El aislamiento social preventivo y obligatorio modificó la vida de las y los argentinos desde el 20 de marzo. Aunque, al decir verdad, lo que impactó de lleno contra cada una de las formas de ejercer y percibir nuestra existencia fue la pandemia de SARS-CoV-2 que introdujo un cambio radical en la definición social de la realidad tal y como la conocíamos. Y en esa definición, los medios de comunicación juegan un rol preponderante.
En primer lugar, porque en situaciones de pandemia como las que atravesamos existe una propensión a un mayor consumo de información, dada la necesidad de las personas de conocer aquello que acontece más allá de su experiencia directa. Vivencia interpersonal que en tiempos de confinamiento se reduce drásticamente, de modo directamente proporcional al incremento de la necesidad de orientación a partir de otro tipo de fuentes, como los medios. En efecto, todas las mediciones de audiencia muestran que crece el consumo informativo en todos los formatos. Sin embargo, en un país tan vasto en territorio, aunque desigualmente distribuido poblacional, cultural y económicamente, esa experiencia social por cuya definición pugnan las representaciones mediáticas adquiere matices.
Esas diferencias representan un problema tanto para las apuestas comunicacionales del gobierno nacional, en las que se evidencia la centralidad del AMBA, epicentro de la pandemia y de la toma de decisiones, cuanto para la cobertura mediática del caso. Como se dijo en Olivos el jueves por la noche, el 85% del territorio nacional no tiene circulación de Covid-19, aunque en el 15% restante, que incluye al AMBA, se nucleen la mayor cantidad de habitantes, de circulación viral… y de medios.
Debido a ello, quizás, el porteñocentrismo desde el que históricamente se pensó a la nación impacta en las coberturas informativas, incluso de los medios provinciales. Un estudio del Observatorio de Medios de la Universidad Nacional de Cuyo evidencia que siete de cada diez noticias que se publican en los principales diarios digitales del AMBA sobre Covid-19 son sobre acontecimientos que se dan en ese núcleo urbano. Otras dos provienen de otros países, mientras que la última se distribuye inequitativamente entre las 24 provincias del país. En suma, la noticiabilidad parece orientarse más por el impacto en un gran volumen de lectores que por criterios de relevancia epidemiológica. Eso explica, por ejemplo, que entre la cobertura marginal reservada a las provincias, Córdoba o Santa Fe acaparen más atención que el Chaco, segundo foco de la pandemia en el país.
Es cierto que la ecuación se revierte en los medios provinciales. En promedio, seis de cada diez noticias de los principales portales de Santa Fe, Córdoba y Mendoza se originan en sus zonas de influencia. Sin embargo, ello no impide que los encuadres globales de la información sobre Covid-19 y hasta las discusiones que se promueven se desprendan de las líneas de interpretación que instituyen las plumas u opinadores con más notoriedad de Buenos Aires. Muestra de ello es que, incluso en los medios del “interior”, el eje articulador de la discusión mediática de los últimos días haya sido la contraposición de las medidas de aislamiento con la economía y las libertades individuales, en territorios en los que, de hecho, buena parte de la actividad cotidiana ya se retomó, esparcimiento, deportes recreativos, bares, restaurantes y reuniones familiares incluidas.
El sociólogo William Thomas inmortalizó un teorema que sostiene que “si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”. En buena medida, porque los encuadres sobre un tema proveen marcos interpretativos sustanciales para la orientación de la acción. En plena pandemia, ese teorema se vuelve imprescindible para pensar, entre otras cuestiones, la responsabilidad mediática frente a una situación que requiere datos oficiales, información confiable y, sobre todo, contextualizada. Allí, el sesgo porteñocéntrico que domina, por ejemplo, la discusión anecdótica acerca de si enfrentamos o no la cuarentena más larga del mundo, repetida como mantra por los medios provinciales, a lo sumo resultará útil para los 15 millones de habitantes del AMBA. Los 30 millones de argentinos restantes experimentan otra realidad, o muchas otras realidades. Excepto, claro, cuando acceden a sus pantallas en busca de información, ya que estas les devuelven una versión del mundo lejana y esquizofrénica. Especialmente si se la piensa en función de la contribución para la toma de decisiones acordes a la materialidad en la que esos ciudadanos efectivamente se insertan.
*Investigadores del Observatorio de Medios de la UNCuyo.