El viernes, ya antes de que se conociera el nuevo Gabinete designado por Alberto Fernández, la sensación era de que las aguas se habían tranquilizado, de que la espuma había bajado, que la sangre no había llegado al río. Frases que vienen a simbolizar que el drama no fue tan profundo como se temió en las horas previas.
Había sucedido el reportaje del presidente en Página/12, realizado por uno de los periodistas más acreditados, Mario Wainfeld, en el que Alberto Fernández se mostraba muy firme frente a lo que el periodismo de derecha llamaba una “envestida” de Cristina Fernández. Llegada la noche, ella eligió una carta extensa, en el que dio una serie de elementos muy interesantes para conocer la interna que, ya no podía omitirse, se había producido en el gobierno. Eso tuvo una lectura que en principio fue preocupante, dada la firmeza de la carta. Pero también aliviador, ya que surgían algunos elementos interesantes, como el hecho de que quedaba comprobado que el presidente no es ningún títere sino que estaba actuando permanentemente por su cuenta. Y que Cristina Fernández no era la presidenta en las sombras, como pretende demostrar ese periodismo que me permito llamar “parte de la mafia del establishment”.
En consecuencia, cuando trascurrían esas horas y Alberto Fernández se mostraba tranquilo y dispuesto en una situación bajo control, les llegó muchísimo alivio a los seguidores del gobierno, que son los primeros en merecer que este gobierno no se destruya, porque fueron los que más hicieron para que se llegara a esta situación a partir de diciembre de 2019. Fue la gente, comprendiendo, haciendo un esfuerzo por superar sus propios fundamentos, la que primero aprobó aquella decisión de CFK de nombrarlo a AF como el hombre que iba a representar al Frente de Todos en la lucha electoral. Hubo mucha gente que se resistió al principio, que no podía salir de su sorpresa, por los viejos enconos que se habían producido entre ellos. Pero fue ejemplar tanto la actitud de ella como la aptitud de él, ganándose en poco tiempo la simpatía del kirchnerismo: de ese modo lograron afianzar el valor de esa alianza.
Por eso es que ni uno ni el otro tiene el derecho de destruir lo que ayudaron a crear, y que fue apuntalado por la confianza que la gente le dispensó. Eso no se debía defraudar.
Mucho menos teniendo en cuenta que éste podría ser, de verdad, el último eslabón de los sueños de la gente, en el sentido de tener un gobierno progresista, inclusivo, pensado para los más vulnerables. Y no un gobierno elitista de derecha.
Fracasado este gobierno, poco quedaría en el camino. Para el kirchnerismo porque se quedaría sin fuerzas electorales, por más que tenga un núcleo duro extraordinario. Y para el presidente porque no tendría caminos a seguir por su cuenta.
De tal manera, que la tranquilidad que el fin de semana nos deparó, es algo que robustece el valor del gobierno ante la opinión pública, a la salida de desencuentros naturales entre personas que no piensan igual. Una alianza es ponerse de acuerdo en los grandes temas, pero estar separado por muchos matices, y este es el gran desafío. Por ejemplo, el que supo afrontar, y sabe hacerlo todavía, el Frente Amplio en el Uruguay.
Si el gobierno cayese por sus propias miserias, lo que tendríamos sería una entrega gratuita del poder político a esta derecha hambrienta de aumentar sus privilegios, como ocurre en todo el mundo. En paralelo, la actitud que cumplió el periodismo al representar los intereses de esos sectores de una derecha cada día más ultra, fueron manifestados a través de títulos y de notas sencillamente ridículas y delirantes, pero como siempre, muy potentes. Empezando por la invención de los 75 millones de dólares encontrados allá en el sur, vinculados con los Kirchner, con unas cajas que el Canal 13 y las tapas de Clarín llenaron de dinero inventado, a través de testimonios que jamás aparecieron porque nada tenían para decir…
Con una falsedad solo posible en la Argentina. En el mundo hay mucha fake news, pero aquí es una especie de deporte naturalmente interesado. Cuando se inventa una cifra de corrupción de semejante naturaleza, se lo hace con un discurso que se puede llamar fallido, porque quienes están entrenados para conocer el repugnante tipo de periodismo de esos sectores, cuando se procede así, es porque se hace gala de un poder inconmensurable.
Hubo otros inventos como que Kicillof y Putin se habían puesto de acuerdo para colorear del mismo modo sus campañas de vacunación en la provincia y en Rusia. Inventaron que el presidente de la República estaba sin poder encontrar su eje, a través de la elucubración de un periodista que señaló que por las mañanas comía churrasco con huevo frito en vez de café con leche. Todas estas pruebas a la inteligencia del electorado, no son otra cosa que ataques arteros a la democracia.
Como son denodadas acciones de golpismo, de ataque artero a la democracia, cuando, en acuerdo desfachatado, los dos principales diarios mafiosos publican fotos del presidente bajando de un helicóptero, con la carga de subjetividad nefasta que eso representa. Y lo hacen a la par de subir titulares calificando al de Alberto Fernández como un “gobierno de transición”; cuando un ex presidente renueva su posición desestabilizadora al afirmar que estamos en las vísperas de “luchas entre civiles en las calles”. O, cuando en una radio, conminan al gobierno a que convoque a la oposición, nada menos, a la que ellos mismos representan, para cogobernar, casi de facto. No tienen vergüenza. Ni el menor pudor.
Son ataques que todos los días debemos presenciar, pero cuando llegan los momentos eleccionarios son todavía más visibles y patéticos. Marcan cual es el temperamento y la moral de esos sectores. Y lo tremendo que sería cederles el poder político. Sobre todo si esto es por fallas internas, por vanidades no correspondidas, o por no entender que hay un grito desesperado, supremo, del pueblo argentino identificado con el progresismo, que sabe que esta puede ser la última oportunidad.