«Renunciar al mando para empeñarse en la persuasión». Juan Domingo Perón publicó esas palabras en «Gobernar es persuadir», el documento fundacional del tercer peronismo. El texto transcribe el mensaje que Perón emitió a los gobernadores el 2 de agosto de 1973. Ese día, desde la quinta de Olivos, el jefe del movimiento político más potente y gravitante de la historia argentina -recién regresado tras 18 años de proscripción, humillaciones y resistencia-, se presentó como un líder herbívoro dispuesto a promover el consenso entre sectores antagónicos del país.
El primer paso institucional en ese camino ocurrió incluso antes del regreso de Perón. El 8 de junio se firmó el Pacto Social, un acuerdo de congelamiento de salarios y precios suscripto por empresarios y sindicatos con el objetivo de frenar la inflación. El acuerdo fue gestado por José Ber Gelbard, un referente del empresariado pyme que asumió el Ministerio de Economía de Héctor Cámpora, el presidente-delegado de Perón.
Aquel pacto, y ese ministro, fueron aludidos por Cristina Fernández en su mensaje en la Feria del Libro. La mención alentó comparaciones entre un eventual regreso al poder de CFK y aquel retorno de Perón. Todos los tiempos son distintos, de modo que todas las comparaciones históricas son imperfectas, pero aun así se pueden distinguir rasgos comunes entre aquella Argentina y la de hoy: una sociedad polarizada y cruzada por expresiones de odio, un contexto internacional crítico, alta inflación y estructura productiva ociosa, entre otras calamidades sociales.
Pero aquel país tenía también violencia política y un líder de salud frágil, cuya muerte derrumbó el incipiente intento de consenso económico y reconciliación nacional. Esos dos componentes hoy no existen, de manera que el umbral es más alto del que encontró Perón. Aun así, la tarea será titánica: el deterioro social y económico de la Argentina requerirá de acuerdos y compromisos imposibles de gestar bajo el influjo de «la grieta».
«Por supuesto que nadie en épocas de discursos de unidad, de grandes acuerdos entre sectores políticos, dirigenciales, sociales, sindicales, la Iglesia, nadie puede estar en desacuerdo con esto. Va a ser necesario algo más, un contrato social de todos los argentinos y las argentinas, con metas verificables, cuantificables», dijo CFK en la presentación de su bestseller. Era un anticipo programático que el sábado se tradujo en la nominación de Alberto Fernández, un especialista en gestión de consensos.
Cristina, en tanto, dejó para sí la tarea de plasmar esos consensos en el ámbito legislativo. En el Senado, donde los vicepresidentes «tocan la campanita», o presidiendo una necesaria Asamblea Constituyente que la fórmula se cuidará de pronunciar, para no darle pasto a la campaña sucia que viene.
En el corto plazo, es obvio, la movida tendrá efectos sobre la interna peronista y el escenario electoral. La duda, ahora, se posó sobre Alternativa Federal: se pliega al armado opositor, persiste en una improbable «tercera vía» o confluye con el gobierno en un Cambiemos 2.
Empieza un mes intenso hasta el cierre de listas, programado para el 22 de junio. La rosca es la parte más seductora, intensa y ruin de la política. Pero no todo se reduce –o no debería reducirse– a ganar una elección. Lo advirtió Perón en aquel texto fundacional: «Este mundo moderno ha creado necesidades, y los pueblos no se pueden dar el lujo ya de politiquear». «