Néstor Kirchner, bien se sabe, asumió en 2003 con el 21,6% de los votos, gran parte de ellos «prestados» por Eduardo Duhalde. No titubeó. Con decisión, con muñeca, negociando pero más que nada confrontando, fue construyendo poder en un país tan incendiado y con urgencias comparables a las de 2019, tras el terremoto macrista. Con alternativas, surfeando crisis, con más o menos peronismo, con idas y venidas pero con transformaciones concretas el proyecto se mantuvo 12 años en el gobierno, aunque a decir de la propia Cristina nunca manejó más que el 20% del poder real.
Hay distintos estilos de construcción de poder. A las claras, mucho menos efectivo resulta el de Alberto Fernández, a quien CFK cimentó como presidente. Lo dijo Nicolás Trotta, uno de sus otros ministros predilectos que salió eyectado: es de «postergar decisiones», o para decirlo en forma benévola, persiste en cambios quirúrgicos, lentos, de a poco. Su inclinación por el consenso y los buenos modales lo pusieron contra la pared. Se verá si no nos expuso a todos. Qué secuelas dejará la demora (por indecisión o para eludir el golpe de mando que acabó sucediendo) que melló las figuras de Batakis (corrida tras una elogiada visita al FMI) y de Scioli (con pasaje de retorno a Brasilia), quienes pagaron la torpeza de una política teñida de inmovilidad.
En estos años, Sergio Massa tendió puentes entre CFK y AF. Ni qué hablar con el camporismo. Navegó en esas aguas. Ahora será un superministro en un esquema de concentración de las decisiones económicas.
Ese dirigente de pasado ameno con embajadores emblemáticos, los peores gobernadores y de estrechos lazos con el establishment. Que en su foja se servicios tiene algunos votos con el macrismo que no deberían enorgullecerlo. Que en 2015 especuló hasta último instante con su arribo al FdT para hacer pesar su escueto caudal electoral. Quien desde entonces, no hizo otra cosa que construir, piedra sobre piedra, su futuro presidencial. Para muchos, ya lo logró. Aunque para transitarlo se requiriera un salto muy audaz.
De audacia se trata: cómo estará necesitada de esa virtud, la vereda más afín con el FdT, que hasta siente alivio con estos cambios. También la vereda de enfrente. Por caso, desde Hugo Yasky hasta los mercados mostraron satisfacción. Más allá de tantas preguntas sin respuestas: ¿Sólo por eso estamos mejor que ayer? ¿Cuándo empezaremos a saber de qué se trata realmente el nuevo rumbo? ¿El campo, símbolo de la extorsión, va a vender la soja? ¿La supervivencia del FdT dependerá de la eficacia y los malabares del nuevo ministro?
Y también otras, cuyas respuestas, probablemente se acerquen al no: ¿La llegada de Massa se hubiera dado sin una operación gigante? ¿El «así no se podía seguir» es el fin que justifica los medios? ¿Será el esperado relanzamiento de la gestión? ¿Se irán todos los funcionarios que no funcionan? ¿Massa acuerda con CFK que no habrá distribución de la riqueza sin tocar las rentas extraordinarias?
Estos cambios se celebran como el hallazgo de un salvavidas, aunque sea pequeño, en un naufragio. Mientras, en las plazas se marcha clamando por medidas urgentes para paliar el hambre. Y en la Rural campeona del empleo no registrado, las vacas regordetas dan vueltas sobre la arena. Al tiempo, sonó el rumor de que quienes adhirieron al subsidio de la tarifas no podrán comprar dólares-ahorro. Tal vez no sea cierto. Tal vez se considere lógico como límite para quienes se amparan en el Estado, aun en los actuales bemoles de la economía. También es un ejemplo emblemático. No hay contemplación con las clases más bajas. No, al menos, la que se tiene con sectores, como el agropecuario, poderosos, capaces de cualquier tropelía para ganar fortunas. Impusieron su posición mediante aprietes de todo tipo al gobierno.
Será una señal para las clases populares: quien reclama con tibieza, pierde.