López Obrador en México es una gran señal, como un gran enigma es lo que va a pasar en Brasil. El macrismo no lee eso, no sabe leer el mundo».
«Pensar la sociedad de hoy»
«Sin subsidio estatal, Flacso Argentina sustenta el 99% de su presupuesto: somos muy sensibles a lo que sucede ahí afuera (señala la ventana), muy sensibles a las matrículas y a nuestra vocación muy fuerte de trabajo en el sector público. Así vivimos los mismos problemas de cualquier hogar para pagar la luz, o pyme para sostenerse en el mercado educativo. Nos va como le va a la sociedad argentina. Por otro lado, Flacso creó la primera maestría en Sociología y Ciencias Sociales del país; siempre innovamos con investigaciones y posgrados con temas bien de época. No competimos con las grandes universidades, sí tenemos una masa crítica que piensa la sociedad de hoy. Es nuestra fortaleza».