Si hay algo peor que la soledad del poder es la de quienes ya lo perdieron. Es uno de los temas tratados en la película La caída (Der Untergang/2004), dirigida por Oliver Hirschbiegel, que reconstruye los días finales de Hitler en su búnker berlinés durante los primeros meses de 1945. Por aquella época, ya aprisionado en un desquicio irrefrenable, el Führer se obstinaba en planificar desplazamientos de divisiones imaginarias de la Wehrmacht sobre un enorme mapa de Europa, mientras montaba en cólera por la traición de sus principales laderos. Y con el Ejército Rojo a punto ocupar la capital del Tercer Reich.
Sin ánimo de banalizar el horror de la Segunda Guerra Mundial, alguien debería recomendarle esa cinta a Mauricio Macri –desde luego que solo por su valor metafórico– para que así pueda tomar conciencia de su presente.
Eso merece una pincelada que resuma su historia privada y pública.
Era el 27 de enero de 1995 cuando el Banco Extrader, cuyo directorio lo comandaba el ya fallecido Marcos Gastaldi, había colapsado de manera catastrófica. Entre los ricos y famosos perjudicados por ello resaltaba Franco Macri, quien en esa ocasión perdió 10 millones de dólares. Lo cierto es que los había depositado por consejo de Mauricio, amigote del polémico financista.
Meses después, cuando fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó por teléfono para expresarle sus congratulaciones. Y se permitió una ironía cargada de recelo:
–Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi.
Nadie entonces pudo suponer que aquel tarambana de personalidad insípida se convertiría, con el paso del tiempo, en el líder de un partido que lo proyectó –con dos mandatos consecutivos– como jefe de la metrópoli más importante del país, y que desde dicho cargo supo despejar su camino hacia la presidencia de la Nación. Y nada menos que bajo la bandera de la denominada “nueva política”, cuyo único sentido simulaba estar cifrado en una suerte de rebelión frente a la dirigencia tradicional.
Ya se sabe que su paso por la Casa Rosada fue incluso más calamitoso que el de Fernando de la Rúa. Y que ello malogró su imagen tan prolijamente cincelada por los estrategas del marketing a su servicio. De modo que tuvo el dudoso mérito de ser el único mandatario constitucional (no derrocado) que culminó su mandato sin ser reelegido para otro.
Su etapa de líder opositor tampoco resulta envidiable. El hecho de que para conducir al PRO haya convertido en su vicaria a un personajillo tosco y brutal como Patricia Bullrich no resultó un buen síntoma.
Los resultados están a la vista: tal espacio político no solo se sacude al compás de la feroz interna entre semejante dupla y las presuntas “palomitas” del macrismo (Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, entre otros) sino que –tal como lo acaba de reconocer la vaca sagrada de la alianza Juntos por el Cambio (JxC), Elisa Carrió– la Coalición Cívica (CC) y la UCR están cansadas del “destrato que reciben del PRO”. Un malestar que también supo expresar el carcelero jujeño, Gerardo Morales.
Aquel tembladeral no es ajeno a las numerosas causas judiciales que lo tienen a Macri por protagonista; entre las más picantes: la del Correo, la de los Parques Eólicos, la de las extorsiones y el despojo a los propietarios del Grupo Indalo, las del espionaje a dirigentes opositores, ex funcionarios kirchneristas y empresarios rivales, a las que se suma su inclusión en los Panamá Papers.
Este último caso, justamente, fue un gran ejemplo de cómo Macri suele mitigar el efecto de sus trapisondas con actos aun más contraproducentes.
Porque cuando un consorcio internacional de periodistas difundió los resultados de su investigación global al respecto, quedó al desnudo la trama de empresas fantasma y cuentas offshore de la familia presidencial.
Entonces, él sobreactuó su hombría de bien al anunciar la transferencia de sus bienes a un “fideicomiso ciego” (en el cual el beneficiario no tiene conocimiento de las inversiones efectuadas con sus activos ni tiene derecho a intervenir en sus manejos). Claro que todo habría sido otra de sus puestas en escena.
Tanto es así que la Oficina Anticorrupción (OA), que encabeza Félix Crous, acaba de presentar una denuncia penal contra el ex presidente por los presuntos delitos de “ocultamiento malicioso” de sus declaraciones juradas, evasión impositiva y lavado de dinero, vinculadas a las transferencias de sus acciones. En aquellas maniobras, según una auditoría previa efectuada por la Inspección General de Justicia (IGJ), se detectaron muchas incongruencias entre las acciones que Macri reconocía como suyas y las que allí aparecían, junto a retiros sospechosos. Cabe destacar un dato: entre los testaferros de los cuales Mauricio de sirvió, figura nada menos que su esposa, Juliana Awada.
El expediente es tramitado ahora por la jueza federal María Servini. Macri recibió la mala nueva en Mendoza, a donde viajó para presentar su libro Primer tiempo.
Pero allí su presencia trascendió a la esfera nacional por una frase sobre el Covid-19, declamada en una entrevista del diario local El Sol: “Nunca creí que esta gripe un poco más grave sea algo por lo haya que estar sin dormir”. Habría que saber si la denuncia de la OA le quitó el sueño.