Pasado un poco el fervor de la elección que consagró el regreso del peronismo al poder y puso a Alberto Fernández como presidente electo, es posible analizar algunas de las sorpresas que dejó la jornada. Los resultados en política tienen dos aspectos, uno es numérico y el otro simbólico, es donde juega la relación entre las expectativas que se generan y lo que finalmente sucede. Eso transforma la interpretación de los números, el modo en que se lee el mensaje de las urnas.
Un ejemplo muy reciente fue la elección de 2015. Luego de que Mauricio Macri quedara a tres puntos de Daniel Scioli en la primera vuelta, la expectativa que se instaló es que el actual presidente en ejercicio se impondría en el balotaje al menos por 10 por ciento de ventaja. El razonamiento era simple: los votos de Sergio Massa, cerca de 20 puntos, habían optado en ese momento por una alternativa opositora, así que el cálculo era que Scioli estaba casi en su techo. Sin embargo, hubo cambio en la estrategia electoral del entonces Frente para la Victoria. Se pasó a un tono mucho más polarizante, advirtiendo sobre el ajuste que vendría si ganaba Macri, y el balotaje fue mucho más parejo de lo que se pensaba. La derrota, entonces, tuvo un sabor menos amargo y el “vamos a volver” se volvió un norte parado sobre un 49 por ciento.
No es posible comparar los contextos ni cifras, pero algo de esto tuvo la remontada de Macri respecto de lo que había conseguido en las PASO. ¿Cuáles son los factores que explican esta nueva sorpresa entre las expectativas y el desenlace final?
El politólogo Hilario Moreno, director de la consultora Dicen, parte de la base de que el electorado argentino tiene una estabilidad mucho mayor que las estructuras políticas entre un universo peronista y otro antiperonista. Por eso pone el acento en la capacidad de construcción política y en el efecto de las reglas del juego para unificar alguno de los polos.
“Las PASO instrumentalmente favorecen la unificación del voto antiperonista en la elección general”, remarcó Moreno. “Ese sector es más disperso que el peronismo, que es más homogéneo y ya en la primera vuelta, en este caso en la primaria, tiene definido su voto. Macri consiguió ser el referente del no peronismo a pesar de los resultados de su gestión”. “Este efecto de las primarias-agregó Moreno- ocurrió en 2015, Cambiemos sacó 30 y luego subió a 34; también en 2017, pasó de 34 a 41, y ahora que el saltó fue de 34 a 40”.
El encuestador apuntó como segunda cuestión a la “distribución geográfica del voto”. “El macrismo concentró su triunfo en la zona agropecuaria. Se ve en el mapa de los resultados. Ganaron de Mendoza a Entre Ríos y en el interior de la provincia de Buenos Aires. El sector rural, a diferencia de otros factores económicos, como los bancos o las empresas prestadoras de servicios, tiene una base social, con una identificación, y fue relativamente beneficiado por medidas de la gestión macrista”.
Además de las cuestiones estructurales están las de coyuntura, netamente de campaña. ¿Cuánto influyó que Alberto Fernández tuviera que ponerse el traje de presidente cuasi electo después de las primarias mientras Macri se colocó sólo el de candidato y armó una gira para crear una “mística” y reagrupar a sus bases?
“Creo que el cambio de estrategia en la campaña del oficialismo fue lógico-dijo el sociólogo Ricardo Rouvier-. Iba perdiendo cuatro a cero y en el segundo tiempo tenía que salir a jugar fuerte. Tiraron a la basura las redes sociales y salieron con una estrategia tradicional de recorrida, de contacto con la población”.
En el caso del Frente de Todos, según Rouvier, y usando de nuevo una comparación futbolera, la táctica desplegada también “estuvo dentro de la lógica”. “Alberto, luego del 11 de agosto, decidió, en parte por el peso que empezó a tener su palabra en el movimiento de los mercados, jugar al contragolpe, como cualquier equipo que va ganando por mucho. Era entendible. No había espacio para seguir a la ofensiva y, a pesar de la sorpresa del resultado respecto de la diferencia que se esperaba, finalmente ganó en primera vuelta”. “Lo que sí cambió-señaló el sociólogo para terminar-es que antes de las elecciones del domingo se creía que se venía la demolición de Cambiemos. Estos 40 puntos, y sólo 8 de diferencia, modifican esa ecuación. No pareciera que vaya a fragmentarse demasiado la futura oposición”.
Otro consultor que habló con Tiempo fue el director de la consultora Synopsis, Lucas Romero. Tuvo coincidencias y discrepancias con las opiniones de sus colegas. “Las expectativas siempre condicionan la forma en que se leen los resultados-dijo a modo de introducción-. Parecía que Alberto iba a conseguir una diferencia más grande, sin embargo, hizo una gran elección y ganó en primera vuelta”.
“A mi criterio-agregó Romero-, estamos viendo algo conocido. Al peronismo/kirchnerismo le cuesta crecer en votos entre las primarias y la general. Su base se moviliza casi toda en agosto y en octubre le queda poco para sumar. Con Macri es al revés y por eso parece que hay una sorpresa que no es tal porque esos votantes están, sólo que no van a las urnas en agosto y sí en octubre”.
El consultor sostuvo que el presidente en ejercicio “enfrentó la primaria con el voto antiperonista dividido. (Juan José) Gómez Centurión, (José Luis) Espert, y una parte del voto de (Roberto) Lavagna, migraron en forma de voto útil hacia Juntos por el Cambio el domingo pasado”.
Todo es historia
Hay algunos datos de la historia reciente que pueden echar luz sobre este proceso político. El primero es repasar elecciones con alto nivel de polarización en las que hubo cambio de signo. La primera fue la de 1989. No hay que olvidarse que la situación económica era muy grave por la alta inflación, con momentos de hiperinflación. El candidato impulsado en aquel momento por el ex presidente Raúl Alfonsín fue el radical cordobés Eduardo Angeloz. Sacó el 38% de los votos y perdió frente a Carlos Menem, que se alzó con el 48. Menem no era aún el mejor alumno del consenso de Washington que se volvió después.
Hubo números parecidos una década más tarde, en 1999, después de 10 años de neoliberalismo impulsado por el peronismo en su fase menemista. Fernando De la Rúa consiguió 48 puntos y Eduardo Duhalde 38. Si se la compara con el ’89, es un espejo invertido. Estas cifras, en cuanto a caudales y distancias, son muy similares a las del domingo pasado. Son antecedentes que avalarían la teoría de Hilario Moreno, de que si un dirigente logra concentrar alguno de los dos polos existentes en el electorado argentino se garantiza un piso de entre 38 y 40 puntos. Podría afirmarse que lo que aparece en la superficie como “sorpresas” son en realidad rasgos estructurales de la cultura política argentina. Gustara más o menos según el momento, pero es lo que hay.