Para quienes fuimos a la escuela hace 20 años o más, puede ser complicado no asociar la fecha del 12 de octubre con la denominación oficial que tuvo durante muchos años: “Día de La Raza”. La festividad como tal estaba enteramente dedicada a celebrar la Conquista española de nuestro actual territorio, que poco después pasó a conocerse como “Las Américas”.

El hecho de autoproclamar a nuestra patria como heredera de la Hispanidad no resultaba descabellado: un idioma y una religión fueron impuestos en la sociedad. Sin embargo, no puede pasarse por alto que otros pueblos preexistentes, cada uno con su propia identidad, son parte fundamental de la patria: la propia Constitución Nacional así lo reconoce.

Al aceptar nuestra sociedad que la identidad nacional no puede nutrirse únicamente de ‘lo español’, se hizo indudable que el concepto basado en lo racial no podía ser celebratorio en sí mismo. Dedicar una jornada a festejar ‘la Raza’ implicaba la invisibilización y el menosprecio. Se negaba la enorme influencia de los pueblos originarios, no sólo en lo territorial sino sobre todo para la construcción de la argentinidad misma.

Se hacía menester un cambio en las ideas fundantes de la nación misma: no conmemorar la conquista española, sino dar paso a una valoración más apropiada de la cultura de los pueblos originarios, que es constitutiva de nuestra identidad nacional. Parte de esta injusticia sería subsanada en el año 2010: se dejó atrás el “Día de la Raza”, que se convirtió desde entonces en el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”.

Ayer y hoy

El Registro Nacional de Comunidades Indígenas reconoce 34 pueblos indígenas, que en los papeles tienen los mismos derechos que los demás ciudadanos argentinos. Los que cuentan con la población más numerosa son los mapuches (más de 120.000 habitantes), los guaraníes (85.000), los kollas (75.000), el pueblo qom (70.000), y los wichí (40.000).  Su presencia está sub-representada en las estadísticas: muchísimos debieron emigrar a los suburbios de las grandes ciudades, y recién a partir del Censo de 2010 se incluyó la posibilidad de dejar constancia de la pertenencia a alguna comunidad originaria.

La idea impuesta de que sólo se los encuentra en zonas rurales y alejadas forma parte de esa invisibilización: los integrantes de las comunas originarias habitan los mismos espacios que cualquier ciudadano de a pie. La única forma de determinar si alguien pertenece a un pueblo originario es si ellos mismos deciden hacer exhibición de sus rasgos culturales propios. Debido a la persecución sufrida por sus comunidades a lo largo de la historia de nuestro país, resulta claro que muchos eligen no hacerlo.

Cinco siglos de resistencia

Las comunidades sufren recurrentes abusos por hallarse en territorios codiciados por los terratenientes y las empresas extractivistas. El caso más conocido es el del Lof Lafken Winkul Mapu, ubicado en tierras del Parque Nacional Nahuel Huapi, donde las fuerzas de Seguridad del Estado asesinaron a Rafael Nahuel en 2017 tras un intento de desalojo. Además, fueron procesados judicialmente por usurpación otros ocho miembros de la comunidad. Pese a que esta figura jurídica no permite la prisión preventiva, a todos les fue denegada la excarcelación, incluso a las mujeres con embarazos avanzados o madres de bebés muy pequeños.

No resulta una sorpresa que, para las comunidades originarias, el 12 de octubre se retome en clave de orgullo identitario y resistencia contra el racismo estructural de la sociedad. No en vano han sido más de cinco siglos de defensa de su cultura y sus territorios. Aún hoy, ante cada conflicto por la tierra o el acceso a otros derechos básicos, el Estado empuña sus armas de forma desmedida contra ellos.

A juzgar por el sesgo ideológico que expone el actual gobierno, es de suponer que estas manifestaciones de violencia hacia las comunidades se mantengan o incluso escalen. Ante ello, habrá que velar por la integración y el respeto hacia la diversidad cultural y confrontar los discursos racistas y de supremacía cultural que resurgen de la mano de políticas conservadoras y reaccionarias.