Una de las tantas frases célebres de Perón era: “Los peronistas somos como los gatos. Parece que nos estamos peleando y en realidad nos estamos reproduciendo”. Llevada al plano de la construcción política, la frase lo que describe es lo inevitable de las tensiones en un movimiento político amplio como la avenida 9 de julio, con capacidad de conquistar el poder y ejercerlo. En una construcción así, las tensiones son inevitables. También son una buena señal, como las leía Perón, porque si hay tensión quiere decir que el espacio político está expandiendo sus fronteras, ampliando su base de sustentación y, por ende, sus contradicciones.
La última semana el presidente Alberto Fernández recibió una cantidad de reclamos y críticas de dirigentes y sectores que forman parte del Frente de Todos. Algunos de los cuestionamientos se expresaron en los medios, otros en las redes sociales. Aquí se dejaran de lado críticas de referentes como Guillermo Moreno, militante de 24 horas los 365 días del año, con una vocación y capacidad inapelables, lo demostró en la gestión, pero que a pesar de eso no puede evitar que su encono personal con Alberto Fernández determine sus posiciones políticas. Nadie está a salvo, ni siquiera un cuadro del calibre de Moreno, de no poder separar lo personal de lo político.
Hubo dos cuestionamientos al presidente que merecen un análisis especial. Uno: se lo criticó por haber dicho que tiene una relación de amistad con Horacio Rodríguez Larreta. Dos: se lo criticó por afirmar que se arrepentía de haber impulsado la estatización de Vicentin.
Sobre su buen vínculo personal con Rodríguez Larreta, el cuestionamiento quizás más absurdo, cabe recordar otra frase célebre, la del radical Ricardo Balbín en el funeral de Perón: “Este viejo adversario viene a despedir a un amigo”. No es una novedad que entre adversarios políticos pueda surgir el respeto y el afecto. Hay otro ejemplo aún más singular: la relación entre Fidel Castro y Carlos Menem, que el propio Fidel, con acento caribeño, describía: “Hay un Menem público y otro privado”. Y no se trataba de cualquier diferencia. Era la del líder de la revolución que cambió la historia de América Latina y la del presidente que más capacidad tuvo para imponer el neoliberalismo en la Argentina. Es decir: las antípodas.
La frase de Alberto F, además, se produjo en un contexto: la pandemia de coronavirus que el país ha enfrentado con resultados que son tomados como ejemplo en otros lugares del mundo. Por supuesto que es un logro que no destacarán los medios de comunicación de la derecha local y regional, que necesitan describir a la Argentina como “un país de mierda” porque la gobierna el peronismo.
El éxito en el manejo de la pandemia, a pesar de los avances y retrocesos, y los riesgos de esta nueva fase, tuvo un condimento central: el consenso político a nivel de estatal. No hay ningún dirigente con responsabilidad de gobernar, desde la presidencia hasta el pueblo más chico, que no acompañe las medidas sanitarias. No es que no haya debates, pero la apuesta del presidente ha sido trabajar todo lo que sea necesario para consensuar. ¿Por qué? Alberto Fernández parte de la base de que no hay posibilidades de enfrentar con éxito la pandemia sin el consenso de los que tienen responsabilidades de gobierno. Y si se mira lo que pasa en Brasil, en Estados Unidos, en España, donde hay peleas entre gobernadores, alcaldes, y el gobierno central, el diagnóstico del presidente parece acertado.
La decisión de poner en el frezeer el tema Vicentin tiene el mismo vector. Que el Estado ponga un pie en el mercado de granos, insumo estratégico en la Argentina porque genera las divisas, es central. Pero el arte de gobernar también consiste en evaluar el momento. Y ahora la prioridad del gobierno es terminar de transitar la pandemia salvando la mayor cantidad de vidas posibles. Si el presidente parte de la base de que para lograr ese objetivo necesita consenso político con todos los gobernadores y los intendentes, cualquier proyecto que ponga en riesgo ese consenso se posterga. Es lo que a todas luces ocurre no sólo con Vicentin sino con otros temas.
Los peronistas pueden ser como los gatos, como decía Perón, pero hay ocasiones, mejor evitarlas, en las que se vuelven como las viudas negras,las arañas que se comen entre sí.