La pérdida por parte del oficialismo de un puesto en el Consejo de la Magistratura, el que le correspondía al diputado radical Mario Negri, sacó a la luz las tensiones que recorren a la coalición Cambiemos desde su origen y comenzaron a reverdecer a principios de septiembre pasado.
Para entender el presente, hay que describir la interpretación global que tienen varias tribus del radicalismo, entre ellas la de Capital Federal, cuyo jefe en las sombras sigue siendo Enrique Coti Nosiglia. La lectura que desde el triunfo de Cambiemos tienen estos sectores se basa en una visión sobre la cultura política de la sociedad argentina. La idea es que sigue existiendo una polaridad básica entre un mundo peronista y un mundo no peronista y que, en ambos, se sabe, habitan vertientes ideológicas contradictorias. El peronismo viajó con una sola escala, Eduardo Duhalde, de Carlos Menem a Néstor y Cristina Kirchner; y la UCR hizo su propio viaje del expresidente Raúl Alfonsín a Mauricio Macri.
El análisis es que el PRO finalmente será un fenómeno pasajero y que el radicalismo retomará la representación de la Argentina no peronista. Es decir: que no está surgiendo una nueva polaridad, ideológicamente más nítida que la tradicional.
Las elecciones del año 2017 debilitaron fuertemente esta hipótesis. El triunfo del macrismo, particularmente en dos distritos, Capital Federal y Córdoba, que alguna vez fueron bastiones históricos de los radicales, parecía mostrar que el destino de los boinas blancas, excepto los que estén dispuestos a romper con Cambiemos, sería quedar subsumidos en una coalición de derecha y, como mucho, tratar de representar el ala «moderada» de ese bloque.
Pero la política y la economía se tocan siempre y llegó septiembre, cuando el dólar saltó a los niveles actuales y pareció que todo podía «volar por el aire». Ahí quedó claro que el presidente Mauricio Macri tendría este año la inflación más alta desde el 2002, rompiendo su propio récord de 2016. A ningún dirigente le escapa la gravedad de la situación económica y sus efectos políticos. La crisis puso entonces en duda la posibilidad de que el PRO siga siendo la fuerza política dominante de la Argentina no peronista. Por eso la tensión de fondo, la disputa por el lugar que los radicales sienten que les pertenece, el proyecto de derrotar al macrismo desde dentro de Cambiemos, subió de nuevo a la superficie. Los chispazos por el lugar en el Consejo son parte de una tensión más profunda.
La traducción electoral de esta disputa es que está siempre latente la chance de que la UCR empuje la candidatura presidencial de Martín Lousteau, que ha tratado de mantener una posición equidistante del gobierno, muchas veces de modo confuso. Desde la óptica del universo no peronista, el exministro de CFK es una opción que puede presentarse como alternativa al neoliberalismo surgida de la propia coalición. El recorrido de Lousteau puede colaborar con la construcción de esa imagen: fue funcionario del gobierno de Felipe Solá en la provincia de Buenos Aires y ministro de Cristina. Sólo eso alcanza para diferenciarlo del macrismo puro. Esto puede fortalecerse más aún si lograran una alianza con Ricardo Alfonsín, que ha sido crítico de las medidas del gobierno de Macri desde el principio y es percibido por la sociedad prácticamente como un opositor. Alfonsín también insinúa su candidatura, sin aclarar si sería por fuera o por dentro de Cambiemos.
La disputa por el lugar en el Consejo no es una de las tantas pujas de poder que se producen en cualquier coalición política. El mar de fondo es quién se queda con la representación dominante de la Argentina no peronista. «