La última sesión de la Cámara de Diputados dejó un sabor agridulce en el interbloque de Juntos por el Cambio. La conducción de sus 116 integrantes se negó a renovar el protocolo para continuar con las sesiones mixtas y este martes por la noche sentó a 94 en el recinto para impugnar la sesión y denunciar la invalidez de todo lo que votaran sus pares, porque habían constituído el quórum con una combinación de legisladores conectados y presentes, cuando el reglamento, sin protocolo actualizado, exige que todos estén en el lugar.
La decisión le permitió a la principal alianza opositora, dueña de la primera minoría, forzar una nueva negociación con el oficialismo, pero la dejó en manos del sector más duro de ese conglomerado que apuesta por recurrir a la Justicia y denunciar una virtual «alteración del orden constitucional». Ese extremo fue tan repetido por los diputados de la Coalición Cívica, la UCR y el PRO, como los pedidos que lanzaron para retomar el diálogo con el oficialismo cuando todavía no habían dejado el recinto para negarse a participar del tratamiento de dos espejos incómodos: una ley para asistir al sector turístico durante la pandemia y otra para castigar la pesca clandestina en el mar argentino.
En ambos textos radica un problema directamente proporcional al microclima que se respira dentro del recinto: si Cambiemos recurre a la Justicia para pedir la nulidad de la última sesión habrá arremetido contra dos normas importantes y una con alto impacto económico para una industria que reclama que oficialismo y oposición puedan llegar a algun acuerdo que destrabe auxilios del Estado.
«Anoche hicimos lo que nos hicieron ellos con la reforma jubilatoria, anoche hicimos kirchnerismo», evaluó una fuente del radicalismo para confirmar que la alianza opositora cruzó un límite del que buscará volver pronto. La cancha quedó marcada, Juntos por el Cambio demostró que está dispuesto a denunciar una violación a la Constitución y una «venezuelización» de la Argentina si no logra definir la agenda de temas a tratar en Diputados.
Sin embargo, esa victoria transitoria puede transformarse en un búmeran si se extiende en el tiempo, porque la discusión parlamentaria queda desbidujada y resulta casi inentendeible ante una sociedad que reclama respuestas urgentes ante el desarrollo de la crisis, a la espera de un pico de la pandemia que no parece llegar nunca.
Esos argumentos, por ahora, no tuvieron pregnancia en el entorno de Carrió, pero algunos de sus socios parlamentarios no están tranquilos, porque en la accidentada sesión del martes por la noche vieron una ofensiva conducida por un sector muy duro que no tiene más programa para conducir la crisis que la denuncia. «Los jefes de los tres bloques quedaron desbordados por sus bases, que no quisieron aceptar ningún acuerdo», aseguró un integrante del Interbloque que conduce el radical Mario Negri, pero desde el llano otros de sus colegas lo señalan por llevar al extremo una negociación, dejándole espacio y oxígeno a los más «ultras» del espacio, porque esa embestida finalmente lo fortalecía.
El panegírico que bramaron los 94 diputados cambiemistas que se sentaron este martes por la noche fue una demostración de fuerzas que reflejó el poder de fuego que puede tener el sector más duro de la alianza, sin tener muchos soldados dentro del Congreso. Algunos creen que fue un techo para las influencias que pueden tener la titular del PRO, Patricia Bullrich, y su principal mentor, el expresidente Mauricio Macri, pero también significó un termómetro de las desconfianzas y oportunidades que pueden elaborar en Cambiemos ante la tentación de aprovechar las debilidades del adversario, encarnado en un presidente que asumió el poder hace diez meses y lleva casi seis de su ejercicio en medio de una pandemia inédita.
Como sucede desde el intento oficial para intervenir y expropiar a la cerealera Vicentin, los socios de Cambiemos cierran filas detrás de las posiciones más extremas cuando advierten una posible demostración de debilidad del Gobierno. La apuesta de este martes fue más allá de la conversación cada vez más estrecha con el núcleo más duro de sus votantes. Pero la aventura tiene patas cortas y sucede, para sospechas del oficialismo, cuando la Casa Rosada viene de cerrar el primer tramo de la renegociación de la deuda externa y se prepara para comunicar medidas de amplio alcance económico para afrontar la crisis.
Por fuera de los reglamentos, las interpretaciones y los portazos, parece asomar una disputa política descarnada entre el pico de la pandemia y un horizonte, aún lejano, de una pospandemia que podría implicar el relanzamiento de la administración del presidente Alberto Fernandez. Una parte de esa agenda pasará por un Congreso cada vez más polarizado y el escándalo de la última sesión puede ser el abismo más temido o el anticipo de lo que vendrá.