Teniente Berdina. Capitán Cáceres. Sargento Moya. Soldado Maldonado. Son cuatro pueblos rurales enclavados en el sudoeste tucumano, pensados y fundados entre 1976 y 1977, a lo largo de unos 30 kilómetros en el epicentro de lo que fue la zona de acción del Operativo Independencia, como llamaron las Fuerzas Armadas al plan represor para desactivar el foco de guerrillas que había surgido en Tucumán. Los nombres rinden homenaje a militares “caídos” durante ese operativo, pero esa no es la única carga simbólica que arrastran hasta hoy: centenares de familias que vivían dispersas en fincas azucareras de la zona fueron parte de un experimento que Antonio Domingo Bussi importó de su formación norteamericana, al estilo de las aldeas estratégicas que los militares estadounidenses impulsaron en Vietnam para controlar a la población rural.
Así lo cuenta el historiador Diego Nemec en su libro Pueblos de la guerra, pueblos de la paz, en el que relata su recorrida por esos poblados que aún conservan las placas, los bustos y las características arquitectónicas y sociales dispuestas entonces, con el objetivo de producir una memoria estatal centrada en la “guerra contra la subversión”, que perdura en sus habitantes. Para ellos significaba el acceso a la vivienda propia. Para los militares, facilitaba la vigilancia al concentrar a todos en un mismo espacio. Tal era la importancia de estos pueblos que los actos de fundación fueron presididos por Bussi, acompañado según el caso por los genocidas Luciano Benjamín Menéndez, Jorge Rafael Videla, Roberto Viola o incluso José Alfredo Martínez de Hoz. También se invitaba a familiares de los militares homenajeados, para agigantar su figura de mártires caídos en combate. Sin embargo, cuenta Nemec, las circunstancias de la muerte de algunos de los cuatro “héroes” fueron puestas en entredicho: algunos señalan que no fueron en combate contra “subversivos” sino producto de tiroteos accidentales contra otros militares.
En agosto de 1999, incluso, un legislador del PJ presentó un proyecto de cambio de nombres por este motivo, pero los pobladores argumentaron que ya son parte de su identidad. Entre 500 y mil personas viven hoy en cada uno de esos pueblos, muchas desempleadas o subocupadas, hasta un 70% en Teniente Berdina.
Las tierras sobre las que se construyeron dos de los pueblos fueron donadas al Estado por los ingenios azucareros de Tucumán: las familias pudientes querían reducir el contacto entre los trabajadores azucareros y los guerrilleros. Según denuncias, al menos en un caso se usó para construir las viviendas la mano de obra de una persona secuestrada por el Ejército. También hubo visitas ilustres para levantar la moral de los pobladores y asegurar la cobertura de las fundaciones en la prensa nacional: desde el boxeador Carlos Monzón hasta el músico tucumano Palito Ortega, pasando por Mariano Grondona, quien, por el Día del Periodista en 1977, fue invitado por Bussi a un almuerzo en Teniente Berdina.
Las imposiciones no sólo existieron en la mudanza y en la construcción de los pueblos, también en la vida cotidiana: no les permitieron continuar con la crianza de animales en sus terrenos, aunque la continuaron haciendo a escondidas, y tampoco podían colgar la ropa en el jardín los fines de semana, porque a Bussi, que visitaba los pueblos, no le gustaba. Incluso los primeros niños nacidos en Teniente Berdina y en Capitán Cáceres llevan los nombres de pila de los “mártires”.
No sólo el objetivo disciplinador une a estos cuatro pueblos. También su diseño, con un tanque de agua que domina el horizonte: allí está pintada la bandera nacional y los nombres de los militares “caídos”. Esas estructuras permitían montar puestos de observación que vigilaban las casas y las áreas rurales. Aún hoy perduran allí los valores por los que abogaba la dictadura cívico-militar. “Berdina, un pueblo con pasado y futuro”, se lee todavía en un mural. En Capitán Cáceres, un cartel en la plaza dice: “15 de febrero de 1975. El nombre de esta plaza recuerda el ingreso a la gloria del Ejército Argentino y de la Patria del capitán Héctor Cáceres, caído heroicamente en combate en defensa de la tradición y la fe”. Además de los tanques de agua, en cada pueblo se edificaron capillas. La cruz y la espada, una fórmula repetida y sostenida en el tiempo.