Hay pocas cosas más corrosivas para un gobierno que la inflación descontrolada. No son solo los efectos materiales inmediatos, personas que postergan consumos esenciales para costear otras más escenciales. La inflación alta tiene un efecto psico-social inevitable. La sensación de que todo se está haciendo mal, de que no hay rumbo, de que el gobierno no puede, no sabe, no quiere.
Este efecto es uno de los que está padeciendo el gobierno de Alberto Fernández. La economía está creciendo fuerte por segundo año consecutivo. No hace falta leer las cifras del Indec para darse cuenta de que hay más trabajo. Se palpa en el entorno familiar, en los grupos de amigos, en los vecinos del barrio. Sin embargo todas las encuestas indican que la mayoría de la población piensa que el país no está en el rumbo correcto. El combustible de esta percepción es la inflación alta. Está nublando en el humor social los logros que el gobierno nacional podría exhibir.
Hay un problema de tiempos muy complejo. Si la situación actual se hubiera dado hace dos años, viajando en la máquina del tiempo a junio de 2020, el impacto sería diferente. Habría una sensación de mejoría respecto del final del gobierno de Macri, resumida en pocas palabras: la inflación sigue alta pero hay más laburo. El punto es que esto llega a mediados del 2022 porque hace dos años estaba la pandemia, que emporó todo. Este desencuentro temporal necesitaría de una narración constante de qué pasó y qué pasa, algo a lo que el gobierno parece haber renunciado o que no cuenta con una continuidad sistemática
La idea inicial del presidente, construir una relación menos tensa con los poderes mediáticos, no funcionó. Durante el gobierno de Mauricio Macri, los medios del establishment apelaban todo el tiempo al efecto mariposa para explicar el fracaso de la política económica. Podía ser culpa de la devaluación de la lira turca o el aleteo de una gaviota en las costas de las Islas Fiyi. En el caso de Alberto es exactamente al revés. Las consecuencias de la peor pandemia de los últimos 100 años son culpa del gobierno y los efectos de la guerra en la europa eslava, también.
Esto requiere un esfuerzo redoblado por explicar lo ocurre y ocurrió. Y no parece haber una política sistemática para comunicarlo. Hay momentos de avance y luego viene el repliegue.
La interna del oficialismo, que incluye el componente de que un sector considera que hay que cambiar de modo más decidido la política económica para tener posibilidades de ganar la elección de 2023, complejiza aún más la situación. O por lo complejo de la situación se agudiza la interna del oficialismo. Como en algunas operaciones de la matemática, en este caso el orden de los factores no altera el resultado. Producen una sinergia parecida a la de un remolino en el mar, en el ojo está la construcción política del FdT.
La inflación alta también habilita que reaparezcan ideas y discursos que parecían sepultados por la Historia, con el eje puesto en culpar al Estado de todo lo malo que puede ocurrirle a la condición humana. Personajes como Hernán Lacunza, que cuando fue ministro de Economía de Macri declaró el default de la deuda en pesos, se pasean por los canales de televisión dando lecciones de lo que hay que hacer. El cinismo de la derecha no tiene límites, okey, pero, ¿dónde están los funcionarios del gobierno o diputados nacionales del FdT marcando cada día, cada hora, cada minuto, este cinismo?
No hay solo un crecimiento de la extrema derecha, al estilo de los 15 años que duró en Alemania la república de Weimar hasta el nacimiento del nazismo. Hay un retorno del clima social de principios de la década de 1990. Nada se repite del mismo modo y el mundo es muy distinto. Pero la sensación de permanente inestabilidad, cuyo alimento fundamental es la alta inflación, recrea un ánimo social en el que se pueden volver a plantear las recetas que fracasaron como si fueran nuevas. Y en la población reaparece la duda sobre si no será lo que hay que hacer. Ante la sensación de crisis permanente, se acepta casi cualquier cosa que plantee una solución.
Es un momento crítico: crece la extrema derecha y resurge el recetario neoliberal más rancio como solución a los problemas que el propio neoliberalismo creó. Es la suma de todos los miedos. «