La libertad es, como todo en esta vida, algo finalmente relativo. Al menos lo es así fenomenológicamente. Es la relación que existe entre el individuo o su grupo de pertenencia, con el poder real que rige en el ámbito (nacional) en que se desenvuelve.
Por ejemplo, durante la última dictadura militar en la Argentina, todo aquel que estaba de acuerdo con el gobierno militar o que, al menos, no tenía mayores ni muy profundas disidencias con él, era libre. Hacía lo que quería y se movía con libertad porque lo que él o ella querían hacer en su actividad individual y privada no afectaba ni contradecía al poder real.
Podía ir a Miami a comprar dos electrónicos al precio de uno o vivir pensando en las vacaciones con su perro “Bobby”, porque todo ello era lo que la propia dictadura esperaba de él. Podía expresar libremente sus ideas, incluso en medios públicos, porque sus ideas coincidían con el ideario dictatorial.
Los que pensábamos distinto debíamos sufrir la restricción de nuestra libertad de expresión y disfrazar u ocultar nuestros pensamientos y los que aun así, decidíamos, de alguna manera, expresarnos, poníamos en riesgo la vida misma.
Por eso, muchos que vivieron en los tiempos de aquella dictadura, pueden llenarse la boca, hoy, diciendo que el actual gobierno argentino es dictatorial o incluso fascista. Es que ellos nunca vivieron realmente en una dictadura, por más que hayan sido ya adultos durante los años de 1976 a 1983.
Si es por restricciones de libertad hay que decir que, los que están en contra del actual gobierno argentino, tienen más libertad que los que están a favor, por el simple hecho de que el poder real en Argentina y en general en América Latina, no pasa principalmente por el gobierno elegido ni por el juego institucional democrático, sino por factores del poder económico y mediático, que son los que te pueden causar daño evidente si les “jugas en contra”.
Y de hecho lo han logrado llevando incluso a muchos a ilegítimas privaciones de la libertad efectiva, a través del ya tristemente célebre “law fare”.
Por eso los reclamos de libertad de los manifestantes de las últimas marchas son doblemente hipócritas. Primero, porque decir que este gobierno cercena libertades es directamente una falacia rayana con la alucinación y, segundo, porque ellos constituyen una expresión activa del verdadero poder real del país, con cuyos sesgos dictatoriales tenemos que convivir todos los demás, imposibilitados del acceso a los medios más masivos de difusión y con la espada de Damocles de la denuncia penal, que manejará una justicia enferma de law fare.
Lo que no puede entenderse son algunas presencias de personajes cuyas historias individuales y sociales no se condicen con el exabrupto de salir, ilegítima irresponsable, egoísta al extremo (y ¡¡¡libremente!!!), a la calle, reclamando libertad, en circunstancias tan dramáticas y luctuosas, como estas, en las que la vida de los médicos/as y enfermeros/as que trabajan a destajo y están agotados y desesperados, depende de si aumenta el número de contagiados o no.